Cien años del nacimiento de Álvaro Delgado: vivir para pintar
La Academia de Bellas Artes dedica una antológica al pintor madrileño, uno de sus miembros ilustres, que renovó la Calcografía Nacional

Cuenta Álvaro Delgado-Gal que su padre, pese a estar muy dotado para el dibujo, suspendió el examen de ingreso a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Aunque sospecha que fue adrede, pues remató la figura de una estatua con el rostro de ... una amiga. Iba para fraile, pero acabó siendo pintor. Lo que perdió la Iglesia lo ganó el arte. Décadas más tarde, concretamente en 1974, Álvaro Delgado ingresaba en la Academia con un discurso sobre 'El retrato como aventura polémica', que fue contestado por Enrique Lafuente Ferrari. Y ahora, casi medio siglo después, la institución a la que estuvo tan estrechamente vinculado (de 1989 a 2006 estuvo al frente de la Calcografía Nacional, que renovó de pies a cabeza) le rinde homenaje en el centenario de su nacimiento con una antológica (7 de octubre-11 de diciembre) que revisa su prolífica carrera. Nunca dejó de pintar. Murió en 2016. Lo hizo con las botas puestas, apenas media hora después de dar unas pinceladas a una 'Leda con cisne', que quedó inacabada en el caballete.



Recorremos la muestra con uno de sus comisarios, Víctor Nieto Alcaide, académico delegado del museo (el otro es el crítico de arte Tomás Paredes). Si hay algo que define a Álvaro Delgado como artista (él mismo lo confesaba en las entrevistas) era su inagotable curiosidad. Siempre abierto a todo lo que ocurría a su alrededor, era una esponja: lo mismo asumía la pintura del Greco (perceptible en cuadros como 'El cardenal Niño de Guevara' o 'Navia') y el cubismo de Braque y Picasso ('Bodegón con pipa y jarra'), que homenajeaba a Goya. Cuelgan su particular tributo a 'Los fusilamientos del 3 de mayo' (sustituyen a los soldados franceses los grises, la policía franquista) y su versión de 'Saturno devorando a su hijo'. En este caso, la paleta negra goyesca se torna multicolor. La Guerra Civil, que vivió siendo un adolescente, incorporó la violencia y los conflictos bélicos a su pintura. Es el caso de unos cuadros centrados en los presos judíos en campos de concentración. «Hay varios Álvaros Delgado. Fue un pintor de cambios, transformaciones, abandonos y recuperaciones derivados de su idea de vivir para pintar», explica Nieto Alcaide. «Dentro del panorama renovador de la pintura moderna española, su obra constituye un capítulo relevante».
Formó parte de la segunda Escuela de Vallecas. Conoce en las tertulias del café Lion a Benjamín Palencia, Daniel Vázquez Díaz y Pancho Cossío, sus tres grandes maestros. La pintura de Álvaro Delgado, figurativa y expresionista, coquetea siempre con la abstracción. Hay cuadros en los que cuesta reconocer las figuras, los objetos... Semejan obras de expresionistas abstractos norteamericanos, no por lo matérico de sus composiciones, sino por la gestualidad.
Prefería a Céline que a Proust. Y abordó con el mismo entusiasmo el paisaje, los bodegones y las naturalezas muertas, pero sobre todo el retrato, género en el que fue un absoluto maestro. En la exposición cuelga una magnífica galería, por la que desfilan desde familiares (su padre, su mujer, Mercedes; su único hijo, Álvaro), amigos y colegas (Benjamín Palencia, Juan Barjola), hasta políticos (Agustín Rodríguez Sahagún, Santiago Carrillo) e intelectuales y figuras del mundo de la cultura (Pío Baroja, José Luis López Aranguren, Ramón González de Amezúa, Luis Díez del Corral, Pere Gimferrer).



Destaca Nieto Alcaide los retratos de Leopoldo María Panero (el pintor conocía muy bien a los Panero, pues ambas familias vivían muy cerca) y Ramón Faraldo, guionista de cine, crítico de arte y su cuñado (estaba casado con la pintora Menchu Gal, hermana de su esposa). En este caso, es un retrato póstumo, en el que hace un guiño con el encuadre cinematográfico. Faraldo aparece distorsionado, con la boca muy abierta, como los Papas de Bacon, que gritan de dolor. También cuelga en la muestra el retrato del emperador Haile Selassie, que el pintor entregó a la Academia tras su ingreso, como es preceptivo. Recuerda Delgado-Gal que a su padre no le gustaba que los retratados posaran para él en su estudio, como suele ser habitual, sino que prefería hacerlo a través de una fotografía. Nunca eran retratos fidedignos. Le interesaba atrapar en ellos la personalidad, el alma.
Subraya Nieto Alcaide que Álvaro Delgado, además de un gran retratista, fue un apasionado pintor de paisajes. Paisajes cezannianos como los de Navia (Asturias), adonde viajaba en vacaciones con su familia. Allí instaló un estudio frente a la ría y allí se halla enterrado. «Entre Navia y yo existen misteriosas historias secretas. Pocas veces he creído entender tan lúcidamente un pedazo de geografía», decía el pintor. También encontró inspiración en la villa de La Olmeda, una localidad cercana a Madrid que pintó en numerosas ocasiones. Cuelga en la muestra el sobrecogedor 'Cristo de La Olmeda' (un Crucificado que es pura abstracción). Se exhiben en la Academia buenos ejemplos de sus bodegones. Los hay cubistas, pero también vanitas zurbaranescas... La exposición se completa con una selección de sus grabados: ilustra versos de Alberti, rinde homenaje a Antonio Machado, retrata a Miguel Ángel y Leonardo, a Ortega y Valle-Inclán...
Coincide esta exposición con otra, a escasos metros de la Academia, en la misma calle de Alcalá, dedicada a Amalia Avia, una artista figurativa que, al igual que en el caso de Álvaro Delgado, es de justicia reivindicar. La pintura de ambos quedó oscurecida por las vanguardias y hoy vuelve a ver la luz.
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