Dani Rovira «Soy carne de escenario, es lo que me ha dado todo lo que tengo ahora»
El actor estrena el viernes «Ahora o nunca», de María Ripoll, mientras está a dos semanas y media de finalizar la secuela de «Ocho apellidos vascos»
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Dani Rovira estrena este viernes «Ahora o nunca» , filme dirigido por María Ripoll y que supone su primera película después de «Ocho apellidos vascos». No se le nota agotado en la promoción y, cuando se le pregunta la razón, contesta: «Cansado es el que está picando al sol o en la mina. Esto no es cansado, esto es una bendición». El malagueño, en plena cúspide, apenas tiene tiempo para respirar, pero sabe el momento por el que pasa y vive con ilusión esta nueva película.
—¿Cómo surge «Ahora o nunca»?
—Fíjese qué curioso: me pusieron el guión delante antes incluso de que se estrenara «Ocho apellidos vascos». Fue una apuesta personal de la directora de casting y del productor. No había reparto ni nada y, claro, estuve muy agradecido. Luego se le dio forma, empezó a entrar gente y ya aquello parecía «Los Mercenarios» en plan romántico, entrando figura tras figura.
—La pregunta es obligada: ¿Esta segunda película, tras «Ocho apellidos...», es la más arriesgada?
—Hummm, no sé. Siempre habrá agravios comparativos, pero cada proyecto es un mundo muy diferente. Aconsejo a la gente que no vaya buscando segundas partes de nada. Es otra película y otra manera de ver el humor. Eso sí, se lo van a pasar genial porque es un comedia romántica con todas las de la ley, con aire muy británico, tipo de las que hace Hugh Grant.
—¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la película?
—Los actores. Ovación cerrada para todos ellos. Es una película de actores. A pesar de que hay una historia los diálogos se prestaban a ser modificados. De hecho, hemos improvisado mucho, sobre todo el grupo de las chicas, que han estado fenomenal.
—Cambiando el paso. ¿Nota mucho cómo le ha cambiado la vida?
—Intento luchar para que siga igual pero está claro que lo que busco es el equilibrio entre lo que yo quiero y lo que te obliga la sociedad.
—¿Pero puede ir por la calle o ahora es más agobiante?
—Es más agobiante. Entiendo que haya gente que pueda disfrutar al principio. De hecho, cuando hacía monólogos y la gente te paraba por la calle, era una fama cómoda, pero ahora sí que es agobiante porque es constante, desde que pones un pie en la calle hasta que llegas donde sea. En fin, tienes que ir poniendo tus propios límites y tus herramientas porque, ante todo, está la felicidad propia.
—¿Y ve a sus amigos de siempre?
—Sí, sí, incluso más que antes, porque los necesito más ahora. En este mundo loco en el que te meten es cuando más preciso de mi núcleo general de amigos, tanto en Madrid, en el mundo de los cómicos de donde yo vengo, como mis amigos de Málaga y Granada. Ahora me empeño mucho en bajar a Málaga, porque realmente lo necesito. Yo les digo que son los que me ayudan a tocar tierra. Ellos disfrutan mucho. Es que me conocen desde que no tenía barba, me han visto crecer y me gusta mucho estar con ellos porque normalizan todo.
—¿Pero sigue haciendo parte de su vida normal? Por ejemplo, ¿continúa haciendo monólogos?
—Sí, sí, por supuesto. Yo es que no puedo dejar de subirme a un escenario, soy carne de escenario. No sé el tiempo que estaré haciendo cine, espero que sea mucho, pero si me tengo que aferrar a algo es a un escenario. Es lo que me ha dado lo que tengo ahora.
—Se le abren otros horizontes.
—No es porque quiera ser renacentista, pero lo que me va saliendo lo voy haciendo. Por ejemplo, lo de «Atrapar la bandera», que es poner la voz a un malo de un dibujo animado, me pareció muy divertido. En cuanto a lo de los microcuentos, mi origen en realidad es ser un cuentacuentos. Gracias a Twitter fui haciendo pequeños cuentos y así surgió la idea de hacer un librito para Navidades, «Agujetas en las alas y 88 razones para seguir volando».
—Entiendo que el próximo paso es escribir guiones.
—Me interesa porque hay muchas historias que contar. El problema es que hay que estudiar mucho y saber de eso. Sí es verdad que estoy intentando entender, pero un poco desde el instinto. Cuando me siento en una butaca tengo muy claro lo que quiero ver. Pero de ahí a hacerlo... No lo descarto, pero necesito estar muchos más años en el cine para poder llevarlo a cabo.
—Lo de dirigir es más complicado.
—Me gusta estar delante de la cámara. Todo lo modosito que yo soy en el día a día, luego al actuar es otra cosa. Y eso me gusta. Me gusta tanto actuar que ahora mismo no sé si sabría ponerme detrás de la cámara.
—Lo de modosito será una broma.
—No, no. En serio. Yo no puedo estar 24 horas así, todo el tiempo de cachondeo. Es verdad que me considero un tío guay, pero estoy lejos de ser la imagen que tiene de mí la gente por lo que ve en los monólogos. No es posible estar así todo el tiempo. Me daría algo. A ese respecto soy bastante seta.
—Pero, ¿cómo lleva eso de que la gente diga que nada más verle se parten de risa antes de que hable? Porque eso es una virtud.
—Sí, es cierto. Y al respecto solo puedo tener palabras de agradecimiento. Es verdad que agobia un poco cuando sales a la calle, pero peor sería ser un político corrupto o un árbitro de estos malos que encima te dicen hijo de....
—¿Y qué es lo que antes hacía y que ahora no puede hacer?
—Las cosas normales: ir al cine relajado, ir con mis sobrinos a un parque acuático o a la playa, estar en una terraza granadina tomándote una cerveza, ir a jugar a los bolos... Las cosas cotidianas de cada día.
—Después del éxito que tuvo con los Goya, es de suponer que repetirá.
—Estamos ahí. Todavía queda hablar con Antonio (Resines), pero creo que la Academia se quedó muy contenta y yo también. No sé, vamos a sentarnos y sí, yo creo que existe esa posibilidad.
—¿Cómo va el rodaje de la secuela de «Ocho apellidos vascos»?
—Fenomenal. Nos quedan dos semanitas y media de rodaje. Lo estoy viendo muy bien, se ha conseguido recuperar el ambiente de rodaje que había en la primera y las nuevas incorporaciones han sumado mucho. Los que estábamos, estamos más fuertes con unos personajes supermarcados, y las incorporaciones de Belén Cuesta, Berto Romero y Rosa María Sardá han sido maravillosas.
—¿No les pesa la tensión?
—Es una presión que no nos debería tocar. Además, sería algo injusto tener esa presión. Que no haga la taquilla de la primera para nada sería un fracaso. De hecho, esta, tal y como me la estoy montando en la cabeza, va a ser bastante más divertida que la primera. No está el factor sorpresa, pero la sigue dirigiendo Emilio y él sabe hacer cine del bueno.
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