libros
Roger-Pol Droit: «Reírse de la filosofía es también una forma de hacer filosofía»
Roger-Pol Droit es uno de los pensadores más populares de Francia. En su último ensayo aborda la filosofía cotidiana y la felicidad, y lo hace sin prejuicios. «La risa también pertenece al pensamiento», declara
¿Hay filosofía en el hecho de contar hasta mil? ¿Y en pelar una manzana con la imaginación o seguir el movimiento de las hormigas? Roger-Pol Droit (París, 1949) asegura que sí: «Es posible hacer filosofía en todas partes y con todo». No lo dice una persona cualquiera: lo dice una de las figuras del pensamiento contemporáneo; por si fuera poco, consejero de filosofía de la UNESCO y responsable del Instituto de Estudios Políticos de la capital francesa.
«Lo fútil da que pensar, lo irrisorio conduce a lo serio, lo profundo parte de lo superficial», escribe en su último ensayo publicado en España, 101 experiencias de filosofía cotidiana . En sus páginas, el colaborador de Le Monde, Le Point y Les Echos pone el foco sobre los pequeños detalles, empeñado en no parecerse a esos filósofos que llevan a gala practicar el distanciamiento. Él se divierte con la filosofía, la hace próxima, accesible. Y advierte: «Donde hay filosofía es en el juego, en la mirada, en la actitud hacia lo que ocurre».
«101 experiencias de filosofía cotidiana»: así se titula su nuevo libro. ¿Por qué y para qué necesitamos la filosofía en nuestro día a día?
«Mucha gente vive sin devanarse los sesos y teniendo pocas ideas»
La filosofía, en primer lugar, es el asombro. No soy yo quien lo dice, sino Platón, Aristóteles y un sinfín de filósofos hasta nuestros días. De hecho, la reflexión sólo empieza cuando nos preguntamos «Pero ¿por qué es esto así?» Cuando todo nos parece normal, igual o familiar, no nos hacemos ninguna pregunta. Las preguntas surgen cuando el mundo empieza a parecernos extraño y la realidad, rara. Las experiencias que invento están dirigidas a eso: a provocar asombro y, por tanto, a empezar una reflexión, suscitando sorpresas. En lo cotidiano, por lo general, nada sorprende, es la rutina. Creo que hay que introducir cambios para ver las cosas desde otro ángulo, y plantearse nuevas preguntas.
«Llamarse a sí mismo», «Provocarse un dolor breve», «Caminar en la oscuridad»: son los títulos de algunos capítulos de «101 experiencias». ¿Es un libro de ejercicios?
Propongo unas experiencias para experimentar desfases. Si primero no sentimos un desconcierto, una emoción o una sensación –que conducen luego a unas preguntas filosóficas–, el movimiento del pensamiento sigue siendo artificial y abstracto. Estoy convencido de que primero hay que sentir una sensación para poder reflexionar, acto seguido, de una forma más intelectual. Por tanto, en este libro construyo situaciones para vivirlas –física o mentalmente– que pueden servir para provocar la reflexión.
Otro capítulo es «Ir a la peluquería». No me diga que hay filosofía en el hecho de cortarse el pelo...
«La filosofía, en primer lugar, es el asombro»
El juego de esta experiencia consiste en imaginar que, al cortarnos el pelo, el peluquero también modifica el interior de la cabeza y nos peina las ideas. ¿Cómo va a resistirse usted? Como ve, no es en el peinado donde hay filosofía, sino en el juego, en la mirada, en la actitud hacia lo que ocurre. Es posible hacer filosofía en todas partes y con todo, desde la comida hasta los periódicos, pasando por la ropa o los transportes colectivos. Lo que cuenta no es el lugar ni la cosa, sino la manera de abordarlo.
«Lápiz», «lápiz», «lápiz», «lápiz», «lápiz»... Repetir una palabra es vaciarla de sentido. ¿Qué ocurre si la palabra que repetimos es «filosofía»?
Lo mismo: se convierte en una sucesión de sonidos, carente de sentido. ¿Por qué iba a tener la palabra «filosofía» un privilegio especial? Como palabra, es como las demás.
