Pierre Assouline: «Simenon sólo se acostó con diez mil mujeres»
Es el gran biógrafo de Simenon y Cartier-Bresson. Perfiles que combina con la novela. La última, «Sigmaringen», nos lleva a 1944. Una historia que le contó un soldado: su padre
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«Sin hacerlo adrede», como él mismo dice, Pierre Assouline (Casablanca, 1953) ha convertido la biografía en su especialidad. Lo sabe todo de personajes tan variados como el editor Gaston Gallimard, el fotógrafo Henri Cartier-Bresson y el escritor Georges Simenon. Lo sabe todo, también, de la actualidad cultural nacional e internacional, que criba en su blog, «La République des livres» , uno de los más visitados de Francia. Pero los perfiles literarios o la última hora cultural son sólo dos de las pasiones de Assouline. Otra es la Historia, auténtica protagonista de sus novelas. A la que acaba de publicar en España, Sigmaringen, le presta su título el castillo alemán que Hitler puso a disposición del gobierno colaboracionista de Vichy en 1944.
Dedica el libro al brigadier Marcel Assouline, «el primero que me contó Sigmaringen».
Era mi padre. Un joven soldado del Ejército de África en 1942, movilizado en Argelia, donde vivía su familia. Participó en la liberación de Italia, en la batalla de Montecassino, y después en el desembarco en la Provenza y en la liberación de Alsacia y en la de Alemania. No tenía la mentalidad de un antiguo combatiente. Se hacía de rogar para contar cosas. Cuando yo era pequeño, le preguntaba a menudo. Un día, me contó la llegada a Sigmaringen. Ese castillo me hacía soñar, y ese nombre se me quedó grabado en la cabeza desde entonces.
«Fue a fines de agosto de 1944. El momento ha quedado grabado en mi memoria», recuerda el protagonista. ¿Cómo era el mundo entonces?
«Me pongo en la piel del personaje, respiro como él»
Había un ambiente de fin del mundo porque Alemania iniciaba una era de apocalipsis, de locura total, acentuada por los bombardeos incesantes sobre todo su territorio. Después del atentado fallido contra Hitler, la Gestapo y las SS lo controlaban todo; era la arbitrariedad más absoluta. Cualquier civil alemán podía ser ejecutado en el acto desde el momento en que fuese sospechoso de derrotismo. En ese ambiente, Sigmaringen era un islote de paz, fuera del mundo; uno de los escasos lugares de ese país en el que no había caído ninguna bomba porque no era un enclave estratégico, al no tener ninguna fábrica, mientras que Stuttgart y Ulm, no muy lejos de allí, eran bombardeadas con regularidad.
Usted es el biógrafo de Gallimard, Cartier-Bresson, Simenon... ¿Qué debe tener un personaje para que se fije en él?
Es fundamental sentir empatía, ya sea en una biografía o en una novela. Me pongo en su piel, respiro como él y veo y siento el mundo como él. No podría hacerlo de otra manera. No se trata sólo de que te guste, sino de ser como él, incluidos sus defectos y sus insuficiencias, su fuerza y su debilidad.
«Único y excepcional», así ha calificado a Gallimard.
Gaston Gallimard inventó su profesión en su concepción moderna. Su secreto es el sentido de la duración. No hay que publicar un libro por publicar un libro –el one shot, como dirían los estadounidenses–, sino por la obra venidera. Esta relación con el tiempo, con lo que se necesita de paciencia y de esperanza, resulta fundamental para entender su éxito, es decir, el mejor catálogo de la literatura mundial, me atrevería a decir. Un elemento que permite medirlo es el número de premios Goncourt y de premios Nobel de Literatura con los que cuenta. Aunque, naturalmente, no representa a «toda» la literatura francesa. Pero observará que a los que se escaparon al principio (Céline, Gracq, etcétera) acabó siempre por atraparlos con la colección de la Pléiade.
Su primer encuentro con Cartier-Bresson fue en 1994. Usted quería hacerle una simple entrevista, pero se encontró con... ¿qué?
