Colección de Arte Hispalense
Zuloaga y Belmonte, retrato sevillano de una amistad
El periodista José Romero Portillo ha publicado el libro «Ignacio Zuloaga en Sevilla», editado por la Diputación
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Ignacio Zuloaga y Juan Belmonte fraguaron una gran amistad, algo que duró hasta la muerte del maestro vasco, en 1945. Esto y mucho más se puede descubrir en el libro «Ignacio Zuloaga en Sevilla» (colección de Arte Hispalense de la Diputación de Sevilla), del periodista José Romero Portillo (Alcalá de Guadaíra, 1981). Este trabajo tiene gran interés porque hasta la fecha nadie había investigado la influencia que tuvo la luz y el color de Sevilla en las primeras obras de juventud de este artista.
Zuloaga invitaba a Belmonte a la localidad gipuzcoana de Zumaya —en donde está uno de los dos museos dedicados al pintor, el otro está en Pedraza de la Sierra (Segovia)— para participar en las corridas benéficas. A este respecto, el hospital de San Juan de Zumaya —cuyo nombre está puesto en homenaje a Juan Belmonte— se hizo a través de las corridas benéficas que organizaba el artista y a las que invitó a Belmonte y Joselito el Gallo. «Belmonte dijo que si Zuloaga no hubiese sido pintor, hubiera sido un gran torero por su valentía. Además, el pintor consideraba al torero como uno más de la Generación del 98 , apareciendo retratado en uno de sus cuadros más importantes, “Mis amigos”, junto a Baroja, Azorín, Valle Inclán, Marañón y Ortega y Gasset», señala Romero Portillo.
En el verano de 1924, mientras disfrutaba de unos días de descanso junto a su familia en Zumaya, Zuloaga dedicó tres cuadros a Juan Belmonte . «En el primero de ellos, el torero se muestra de frente y con capa; en el segundo, con traje negro; y en el tercero, vestido de plata. De este tríptico, acaso sea este último el más elogiado, por la intensidad de las sensaciones que transmite», señala este investigador, quien además dice que el pintor ennoblece al «Pasmo de Triana» con «actitud gallarda, mirada insondable y abstraído del entorno».
Esa admiración que sentía el artista vasco por Belmonte se refleja en algún que otro texto de Zuloaga, que definía al torero como « un símbolo en el toreo , y no meramente por sus hazañas ante los astados, sino por su seriedad, su sólida cultura literaria , su desprecio de la pose y de las actitudes flamencas y su nunca desmentida sencillez».
Durante la etapa sevillana de Zuloaga —que duró entre 1892 y 1904—, el artista tuvo una especial predilección por los temas taurinos. Así, destacan cuadros como «Gallito y su familia» (1903). En esta pintura aparece Gabriela Ortega , matriarca de una dinastía de toreros, que mira con ternura a su hijo Joselito, que entonces tenía ocho años. El futuro ídolo de la tauromaquia se encuentra en brazos de su hermano Rafael, vestido de luces. Muy vinculado a los Gallo, Zuloaga ejecutó esta obra cuando éstos vivían en la calle Relator, muy cerca de donde trabajaba el pintor en sus temporadas hispalenses.
La idea de este libro sobre la etapa sevillana de Zuloaga surgió a partir de una serie de artículos que hizo este periodista sobre personajes de la cultura que pasaron por Alcalá de Guadaíra. « Enrique Sánchez , director de La Voz de Alcalá, me animó a investigar sobre el paso de Zuloaga por Alcalá. A partir de ahí me puse en contacto con la familia del pintor, que me atendió de manera fenomenal», admite Romero Portillo.

Zuloaga frecuentó los cafés cantantes de la Alameda y el mercadillo del Jueves. Su producción en Sevilla fue tan importante que pintó más de cincuenta cuadros. «Él venía de formarse en París en la Academia Libre. Por circunstancias económicas, unos amigos le agencian un trabajo en una compañía minera de Sevilla en 1892. Los yacimientos mineros estaban en la Sierra Norte. A él le buscaron un trabajo como pagador de los mineros. Tenía que ir a caballo de Sevilla a la Sierra Norte para darles el dinero, siempre con un revólver por si había algún salteador de caminos», aclara este periodista.
El pintor se instaló en la Casa de los Artistas, cerca de la calle Feria. Durante su estancia en la ciudad andaluza trabaja de forma muy independiente. Si en París había tenido una gran relación con Gauguin , Degas , Toulouse Lautrec , Rusiñol o Ramón Casas , entre otros, en Sevilla trabajó en solitario y no se apega a la escuela paisajista de Alcalá de Guadaíra. Llegó a relacionarse con Gonzalo Bilbao , pero sin que surgiera una amistad. «Zuloaga tiene más relación con los pintores foráneos que vienen a Sevilla, como Darío de Regoyos , que con los pintores locales», afirma este investigador.Quizás con el único pintor sevillano con el que se llevó bien fue con Javier de Winthuysen , pues con Gonzalo Bilbao «hay una carta que escribe a su tío Daniel Zuloaga en la que afirmaba que Gonzalo Bilbao lo estaba copiando», asegura Romero.
El paso de Zuloaga por Sevilla no es continuado . Él venía en otoño y en invierno. Su temporada de trabajo en Andalucía era casi invernal, ya que se quería alejar del frío intenso de París para buscar mejores condiciones climáticas y una luz más óptima. Se buscó una casa en Alcalá de Guadaíra justo en la ladera del castillo. En ese sentido, el barrio gitano de Alcalá le atraía porque allí había unos modelos determinados. « Él se interesa por el costumbrismo, pero se salta los estereotipos y busca la psicología en el personaje retratado . No tiende al miniaturismo como se hacía en Andalucía a finales del XIX. Busca grandes formatos», dice Romero Portillo, quien también añade que el pintor vasco «busca modelos adecuados como toreros, gitanas, floristas, cigarreras, etc.». Así, hace cuadros notables como «Retrato del picador El Coriano». Estos modelos los repitió hasta su muerte en 1945.
La etapa sevillana de Zuloaga acabó a nivel artístico en 1904, aunque siguió viniendo a la ciudad para disfrutar de la Semana Santa, que le encantaba, o la Feria de Abril. A partir de ese año comenzó a trabajar en el taller de su tío Daniel en Segovia.