Las torres gemelas de Madrid
Una exposición celebra los cincuenta años de Torres Colón, un hito arquitectónico firmado por Antonio Lamela
Declinaban los sesenta en Madrid y la ciudad crecía sin frenos, a lo ancho, a lo alto, en todas direcciones, con más caos que orden. «Antes todo esto era campo», dirían en el futuro los nostálgicos. En esas, en 1969, para ser exactos, sus habitantes comenzaron a observar con pasmo cómo dos «pirulís» se levantaban en la plaza de Colón . Nadie había visto unos edificios tan estrechos. Incluso los profesionales del sector se sorprendían, pensando en cómo era posible vender unas viviendas tan pequeñas. Solo los privilegiados conocían el truco: aquello no era más que el núcleo de unas torres que se iban a descolgar desde su planta más alta, la número 23, o, en otras palabras, era la demostración palpable de que la casa sí se podía empezar por el tejado.
El responsable del tinglado era Antonio Lamela , arquitecto , humanista y, cómo no, intrépido creador, fallecido hace apenas dos años. Su osadía fue la única solución que encontró para hacer Torres Colón sin renunciar al parking, una exigencia de la ordenanza urbanística de la época. ¿Por qué? Porque al trabajar de esa manera los cimientos se reducían, dejando espacio a las plazas de aparcamiento , tan cotizadas hoy, por otra parte.
Era la primera vez que se utilizaba la magia de la arquitectura suspendida en España. Es más, nunca antes nadie en todo el mundo se había atrevido a erigir de esa manera una obra de tanta altura. Él se lo tomaba con modestia. «Ante problemas verdaderamente grandes es cuando el hombre se crece», resumía ante las cámaras de Televisión Española en 1973.
Aquel año, por cierto, se reanudó la construcción, paralizada desde 1970 por una polémica con el número de pisos, que casi termina con la demolición del ingenio. «En realidad fue por una batalla política. El alcalde de Madrid, Arias Navarro , estaba muy enfrentado con Carrero Blanco , que le acusaba de no estar controlando una ciudad que, en nueve años, había pasado de tener dos millones de habitantes a tener tres. Necesitaba un golpe de efecto. Y utilizó la excusa de que se habían pasado de altura para frenar las obras», recuerda el arquitecto Carlos Lamela , hijo de nuestro protagonista, al que ahora le rinde homenaje con una exposición en el Centro Cultural de la Villa de Madrid , que se inauguró ayer y que permanecerá abierta hasta el 16 de julio.
La muestra repasa la azarosa vida de Torres Colón , demostrando que, como tantas veces en la vida, hay cosas que esconden más de lo que muestran. Por ejemplo, su estructura de hormigón armado, ideada contra los incendios, que generó auténticos dolores de cabeza a los trabajadores por su obligación de construir en tiempo récord los núcleos. O los tirantes sobre los que se «descolgó» el edificio, hechos de hormigón pretensado, única manera de soportar todo el peso de los pisos. Fue un hito posible gracias a Javier Manterola , ingeniero y co-autor del proyecto de la estructura, que hace un par de años lo explicaba así en un documental dedicado al asunto: « Torres Colón es la antítesis de lo que debe ser un edificio colgado, bajo y muy ancho. Este es alto y muy largo. La solución para esto era hacer los tirantes de hormigón pretensado (...). No había un ejemplo en el mundo como este».
Reconocimiento mundial
Nada de esto pasó desapercibido entre los especialistas. En 1975, el Congreso Mundial de Arquitectura y Obra Pública , celebrado en Nueva York, le colocó el marchamo que la distinguía como la obra de más avanzada tecnología hecha hasta la fecha. Casi nada. «Aún hoy es algo único en el mundo, y era la obra más querida de mi padre. Además, se ha convertido en uno de los iconos de Madrid, aunque yo creo que debería recuperar su imagen inicial», sentencia Carlos. Se refiere al «enchufe» que corona hoy Torres Colón , y a la «piel» que las cubre, ambas exigencias urbanísticas de 1989. «Siempre se planteó como algo provisional. De hecho, se habló de que duraría treinta años, que ya han pasado… Todo es perfectamente desmontable, porque se ideó como un mecano».
Esa sería ya otra aventura para un edificio que iba a ser de viviendas y terminó albergando oficinas, y que ha pasado las peores penurias: las burocráticas. Siempre sin quejarse, mutando, pero sin perder su esencia: la de una casa que se empezó por el tejado.