Las claves de por qué Sevilla nunca abandonó el Barroco
El historiador del arte Álvaro Cabezas García publica el primer estudio que analiza lo que ocurrió en el tiempo oscuro de transición entre 1749 y 1835
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Sevilla sigue viviendo del esplendor artístico alcanzado hace cuatrocientos años. La pintura o la imaginería nunca dejaron de beber de las fuentes de Murillo, Velázquez, Montañés o Pedro Roldán . Los intentos por pasar página hacia nuevos movimientos como el Neoclasicismo no fructificaron en la ciudad, que siguió inspirándose en el gusto estético del Barroco .
El doctor en Historia del Arte Álvaro Cabezas García ha publicado recientemente su libro «Teoría del gusto y práctica de la pintura en Sevilla (1749-1835)» , que es el primer estudio que se hace de un «tiempo oscuro» en la historia de la ciudad, que recoge la transición del Antiguo Régimen a la nueva realidad política y cómo afectó a la percepción artística.
Cabezas afirma que «frente a las pretensiones oficiales que tenía la Monarquía por terminar con el Barroco y basarse en el Neoclásico , la realidad social llevó a la pintura sevillana a otro puerto». Este historiador del arte se basa en la pintura como «fotografía de la realidad social» y concluye que lo que ocurrió en este periodo fue, «que se modificaron muchas cuestiones, sobre todo de caracter superficial, para permitir largas continuidades estéticas que funcionaban».
Así, desgrana los porqués de esta inmortalización del Barroco . Toma como punto de partida el año 1749 , la fecha de la muerte de Domingo Martínez, uno de los últimos pintores sobresalientes del Barroco y, como cierre, el año 1835 , cuando a consecuencia de la desamortización de Mendizábal, se crea el Museo de Pinturas, hoy de Bellas Artes.
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Tiempos oscuros
Durante estos 86 años, España pasó por la crisis del Antiguo Régimen, que tuvo como consecuencia el inicio de la Edad Contemporánea. Explica Álvaro Cabezas que, en el caso de Sevilla, se sucedieron una serie de hechos que condicionaron esta etapa , como fueron la expulsión de los jesuitas, la «alcaldía» de Pablo de Olavide, el reconocimiento oficial por parte de la monarquía de Carlos III de la Real Escuela de las Tres Nobles Artes de Sevilla, el primer centenario de la muerte de Murillo, la visita de Carlos IV y María Luisa de Parma, la epidemia de fiebre amarilla, las revueltas y desórdenes populares por la invasión francesa, el establecimiento de la Junta Central en Sevilla, la ocupación francesa, el gobierno liberal de Riego y la desamortización de Mendizábal, con la supresión de determinadas órdenes religiosas y acumulación de sus bienes en determinados «depósitos patrimoniales» como el Museo Provincial.
A pesar de que durante estos años se produjo una variación en el gusto hacia formas «más sosegadas» . Se crearon escuelas para unificar los criterios y controlar las producciones. En el caso de la pintura, recurrieron a las soluciones empleadas por los grandes maestros del pasado glorioso español: Velázquez en Madrid o Murillo en Sevilla.
La Real Escuela de las Tres Nobles Artes comprendió que, tras no fructificar los cambios que se estaban aplicando, había que seguir los modelos de Murillo, algo que salió reforzado tras la ocupación francesa, cuando la pintura adquirió la concepción de souvenir, es decir, más allá de lo devocional estaba lo comercial. «Era lo demandado con por los turistas que llegaron a Sevilla atraídos por los relatos de viajeros y por el exotismo que ofrecía una imagen pretendidamente creada por foráneos». Había, entonces, que restituir el esplendor de antaño.
Así, las barreras del Neoclásico o el Costumbrismo, en Sevilla nunca cerraron la puerta al Barroco. Y es que, cuando algo funciona, ¿para qué cambiarlo?