opinión
Perucho o el erudito de lo maravilloso
Perucho forma parte de esa hermandad universal, unida por el gusto por la fantasía, la secreta unción de sueño y vigilia, la inteligencia narrativa, la ironía de la historia y el relato erudito y minucioso, de fascinantes apócrifos o curiosos impertinentes
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Una hermandad universal establece relaciones invisibles y secretas entre ciertos escritores que tendieron sus hilos en una geografía imaginaria. Joan Perucho (Barcelona, 1920-2003), de quien se acaba de publicar una antología de sus ensayos y artículos: De lo maravilloso y lo real (Fundación Banco Santander), cuya introducción y selección es obra de Mercedes Monmany, representa en la literatura española un curso lateral a la omnipresencia del realismo, un espacio en el que lo maravilloso, lo fantástico y lo erudito (con una elegante extravagancia) componen un genial mosaico de asuntos y personajes formidables. El volumen, ejemplarmente preparado por Monmany, reúne una enciclopedia del saber ensayístico monumental.
Reunido en torno a diversos capítulos en los que se ha seleccionado lo más granado de la creación del barcelonés, el lector recorre las epifanías literarias de Perucho en torno a los asuntos recurrentes que jalonan el conjunto de su obra: «Historias apócrifas y relatos fantásticos», con textos ya clásicos como «Las aventuras de Kosmas», «Leningrado y las veladas del conde» o «La heráldica y los caballeros de Armenia», entre otros; «Eruditos de lo maravilloso», con piezas de orfebrería literaria tan exquisitas como «Cronicones de España» o «Rocambole y Toledo»; «Brujos, magos, fantasmas y ocultistas», capítulo en el que destacan «Apariciones y fantasmas», «Un brujo del Risorgimento» y «Sheyton, el fantasma de Shakespeare»; «Santos, sabios y cristianos», con el impagable ensayo sobre «Santa Teresa y las corrientes erasmistas»; «Bestiario fantástico» y su perfil de «El Calígrafo»; «Botánica oculta» y «El basilisco»; «Cuentos mínimos y autobiográficos», donde se encuentran «La perla de las Antillas» y «Diana y el Mar Muerto», para concluir esta fiesta literaria con esbozos de «Memorias y recuerdos», «Viajes: Lo cercano y lo lejano» y una curiosísima e inteligente coda final como es «Teoría de Cataluña y misterios de Barcelona».
Desde su nacimiento, el género fantástico pasó a segundo plano
Perucho forma parte de esa hermandad universal, unida por el gusto por la fantasía, la secreta unción de sueño y vigilia, la inteligencia narrativa, la ironía de la historia y el relato erudito y minucioso, de fascinantes apócrifos o curiosos impertinentes. La hermandad la forman escritores de tiempos remotos, pasados y contemporáneos. En la Historia de la Literatura española, desde prácticamente su arranque, el género fantástico pasó a un segundo o tercer plano, eclipsado por lo que se denominó lo «genuino español», es decir, lo que sería la novela picaresca. Y así pasaron siglos. No es que no se escribiera un notable género fantástico a lo largo de esos siglos –ahí están las Historias peregrinas y ejemplares de Gonzalo de Céspedes y Meneses en el siglo XVII, Agustín Pérez Zaragoza con su Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas en el XVIII, y no digamos ya con la irrupción del Romanticismo y después; así, Enrique Gaspar con su visionario El anacrónopete, Jorge del Castillo y Mayone con su Viaje somniaéreo a la luna y La serpiente de Egipto, de Isaac Muñoz–, sino que pareciera como de segundo orden, o algo peor, una literatura poco española, casi extranjerizante.
Tiene gracia. Porque lo cierto es que las historias de fantasmas, los relatos truculentos, las novelas de anticipación, las hadas, los seres monstruosos y los peregrinos fabulosos ocuparon buena parte del Romanticismo hasta llegar a hoy. Pensemos en Espronceda, las Leyendas de Bécquer, Zorrilla, los cuentos de Pedro Antonio de Alarcón, las novelas de Ayguals de Izco; más tarde vendrían Pardo Bazán, Galdós (Miau, por ejemplo), Valle-Inclán, y dos extraordinarios contemporáneos de Perucho, Álvaro Cunqueiro y Rafael Dieste, que tuvieron en la estela invisible de la más barroca fantasía el referente de su creación.
A Perucho le tocó pagar el peaje miope de su tiempo
Es sabido, pero conviene recordarlo, cómo un tosco concepto de «realidad» acaparó la atención de la crítica, y por ende y por entonces, de los lectores, hasta el punto de que todo lo que mostrara unos supuestos visos de irrealidad era relegado al curso lateral de la Historia: «El objetivo de la literatura fantástica es, precisamente, desestabilizar dichos límites (de la realidad), cuestionar la validez de los sistemas de percepción de lo real que todos compartimos, postular excepciones al orden de lo real, que deriven hacia la más pura e inquietante inestabilidad. El efecto de la irrupción de lo imposible es difuminar esos límites que hemos construido para acotar lo que creemos real. Aparece un mundo carente de sentido, agobiante, tenebroso, pero en el que habitan los personajes, porque no hay vuelta atrás» (David Roas).
Hoy el género ha logrado un apoyo popular memorable y merecido. Perucho contribuyó a ello de manera decisiva, aun cuando le tocara pagar el peaje miope de su tiempo. En la hermandad militan nombres, junto a los ya citados, como los de Jan Potocki, Walpole, Lewis, M. R. James, H. P. Lovecraft, Borges, Calvino y Cortázar. Perucho escribió para Destino, La Vanguardia, ABC , y en sus libros y colaboraciones periódicas aparece ese aspecto que Monmany señala como «una poética de lo invisible», una literatura intemporal. «El presente no me interesa.» Única razón para permanecer literariamente a lo largo del tiempo y de las épocas.