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«Archipiélago Gulag» en Corea del Norte
Hambre, delaciones, torturas, asesinatos. El régimen estalinista de Corea del Norte impone la dictadura del miedo a través de los campos de trabajo para prisioneros políticos. Una serie de títulos nos adentra en este siniestro «Archipiélago Gulag»
Su primer recuerdo es el de una ejecución. Así arranca Evasión del Campo 14, el libro publicado esta semana por la editorial Kailas que narra la vida de Shin Dong-hyuk, único norcoreano nacido en el gulag de este anacrónico régimen estalinista que ha huido para contar sus horrores. Escrito por Blaine Harden , antiguo corresponsal del Washington Post en Corea del Sur, se trata de un best seller internacional traducido ya a 28 idiomas desde su lanzamiento, hace dos años. Con un lenguaje directo, incluso brutal en muchos pasajes, es el espantoso relato de un hombre que vino al mundo en 1982 tras las alambradas de un campo de trabajo para prisioneros políticos y que, hasta su huida con 23 años, no conoció más que hambre, torturas, violaciones y ejecuciones.
Sin que ellos tuvieran ni voz ni voto, ni mucho menos amor de por medio, sus padres eran dos prisioneros a quienes los guardias habían unido como premio por su buen comportamiento. Por la ley de «culpabilidad por asociación», que condena a tres generaciones de familiares de quien haya cometido un delito en Corea del Norte, el progenitor de Shin cumplía pena en el Campo 14 porque sus dos hermanos habían huido al Sur.
Cinco noches al año
Gracias a su habilidad manejando un torno de metal en el taller del campo, al padre de Shin le ofrecieron una prisionera que trabajaba en la fábrica de ropa, con quien se había casado en uno de estos «matrimonios de recompensa» arreglados por sus guardianes. La pareja, que vivía separada en distintos sectores del campo, se veía sólo de vez en cuando; como mucho, pasaban juntos cinco noches al año.
Andrei Lankov pronostica la caída del régimen porque es «un fósil viviente»
Fruto de esos encuentros esporádicos nacieron Shin y su hermano, al que apenas conocía porque era ocho años mayor y había sido trasladado a otro dormitorio. En lugar de verla como una madre, Shin consideraba a su progenitora una rival con la que pelearse por la comida, escasa y siempre la misma: gachas de maíz y col fermentada o en sopa.
A los cuatro años, su primer recuerdo fue el de una ejecución. Alimentándose a base de ratas, ranas, serpientes e insectos, lo único que aprendió en el colegio del campo fue a ser un chivato ante los guardias a cambio de comida. Con el fin de que los niños aprendieran bien la lección, profesores con revólver al cinto los molían a palos e incluso llegaron a matar a uno de ellos a golpes con el puntero.
Sin remordimiento
Totalmente deshumanizado, Shin tenía 13 años cuando delató a su madre y a su hermano porque había descubierto que planeaban escaparse sin él. Ambos fueron ejecutados delante de Shin, que fue brutalmente torturado en lugar de conseguir la ración de arroz que le habían prometido los guardias. Pero no sintió ningún remordimiento porque había cumplido las normas del campo y, además, no existía nadie a quien más odiara en el mundo que a su madre. Tal y como explica en el libro, jamás había oído la palabra «amor» y, «a diferencia de aquellos que han sobrevivido a un campo de concentración, Shin no había sido separado de una existencia civilizada para ser obligado a descender al Infierno. Él había nacido y crecido allí. Aceptaba aquellos valores. Lo consideraba su hogar». Más desgarrador aún es el pasaje en el que reconoce que «en el campo, no era un ser humano, sino una bestia».
Pero a los 20 años le abrió los ojos un prisionero de la élite del régimen caído en desgracia. Aquel hombre había viajado por otros países y le habló del mundo que se abría más allá de las vallas electrificadas del campo. Precisamente en ellas se quedó abrasado este preso que iba a ser su compañero de fuga, momento que aprovechó Shin para atravesarlas y huir nada más empezar 2005. Tras sobrevivir vagando y robando, cruzó la frontera con China, donde un año después tuvo la suerte de encontrarse en un restaurante coreano de Shanghái con un periodista que le ayudó a pedir asilo político al Gobierno de Seúl. Como él, unos 25.000 norcoreanos han encontrado refugio en el Sur después de huir de su país.