Desde ese primer encuentro, nuestra amistad quedó sellada. Nos volvimos a ver muchas veces; dábamos paseos, hablábamos mucho, almorzábamos, cenábamos, bebíamos... Como unos amigos, a pesar del medio siglo que nos separaba. Un día le anuncié mi intención de escribir su biografía. Desdeñó esa idea con un movimiento de la mano y encogiéndose de hombros, y me recordó que odiaba las biografías, pero... me dio libertad. Por tanto, trabajamos mucho juntos en ese libro, con las entrevistas que me concedió, los faxes y las tarjetas postales que me enviaba cada vez que le pedía una precisión, con sus maletas de archivos privados y familiares (cartas, telegramas) que me dejó consultar en su casa, con las leyendas anotadas de su puño y letra, así como con la autorización excepcional que me otorgó para repasar sus hojas de contacto en la agencia Magnum. ¡La cocina del reportero! ¡Justamente lo que no quería enseñar!
«El secreto de Gallimard es el sentido de la duración. Alejarse del ''one shot''»
Era consciente de que yo escribía su biografía, pero no quería saber. No tenía que grabar nuestras conversaciones, ni tomar notas, lo que no era malo en el fondo. Gocé de una enorme libertad. Cuando le traje el primer ejemplar dedicado, lo miró, lo acarició, se levantó y, con una amplia sonrisa recorriéndole el rostro, me dijo: «¡Ven aquí, hombre!», y me abrazó durante largo rato. Luego me anunció: «Ahora por fin te voy a hacer un retrato. ¿Prefieres una foto o un dibujo?» Por desgracia, no hizo ni una cosa ni la otra... Pero en fin, me consolé pensando que, cuando conoció a Satyajit Ray, a quien admiraba, ¡estaba tan cautivado por lo que le decía el gran cineasta que se olvidó de hacer fotos!
Simenon, ¿un autor excesivo?
Nació bajo el signo del exceso. Todo lo hizo con exceso: ganar dinero y gastarlo, hablar, escribir, viajar, hacer el amor...
En cierta ocasión, Simenon declaró haber hecho el amor con treinta mil mujeres. ¿Un fanfarrón o todo un seductor?
Treinta mil, no; diez mil. Hay que ser precisos... Le dijo eso a su amigo Fellini cuando hablaban de su película Casanova. Lo dijo, naturalmente, después de un cálculo sencillo: empezando a los catorce años, haciendo el amor todos los días, veamos... Además, precisaba que las tres cuartas partes de esas mujeres eran prostitutas. Pero no fanfarroneaba. El sexo, para él, era una actividad cotidiana e higiénica, como la ducha.
Este año el Nobel de Literatura ha recaído en Patrick Modiano. ¿Qué les diría a quienes creen con desprecio que Francia tiene ya demasiados premios Nobel?
«El futuro del libro es su contenido. Pero en todas sus formas»
¡Un país nunca tiene demasiados premios Nobel! Vaya idea... ¿Dirían eso de los estadounidenses y de los Nobel científicos? La primacía de Francia en el Nobel de Literatura se debe, por una parte, al hecho de que los suecos calcaron la Academia sueca de la Academia francesa cuando la crearon, y sigue siendo inconscientemente una muestra de gratitud; y al hecho de que, mal que les pese a algunos, la literatura, la lengua y el pensamiento franceses ejercieron durante mucho tiempo una gran influencia en Europa, aunque ha pasado de la literatura a las ciencias humanas desde la década de 1970. Hoy el que haya envidiosos y celosos resulta más bien tranquilizador, ¿no?
Dejemos a Modiano y vayamos con Michel Houellebecq.
¡Es un fenómeno! Lo es en el sentido sociológico del término. Sus novelas y sus personajes son un reflejo de la sociedad, de las neurosis del hombre moderno: la soledad, la sexualidad, el trabajo... Una vez dicho esto, Houellebecq me interesa menos en el plano puramente literario porque su lengua me parece pobre y sin imaginación, y lo compensa únicamente su sentido de la comicidad.
¿Y «best sellers» como «Cincuenta sombras de Grey», de E. L. James, son o no son literatura?
El único interés de este tipo de libros es que hacen entrar en las librerías a mucha gente que antes no entraba. Si una persona de cada veinte aprovecha para mirar otros libros, ¡gracias, señora James!
«El ‘‘e-book’’ no es que sea el futuro, es el presente», ha declarado usted. ¿Cuál es el futuro del libro?
Su contenido. Pero en todas sus formas, papel y digital, que hay que leer en diferentes soportes: ordenador, tableta, teléfono y, sí, libro...