Más capítulos de su libro: «Telefonear al azar», «Beber y orinar a la vez», «Manifestarse solo» y «Arrodillarse para recitar la guía telefónica». ¿Los ha puesto en práctica?
Sí, casi todos. Pero no sé si es importante o no. Podemos tener esas experiencias «de verdad» o sólo de pensamiento, leyéndolas. Lo que cuenta son las reflexiones que provocan.
«Siembra pequeñas discordias allí donde estés, pasa con obstinación por la sociedad sin obedecer», aconseja usted. ¿Qué tipo de filosofía es esta? ¿Una llamada a la rebelión?
A la rebelión, si usted quiere. Por mi parte diría, simplemente, a la libertad. No creo en las grandes posturas revolucionarias. Prefiero los innumerables rechazos de la servidumbre, las minúsculas revueltas cotidianas que pasan casi desapercibidas.
«Es imposible no pensar», asegura. Si me permite la ironía, conozco a muchas personas que se pasan el día así: sin pensar.
Hay que ponerse de acuerdo sobre las palabras. Si lo que quiere decir usted es que se puede vivir sin devanarse los sesos y teniendo pocas ideas, es una evidencia: mucha gente vive así. Lo que yo quiero decir es otra cosa: vaciar totalmente nuestras cabezas es prácticamente imposible. Siempre habrá una imagen, una preocupación, un recuerdo o un proyecto. Da igual que no sean ideas profundas ni interesantes: nunca hay «nada».
«La tele también puede conducir a la sabiduría», escribe usted. Créame: es de los pocos que lo piensa.
Todos los que han apagado su televisor se lo dirán.
Entre sus propuestas, esperar sin hacer nada, quitarnos el reloj, apagar el móvil. ¿Qué conseguiremos haciendo todo eso?
«No creo que la filosofía pueda hacernos zen y, por tanto, "felices"»
Como mínimo, un poco de tranquilidad, un principio de contemplación, o bien, si está realmente muy alterado/conectado, un principio de inquietud, una especie de extrañeza. Quiero precisar que cada uno tiene que responder por sí mismo. La intención de 101 experiencias de filosofía cotidiana no es en absoluto hacer que llegue un mensaje o transmitir un sistema de filosofía. Su principio es diferente: proponer cosas que hacer, ejercicios insólitos, y dejar que el lector siga su camino. A partir de la experiencia, podemos seguir haciéndonos preguntas y podemos seguir explorando. Estas experiencias son detonadores, incitan a plantearse preguntas.
Los actuales son tiempos, según usted, «propensos al cinismo, la frialdad, la denigración y la burla». ¿Cómo superarlos?
No tengo una receta milagrosa. Estas experiencias pueden permitirnos encontrar, quizá, salidas de emergencia, al hacernos ver el mundo de otra manera, bajo el ángulo del juego, de la ternura o de la risa.
«La mejor manera de respetar las ideas es reírse», asegura.
Reírse de la filosofía es también una manera de hacer filosofía. Muchos autores lo dijeron antes que yo: Luciano de Samósata, en la Antigüedad; Montaigne, Pascal, Diderot... No hace falta ser serio y aburrido para pensar. Reírse de las ideas no es burlarse de ellas. Es empezar a entender que la risa también pertenece al pensamiento. Nietzsche lo sabía mejor que cualquier otro.
Dentro de la filosofía, ¿qué lugar ocupa la búsqueda de la felicidad?
Todo depende de las épocas y de la idea que tengamos de la felicidad. En los filósofos griegos y romanos de la Antigüedad, ocupa un lugar central, y la felicidad que quieren alcanzar es la de una vida tranquila, sin trastornos, desprovista de las ilusiones y de los deseos ilimitados que hacen desgraciados a los seres humanos. Este ideal desapareció después, y fue criticado de forma radical por Kant, que demuestra que la felicidad es una fantasía, y por Schopenhauer, que sostiene que es una trampa. Hoy existe una fuerte tendencia a llevarnos a creer que la filosofía puede quitarnos el estrés y hacernos zen, tranquilos y, por tanto, «felices». No creo en ello. Explico detalladamente por qué en un libro que se publicará en francés en febrero de 2015 y cuyo título es La philosophie ne fait pas le bonheur... et c’est tant mieux! [La filosofía no da la felicidad... ¡y mejor así!].