Según Deemick, Corea no era un país subdesarrollado, sino que se cayó del desarrollo
Desde entonces, Shin Dong-hyuk ha denunciado las atrocidades de los denominados «distritos de control total» norcoreanos (kwan li-so), donde se calcula que se pudren hasta 200.000 prisioneros. Un siniestro «Archipiélago Gulag» como el que revelara el disidente ruso Aleksandr Solzhenitsyn en la antigua Unión Soviética.
Convertido en testigo de cargo contra el régimen de Pyongyang, la propaganda norcoreana acaba de difundir un vídeo donde aparece su padre negando que Shin naciera en un campo de trabajo. Una maniobra que ha «destrozado emocionalmente» al joven, a quien este fantasma del pasado le impide recuperar totalmente su libertad.
«Ver a mi padre por primera vez en casi diez años me causó mucha pena y me ha roto por dentro. Tras huir de allí, pensé que había muerto. Pero ahora que sé que está vivo, no sé si sentirme contento o no», explica Shin Dong-hyuk a ABC Cultural. A su juicio, «ahora que la ONU se ha involucrado y está intentando procesar al régimen en el Tribunal Penal Internacional, la propaganda ha grabado este vídeo con mi padre, a quien han secuestrado para montar una farsa y lo están utilizando como rehén para que regrese».
Miedo a no comer
Profundamente afectado, reconoce que «cuando huí hace nueve años, lo hice por el hambre y no me importaba que mi familia sufriera las consecuencias», pero señala que «ahora que estoy aquí y he aprendido a tener emociones, incluyendo el amor por la familia, me siento culpable por lo que le hice a mi madre y mi hermano mayor». De hecho, el único sentimiento que recuerda del Campo 14 es «el hambre. Así controlan a los prisioneros. El miedo a no comer es mayor que a las torturas».
Corea es una dictadura militar y racista con bases confucianas
Tras haberse humanizado en libertad, lo que más teme es «que le hagan daño a mi padre, que ha sufrido toda su vida en el campo de trabajo», confiesa. Traumatizado, asegura incluso: «Estoy dispuesto a sacrificarme y volver si el Gobierno de Corea del Norte me garantiza que no va a hacer sufrir más a mi padre».
Como bien saben todos los dictadores, la pluma puede ser más peligrosa que la espada y a Shin Dong-hyuk, el hijo del gulag, conviene silenciarlo o desacreditarlo porque ya se ha convertido en un símbolo de la lucha contra el totalitarismo de Pyongyang. «Junto a su testimonio, el contenido de Evasión del Campo 14 fue clave en la comisión de investigación de la ONU que, a principios de este año, documentó que Corea del Norte comete crímenes contra la Humanidad», señala Íñigo Gil, editor de Kailas.
Brutalidad paranoica
Dando buena fe de que este título «es una sacudida en toda regla», Gil revela a modo de anécdota que «tras revisarlo, la primera traductora a la que le propusimos el libro rechazó el encargo». Pero, a su juicio, «es necesario conocer la historia de Shin Dong-hyuk, que recorra Occidente y que los países libres presionen para liberar a los 200.000 presos políticos en los campos norcoreanos. Es increíble que nadie haga nada. Como lo fue, durante años, el exterminio de Hitler».
Al igual que ocurrió con el nazismo, Corea del Norte ha generado una «literatura del horror» que retrata la brutalidad paranoica de este régimen anclado en los tiempos de la «guerra fría» y consagrado al culto de la dinastía Kim, que va ya por su tercera generación. A modo de estirpe comunista, el actual dictador, el joven Kim Jong-un , es hijo del «Querido Líder» Kim Jong-il, fallecido en 2011, y nieto del fundador de la patria, el «Presidente Eterno» Kim Il-sung .
