opinión

El fin de los acontecimientos

El laboratorio intelectual del ensayista esloveno es múltiple, dispar, culto, popular, provocador, sensato, original, secreto. Es una enumeración supuestamente caótica para describir los signos demenciales de un presente fragmentado y a la deriva

El fin de los acontecimientos

fernando rodríguez lafuente

«De frente lo horrible hasta hacerlo risible» es un breve y enjundioso poema del Nobel Samuel Beckett, y bien risible lo horrible, cabría conjeturar en los días presentes. Poco más hace falta para describir el sinsentido de una realidad más sospechada y huidiza que conocida. La farsa, la estafa, el timo, la simulación y el esperpento virtual ocupan las páginas del mayor espectáculo hasta la fecha. Hay que retorcer el cuello de unos años «horribles» hasta convertirlos en risibles. Descomponer los elementos que el juego fatuo de un pensamiento a la deriva ha fijado como único y sobresaliente ejemplo de sociedad contemporánea. Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) es, a su pesar mediático, el notario de un acontecer vaporoso, enfangado en un inmenso y falso sueño de inacción y perplejidad. Describe el fin del concepto y el hecho conocido históricamente como «acontecimiento»: «El efecto que parece exceder sus causas –y el espacio de un acontecimiento es el que se abre por el hueco que separa un efecto de sus causas».

Traducido a la manera de Mairena, un acontecimiento sería un suceso que no está justificado por motivos suficientes. Y lo que hace Žižek en su reciente ensayo Acontecimiento (Sexto Piso, 2014) es plantear si la filosofía –hoy condenadamente más necesaria que nunca para salir del marasmo del carnaval populista– puede ayudarnos a determinar qué es un acontecimiento y cómo es posible. Para Žižek, un modelo sería la irrupción de la democracia griega, la creación del Espíritu Santo en el Cristianismo y la Revolución Francesa: «¿Es un acontecimiento un cambio en el modo en que la realidad se presenta ante nosotros, o se trata de una transformación devastadora de la realidad en sí misma?»

No es extraño que los libros de Žižek hayan causado un terremoto académico

Céline; la guerra de Irak (y unas curiosas declaraciones de Donald Rumsfeld en febrero de 2002); el Otelo de Shakespeare; Mansfield Park, de Jane Austen; Canción de cuna interrumpida, de Ernst Lubitsch; Solaris, de Lem/Tarkovski; Juego de lágrimas, de Neil Jordan; M. Butterfly, de David Cronenberg; Super 8, de Spielberg; Melancolía, de Lars von Trier, y El árbol de la vida, de Malick, son la primera parada para definir, redefinir y enmarcar el signo de Acontecimiento.

Žižek va de la ficción al hecho supuestamente real con un ágil estilo de relaciones y asombros. «Hay tres (y sólo tres) filósofos clave en la Historia de la metafísica occidental: Platón, Descartes y Hegel. Cada uno de ellos representó una clara ruptura con el pasado: nada siguió igual después de que entraran en escena.» El Idealismo (Platón), la noción de realidad material mecánica e infinita y sin sentido, además del sentido de la subjetividad (Descartes) y la idea de que «estructuras sociales y principios se conciben como resultados de un proceso histórico contingente» (Hegel).

Para Žižek, con los citados, asistimos a un Acontecimiento del pensamiento. El laboratorio intelectual del ensayista esloveno es múltiple, dispar, culto, popular, provocador, sensato, original, único, lateral, cercano, secreto. Es una enumeración supuestamente caótica resultado de una profunda indagación sobre la ficción y la realidad para describir los signos demenciales de un presente fragmentado y a la deriva. Nadie plantea hoy, desde presupuestos filosóficos, una fotografía tan escalofriantemente verosímil de lo que pasa en la calle.

Todo se diluye en un inmenso jardín de senderos que se bifurcan hacia la nada

No es extraño que libros como Las metástasis del goce (Paidós, 2003), Amor sin piedad (Síntesis, 2004), Lacrimae Rerum (Debate, 2006), Sobre la violencia (Paidós, 2006), En defensa de la intolerancia (Sequitur, 2007), En defensa de las causas perdidas (Akal, 2011) y El año que soñamos peligrosamente (Akal, 2013) hayan causado un terremoto académico, un interés inédito por parte de los lectores y una apuesta, sin papanatismos ni hermetismos ininteligibles, por una manera de entender y explicar el presente tan singular, arriesgada y contundente.

Žižek, a diferencia de la sofística vaporosa que ha castigado con su verborrea errática las pasadas décadas, va directo a la cuestión, desde los brutales recortes de unos al desasosiego de otros: «Ahora la recesión económica y la desintegración social que la izquierda estaba esperando han llegado, y las protestas y revueltas están aflorando por todo el mundo. Pero lo que brilla por su ausencia es una respuesta coherente por parte de la izquierda a estos acontecimientos, un proyecto que permita transformar islas de resistencia caótica en un programa positivo de cambio social». Así, «la ira que explota por toda Europa hoy» queda inane, marcada por la impotencia, por la intrascendencia, por la fugacidad, por lo instantáneo, y todo se diluye en un inmenso jardín de senderos que se bifurcan hacia la nada.

Es el fin del «Acontecimiento», el entontecimiento global. O peor. «Cuando el escritor rumano Panait Istrati visitó la Unión Soviética a finales de la década de los veinte, cuando empezaron las primeras grandes purgas y farsas judiciales, un apologista soviético, tratando de convencerlo de la necesidad de usar la violencia contra sus enemigos, evocó el proverbio ‘‘No se puede hacer una tortilla sin romper ningún huevo’’, a lo que Istrati secamente respondió: ‘‘Está bien. Veo los huevos rotos. ¿Dónde está la tortilla?’’» (de Acontecimiento).

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