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Carlos Garaicoa: «El activismo en el arte no me convence»

La Fundación Botín y el CA2M se complementan para revisar en profundidad la obra del cubano Carlos Garaicoa. Él es uno de los artistas actuales que con mayor brillantez han analizado la ciudad contemporánea

Carlos Garaicoa: «El activismo en el arte no me convence» isabel permuy

javier díaz-guardiola

Son dos exposiciones que analizan la totalidad del trabajo de Carlos Garaicoa (1967). Como él lo explica, tanto «en horizontal» –a ras de maqueta, de mesa de dibujo–, como «en vertical», en alusión a su interés por la arquitectura. Orden aparente, en la Fundación Botín, se ocupa del Garaicoa más formal y procesual. Orden inconcluso, en el CA2M, se centra en el artista volcado con lo social. Ambas tejen sus intereses a lo largo de los años y concretan sus conclusiones con obras nuevas.

Dos capítulos de la misma historia. ¿Cómo se alternan?

El proyecto de la Botín es resultado de la invitación a uno de sus talleres. La idea era haberla retrasado para coincidir con la inaguración de su nuevo espacio, pero no fue posible. Mientras tanto, estaba planeándose la cita del CA2M. Al final se pensó en hacer algo como si un mismo artista apareciera en dos ciudades. A ello se une el interés de dos instituciones internacionales –Villa Stuck en Múnich y el Museo de Noruega–, de forma que es posible que itineren unificadas en 2015. Es un lujo poder mostrar mi labor a partir de la mirada de dos grandes curadores como Vicente Todolí (Cantabria) y Agustín Pérez Rubio (Madrid). Se ha tratado de articular la mirada personal que ambos tienen sobre mí.

De ahí surge la idea de «orden» de ambos títulos. Lo primero que habrán tenido que hacer es «ordenar» esas dos miradas.

«¿Que la modernidad ha muerto? ¡Si nos pasamos el día hablando de Benjamin!»

Ese concepto lo manejé con Pérez Rubio, en relación a nuestros orígenes u «órdenes». Para mí es una palabra terrible. Le pedí que me dejara adjetivarlo para salvar el desinterés. De ahí surgió la idea de «inconcluso»: inconclusión de un orden social, de determinada arquitectura, incluso del arte como proceso. Además esto se relaciona con un interés de mi obra de enfocarse en aspectos formales, los materiales, la belleza, que no son sino disfraces para proponer cuestiones más sociales. Y así es como surge el título de «orden aparente» de la Botín. Había un deseo de Todolí de visitar estos procesos a través del dibujo, de la foto, mientras que Madrid se ocupa más de lo social. A ambas citas le pusimos los apellidos de «poético-político» y «político-poético» para interrogarnos sobre qué es lo formal en el arte y qué es lo inconcluso en la sociedad.

Deberíamos ocuparnos de las obras nuevas de ambas citas, dado que son las que nos sitúan en sus intereses actuales.

Tengo la sensación de estar siempre en el mismo lugar. En el fondo, el artista vive de alimentar unas obsesiones. Miro las últimas obras y creo que son cosas que ya he hecho. Además, yo necesito muchos años para rematar un trabajo. En el CA2M hay obras nuevas cuyo primer dibujo es de 2003. Soy obsesivo en no repetirme y creo que es entretenido para el público encontrarse con una persona distinta, así como hablar desde diferentes puntos de vista. El cubismo tiene eso. Y en esas estoy hoy: buscando nuevas formulaciones. Un proyecto como Frágil vuelve a tratar temas como los de la fragilidad en la ciudad... En el CA2M, consigo llevar a término mis trabajos con cerámica con la que trabajé en Cuba en 1992... Hay una frase de Foucault a la que regreso: «Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno».

¿Cómo es la ciudad que le interesa?

La ciudad surgió para mí en Cuba como el mejor espacio para establecer una comunicación más inmediata con el espectador. Eso se quedó en la génesis de mi trabajo: entender que es un escenario en el que uno puede explorar sin prejuicios y donde todos los lenguajes están a mano y pueden ser reactivados. No me veo como un artista de estudio que se encierra a crear. Y todas las disciplinas que empleo las encuentro en la ciudad. Por eso me gusta la definición de «espacio blando», atravesable, fácilmente manipulable y apropiable.

Habla de reactivación de lenguajes. Reactivemos ahora un concepto: ¿Tenemos aún razones para creer en la utopía?

«Creo más en el arte como preocupación que como gesto activo»

Intento siempre escaparme de esa palabra. Al ser un artista que trabaja con la arquitectura, me pide casi hablar de un espacio por hacer. Pero ha sido un comodín en la disciplina. La utopía puede ser real. Es una sociedad en la que entendamos el papel del pensamiento y la educación. Seguir soñando con la ciudad ideal es lógico. Yo apelo no a la justeza, sino a la justicia, de una sociedad que dialogue consigo misma, donde la corrupción desaparezca, donde se distribuya la riqueza de forma equitativa y se respete el medioambiente. Estas son cuestiones prácticas, no tan utópicas. Y aunque el arte cree patrones de entendimiento sobre ellas, no es el escenario para dirimirlas.

¿Cuál es su opinión entonces sobre el activismo artístico?

No creo en él. Creo que es el individuo el que tiene que ser activista, no el arte. Si el arte se convierte en activismo pierde su esencia, su libertad y sus posibilidades de liberar. Yo creo en un intelectual o un artista que trata de entender su contexto y que son capaces de devolver eso como preocupación. Creo más en el arte como preocupación que como gesto activo. No veo que a partir del arte podamos definir una nueva sociedad. Al menos, no solos. Se trata de que acotes tu espacio y seas sincero con tu trabajo, porque también es fácil participar del circo del mercado del arte.

Su labor ha ilustrado en muchas ocasiones el fracaso de la modernidad. ¿Ha fracasado también la postmodernidad?

«Quiero poner en marcha en Cuba un programa de residencias»

Es otro de los grandes comodines que no se explican. Y la modernidad impera en to-do a lo que nos referimos ahora. Fue la que nos llevó a las democracias contemporáneas. No quiero hablar de su decadencia; no tengo capacidad para analizar lo que fue, si acabó, si pasamos a una postmodernidad... Desde el arte nos queda un resquicio de libertad, incluso anarquista y soñador, para buscar respuestas. En ese sentido, sí que queda en nosotros un personaje de la modernidad. ¡Si nos pasamos todo el rato citando a Benjamin!

Después de casi diez años, ¿se debe seguir hablando de usted como el artista cubano afincado en España o es ya un artista español de origen cubano?

¡Está bueno eso! Uno nunca pierde la conexión con su lugar de origen. Quisiera incluso estar más presente, y, de hecho, quiero iniciar allí un programa de residencias. Creo mucho en las dificultades de sus artistas, así como en la necesidad de hacer de puente entre contextos. Sigo siendo un artista cubano. Tengo pasaporte español y estas dos exposiciones son una reafirmación de mi pertenencia a este contexto. Pero lo bueno del arte es que te permite pertenecer al universo mismo. Y quiero seguir pensando que mi mirada es global. Quizás quiero quedar bien con todos. Creo que soy «cubañol», como dicen en Cuba.

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