Las agencias elevan hasta los 2 millones la cifra de muertos en la «Ardua Marcha»
El libro del que nace este incipiente género es Los acuarios de Pyongyang (Amaranto), escrito también por un superviviente de los campos de concentración huido al Sur, Kang Chol-hwan, junto al historiador francés Pierre Rigoulot. A medio camino entre sus recuerdos de infancia y el periodismo, al que se dedica su autor actualmente en Seúl, esta obra fue la primera en sacudir la conciencia de Occidente en el año 2000. En ella, Kang reconstruye la década que pasó en el campo de Yodok cuando en 1977, con nueve años, acabó allí, condenado junto a su familia, porque su abuelo había caído en desgracia. Una vez más, la ley de «culpabilidad por asociación» arrastraba a tres generaciones que debían ser reeducadas a pesar de que el abuelo había donado toda su fortuna al Partido de los Trabajadores después de regresar de Japón, donde se había enriquecido al emigrar durante la época en que la Península Coreana era colonia nipona.
El «Eje del Mal»
Pensando que volvía al «paraíso proletario» una vez derrotado Japón en la II Guerra Mundial, el abuelo condenó a sus descendientes a un infierno que les arruinó la vida y se llevó a varios de ellos por delante. Kang huyó a China en 1992 dejando atrás a sus parientes, algunos de los cuales fueron enviados de nuevo a Yodok como castigo por su deserción. Plagado de muertes por hambre, extenuación, enfermedades, frío, palizas o ejecuciones, su relato es tan sobrecogedor que impresionó al propio presidente de Estados Unidos, George Bush, quien incluyó a Corea del Norte en el «Eje del Mal» junto a Irak e Irán en 2002 y recibió a Kang en el Despacho Oval en 2005.
Otro superviviente de un campo que también pertenecía a la élite del régimen, el teniente coronel Kim Yong, narró su descenso a los infiernos en Long Road Home, publicado en 2009 por Columbia University Press . De disfrutar de una vida privilegiada como oficial de la Agencia Nacional de Seguridad pasó a trabajar seis años en la mina de un campo, al ser acusado de traición en 1993. Al igual que Shin Dong-hyuk y Kang Chol-hwan, consiguió escapar de Corea del Norte y es uno de los más destacados desertores del régimen.
Los pilares de la economía:la venta de armas, el tráfico de drogas y la falsificación
Otra de las obras cumbre de la «literatura del horror» de Corea del Norte es Querido Líder (Turner), de la periodista estadounidense Barbara Demick . Después de trabajar varios años como corresponsal del diario LA Times en Seúl, esta veterana reportera firmó en 2009 uno de los más impactantes y humanos retratos de esta misteriosa nación. Con su especial sensibilidad y atención por los detalles, Demick sigue la vida de seis norcoreanos de Chongjin, al noreste del país, durante quince años de sus vidas: desde los tiempos felices en que la alianza con la Unión Soviética aseguraba cierta prosperidad hasta la «Gran Hambruna» de los 90, que colapsó el régimen comunista y desmanteló el Sistema de Distribución Pública de Alimentos. Durante aquella época, bautizada por la propaganda como la «Ardua Marcha», el Gobierno reconoce que perecieron unas 300.000 personas, pero las agencias internacionales elevan dicha cifra hasta los dos millones.
En esta excelente muestra de periodismo literario, es antológico el primer capítulo, que detalla los encuentros amorosos de dos adolescentes en la oscuridad gracias a los apagones que sufría –y sufre aún– Corea del Norte por su falta crónica de energía. Pero, según observa Demick con lucidez, «este país no era subdesarrollado, sino que se ha caído del mundo desarrollado» por culpa de un régimen que parece sacado de 1984, de Orwell, o de alguna novela de Kafka.
Suena el teléfono
Aunque ninguno de estos maestros puede ser leído en Corea del Norte por culpa de la censura, el arranque de Dear Leader, escrito por Jang Jin-sung y editado este año por Random House, parece inspirado en El proceso. Poco después de la medianoche, suena el teléfono del camarada Jang, quien es convocado de forma extraordinaria en su puesto del Ministerio por la Secretaría del Primer Partido. Eso sólo puede significar dos cosas: o que va a ser purgado en un campo de trabajo o que va a tener el excepcional privilegio de reunirse con el «Querido Líder», Kim Jong-il.
