Oti Rodríguez Marchante

El truco («La novia») y el prestigio («Truman»)

El director Cesc Gay, la productora Marta Esteban, el actor Ricardo Darin y el guionista Tomas Aragay celebran el éxito de «Truman» REUTERS

Cada cosa necesita su tiempo para dejar de humear, el té, una fogata, un habano, una pasión…, los premios Goya. A los dos días ya no humea ni la escarola de Victoria Abril, ni la pajarita de Iglesias, ni la sobreactuación de Natalia Molina al recoger su sorprendente premio como mejor actriz… Algunos detalles de estos Premios Goya ya están quemados y apagados, y otros son rescoldos, brasas vivas y duraderas. La apuesta final de la Academia por «Truman», en plena contradicción con su abrumadora apuesta precedente en favor de «La novia» (que ganó en sólo dos apartados de sus doce candidaturas), ni siquiera puede considerarse una extravagancia, pues es ya algo tan previsible como el tono político (evidente o subliminal) de la misma ceremonia: A Almodóvar no le cayó ni un solo premio de las quince candidaturas que tenía «Átame»; Agustín Díaz Yanes, con otras quince por «Alatriste», se fue también a lo triste. Vicente Aranda, Amenábar, Daniel Sánchez Arévalo con «La gran familia española», Álex de la Iglesia con «Balada triste de trompeta»... Es la magia, o el ilusionismo, de la Academia: en una mano previa te muestra el mazo de cartas, y en la otra se guarda el As, el prestigio del truco.

La opción final: La carta de Cesc Gay, «Truman», ha sido definitivamente la película perfecta, con el mejor guión, la mejor dirección, las mejores interpretaciones protagonista y secundaria, y por lo tanto e indiscutiblemente la mejor película (siempre resulta sorprendente que a un título que gana tres de esos apartados esenciales, guión, dirección e interpretación, se le niegue el cuarto, pero ocurre). Al elegir la Academia a «Truman» en vez de a «La novia» sugiere varias cosas, aunque la principal de ellas es su predilección por el cine tradicional, en el mejor sentido de la palabra, pues «Truman» es una película ideada, dirigida e interpretada con todas las mejores virtudes del cine más legendario y clásico: personajes y emociones muy cercanas, y absoluta brillantez en el texto y en la exposición de las situaciones; llega y se queda. Y es cierto que esas, o algunas de esas virtudes también podrían encontrarse en «La novia», texto, emociones e interpretaciones, aunque la exposición de todo ello es más fatigosa, más arriesgada, más «elaborada», «bonita» y «presumida»... Y es una elección noble y meritoria, pero ese ahínco en el bordado del envoltorio tal vez le afecte a la calidad del lodo que lleva en su interior esa terrible historia. Nunca hay justicia o injusticia en los Premios Goya, hay elección, preferencia, y supongo que la más milagrosa de la noche fue que Natalia de Molina ganara el premio de interpretación a costa de los irrepetibles trabajos de Inma Cuesta, Penélope Cruz y Juliette Binoche.

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