FLAMENCO
Cinco cantes para descubrir a Fernanda de Utrera
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Este 9 de febrero se celebra el centenario de la cantaora, una de las máxima figuras del flamenco

Los dedos de la mano izquierda gimen por el mástil, buscando la rotura que se produce al posar las yemas cerca de la boca del instrumento. Grita ahí abajo la madera y la orden, otra forma de llamar a la cuerda. Se muerden notas y ... arpegios, dejando silencios que son castillos en la antesala de algo. Se dicta sentencia desde la otra muñeca, la derecha, que percute los cimientos, pero a la vez invita a pasar a la palabra. Zarandea con violencia y tensión, sin doblegarse. Fernanda de Utrera, a ese tiempo, aguarda a un lado, imagino que con la mueca del torero que se entrega: 'Buena suerte', diría Calamaro.
La cadencia andaluza toma cuerpo de esqueleto hasta que el cante, falto de adorno, vence su timidez. La voz dialoga entonces con lo áspero del toque de Marote, guitarrista granadino. Se arrastra por el suelo. Quiebra lo quieto. Entre la ceniza y el humo surge el eco de una mujer al borde de cantar una de las soleares más sobrecogedoras de la historia. Arranca la conversación. La pelea. El triunfo del arte desnudo y, por tanto, inimitable. Es su naturaleza en sí su máxima dimensión. Todo lo que no se puede emular es lo que define su valor. Pintura negra sostenida en el aire.
Este 9 de febrero se celebra la conmemoración del centenario de Fernanda de Utrera, cantaora de artistas y bohemios, cineastas, poetas y gentes capaces de recorrer un sinfín de kilómetros para tocar una puerta, pasar y escuchar, tal fue el caso de Antonio Mairena y otros tantos. Su cante, aunque deje un reflejo en la discografía y el cine, se desarrolló entre fiestas privadas, festivales y tablaos, por lo que hoy se nos escapa entre los dedos.
Por este motivo, su obra parece hermética para quien trata de descubrirla. Aparece en películas como 'Duende y misterio del flamenco', de Edgar Neville; y 'Flamenco', de Carlos Saura. Cuenta con un puñado de álbumes y grabaciones caseras. Sin embargo, en plataformas digitales y registros su aportación está deslavazada. Registros, por cierto, de los que ella rehuyó, pues no se apuntó sus propias letras hasta la recta final. Además, la mayoría ni siquiera las retuvo. Las cantó sobre la marcha, y allí quedaron, en lo efímero de unos pocos oídos sin retentiva.
En este sentido, establecemos cinco puertas de entrada a su obra. Y la primera, claro está, es la soleá junto a Marote que se titula 'Mi mal no tiene cura'. Se hizo premonitoria en 2006, cuando la desmemoria le apagó el corazón.
Reina de la soleá
Fernanda de Utrera es la reina de este palo. Ese lugar común en el que los estilos bravos de la Serneta y Juaniquí conjugan dos elementos. Primero, una arquitectura musical equilibrada y compleja, con amplios arcos melódicos que exigen las máximas facultades del intérprete. Segundo, la propia expresión. Ella no calcó estilos de soleares utreranas, de Alcalá, Lebrija, Triana o Jerez, sino que encontró en todos ellos vehículos con el que lamentarse. Criaturas funestas por la garganta, una agonía que ni mata ni olvida. Lo que espanta. El bello horror de lo que habita entre pavesas. No es una catedral su soleá, sino un camposanto. Muestra de un juego agónico que impactó a Caballero Bonald, Carlos Saura, Almodóvar y una comedida multitud de sensibles.
La bulería, entre copla y cante
La segunda puerta de entrada a su obra, tras la soleá, ha de ser la bulería, su otro lugar de recreo. Existen aquí dos rostros igualmente ennegrecidos de la misma moneda. Cantaba los estilos de su tierra y de Jerez, algo más cortos, pero también las coplas, que con solvencia cuadraba en el compás de tres por cuatro como si se hubieran creado para medirse en él. Quizá ahí está lo más popular tanto de su repertorio como el de su hermana Bernarda. Aquello que escucharon por la radio para vestirlo después de huesos: el 'Compromiso', de Machín; 'Se nos rompió el amor', de Manuel Alejandro; y el 'Toda una vida', de Ferrés.
Cantiña de Pinini: celebrar la muerte
Lo tercero, recibida la soleá y la bulería, y aunque también dejara su impronta por seguirillas y por tangos con guitarras tan expresivas como las de Diego del Gastor, Pedro Bacán, El Poeta, Eduardo de la Malena o Melchor de Marchena, deberían ser las cantiñas. Por supuesto, las de Pinini, familia de la Baja Andalucía con la que está emparentada y que creó uno de los estilos esenciales del género jondo. La luminosidad propia de estos tercios atemperados propicia unos contrastes únicos. En un estilo eminentemente festivo, Fernanda canta lo siguiente: «El día que yo me muera, yo te lo voy a ti a encargar, que la tierra que a mí me cubra, la tienes tú que venerar». El contrapunto entre la sonoridad, en tonos mayores, y la pesadumbre de la lírica conducen a un disparate prehistórico que habita en ese ningún lugar por el que se arrastra su queja. Está riendo ante la tumba. Celebrando con la pena cabal de la alegría.
Fandango y vuelta a soleá
Por último, será el fandango lo que nos ensanche la visión de la cantaora. Lo que nos devuelva, también, al terreno de la soleá en el que comenzamos, quinta puerta de entrada, y esperemos sin salida. El fandango se compone de cinco versos en forma de quintilla, con la resolución del conflicto al final. Fernanda, además, ofrece en alguna ocasión ayeos propios de la malagueña del Mellizo: el pecho manda. Lo prohibido es la senda de esta gitana. La soledad y el desengaño. La letra, de su autoría. Y tercio a tercio deshoja un misterio por el camino de la emoción: 'Al mismo juego', por ejemplo. Su espacio poético y sonoro es el mismo: una verdad entre llagas. Indecible. Y ese espacio, desde luego, lo desplegará de buena forma en la soleá. Tres o cuatro versos. No más. Pero la vida entera de perfil en todos ellos.
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