Jang se encuentra con cinco de sus superiores en el Departamento del Frente Unido, al que ya ha ascendido como una de las más brillantes mentes de la propaganda. A empujones, los soldados los meten en una furgoneta con las ventanas tapadas por cortinillas. Al cabo de un par de horas dando vueltas en círculos, llegan a una estación reservada para el «Querido Líder», donde un tren los lleva hasta un embarcadero en el que, ya al amanecer, toman una lancha rápida hasta una isla. Al mediodía por fin se aclara el misterio: van a almorzar con el «Querido Líder».
En los «Distritos de Control Total» se calcula que se pudren hasta 200.000 prisioneros
La guardia anuncia su llegada y se abren las puertas de la sala, pero lo primero que ven entrar es un perrito peludo dando saltitos. Detrás lo persigue un viejo que, para sorpresa de Jang, es Kim Jong-il, mucho más mayor de lo que aparece en la propaganda que él mismo ayuda a crear con sus poemas laudatorios.
Aunque Corea del Norte se muere de hambre, el banquete es suntuoso y la iluminación de la sala va cambiando de color a medida que los camareros, vestidos de gala, traen nuevos platos. De repente surge una cantante occidental que entona una canción rusa que arranca las lágrimas al «Querido Líder». Imitándole, todos los comensales rompen a llorar. El festín termina con un helado en llamas que aturde aún más a Jang, pero no tanto como cuando el «Querido Líder» lo llama para brindar con él y le felicita por su trabajo.
El protagonista de este relato surrealista es, por supuesto, Jang Jin-sung, el poeta de Kim Jong-il que trabajaba para la propaganda y en 2004 huyó de Corea del Norte harto del hambre y el horror que él mismo ocultaba con sus rimas.
Un «thriller» despótico
Buena prueba del creciente interés literario por Corea del Nortes es que la novela El huérfano (Seix Barral), del estadounidense Adam Johnson , ganó el Pulitzer de ficción el año pasado. Mezclando los hechos históricos con el surrealista universo norcoreano, este thriller distópico recrea la vida de un niño criado en un orfanato estatal que se convierte en agente al servicio del régimen, secuestra a ciudadanos japoneses –como realmente ocurrió en los años 70 y 80– y participa en misiones en Estados Unidos en medio de la tensión nuclear con la Casa Blanca.
La ley condena a tres generaciones de quien haya cometido un delito
Además de «inspirar» esta literatura, el opaco régimen de Corea del Norte es objeto de frecuentes análisis por parte de politólogos e historiadores que intentan desentrañar sus secretos. De ellos, el más destacado es el experto ruso Andrei Lankov , quien se educó en Pyongyang en los años 80 y ha consagrado toda su carrera al estudio de este país. En su libro The Real North Korea, publicado el año pasado por Oxford University Press, desmiente los clichés occidentales de que el régimen es «irracional» e «impredecible», pero sí pronostica su caída porque «es un fósil político viviente, una reliquia de una era pasada».
Desde una perspectiva muy distinta, a la misma conclusión llega Victor Cha en The Impossible State, editado por Random House en 2012. Como asesor del presidente Bush para Asia, Cha fue el número dos de la Casa Blanca en las fallidas conversaciones a seis bandas con Pyongyang para su desarme nuclear a cambio de petróleo, ayuda humanitaria y reconocimiento diplomático.
Los «superdólares»
Cha disecciona los pilares de la economía norcoreana: la venta de armas, el tráfico de drogas, piedras preciosas y tabaco de contrabando y las falsificaciones perfectas de billetes de 100 dólares, los famosos «superdólares» (kattalio). «Dirigidas por la Oficina 39 del Partido de los Trabajadores, las actividades delictivas le reportan a Corea del Norte entre 500 y 1.000 millones de dólares al año», asegura en el capítulo «El Tony Soprano de Corea del Norte», donde detalla la trayectoria criminal de este Estado paranoico que perpetró atentados terroristas contra el Sur en la década de los 80.
También en inglés, es muy recomendable The Cleanest Race, de Brian R. Myers (Melville House, 2010). Analizando su Historia y los mitos que ha creado su omnipresente propaganda, el autor destaca que Corea del Norte es, más que un régimen estalinista, una dictadura militar y racista con bases confucianas que ha endiosado a los Kim para mantener sometido a su pueblo hasta hoy. Durante cuánto tiempo más, eso no lo sabe ni el más lúcido de los «autores del horror».