Sorolla, genial dibujante de impresiones
Si el Prado celebra su bicentenario con los espléndidos trabajos sobre papel de Goya, el Museo Sorolla exhibe un centenar de obras del artista valenciano
Ya lo advertía Aureliano de Beruete : «No vaya a creerse que estos cuadros, ni la mayoría de los de Sorolla , fueron creados tan espontáneamente como se pudiera sospechar de la frescura y lozanía de su ejecución». Detrás de los célebres lienzos del maestro de la luz y el color había « un dibujante prolífico y constante, sin descanso ». Pese a que dejó más de 8.000 dibujos, es una de las facetas menos conocidas del artista. Hasta ahora, pues la pinacoteca inaugura el próximo día 26 una exposición, organizada por la Fundación Museo Sorolla , con la colaboración de las Fundaciones Iberdrola España y Mutua Madrileña, que reúne un centenar de sus trabajos sobre papel –todos del Museo Sorolla, excepto tres, cedidos por la Universidad Complutense de Madrid, que se exhiben por vez primera–. Las comisarias de la exposición, Inés Abril Benavides y Mónica Rodríguez Subirana, catalogaron durante años los cinco mil dibujos que atesora el Museo Sorolla en su colección.
«No los hizo para enmarcar», explica Consuelo Luca de Tena, directora del museo. Apenas los expuso, ni vendió , ni siquiera mostraba a sus clientes. Regaló muy pocos a colegas y amigos. La mayoría, hechos como puro entretenimiento, los conservó en la intimidad familiar. Se han seleccionado para la muestra «los dibujos más vistosos, más grandes, más acabados, que son una minoría en su producción –añade Luca de Tena–. Porque, salvo excepciones, el dibujo de Sorolla es utilitario, es anotación, apunte rápido, ejercicio, idea ». De hecho, solía llevar consigo unos cuadernillos para poder dibujar en cualquier momento. Nunca se sabe dónde y cuándo puede llegar la inspiración.
Utilizó Sorolla en sus dibujos muchas técnicas y soportes. En el caso de sus bocetos preparatorios para sus lienzos importantes , empleaba grandes formatos, papeles coloreados y usaba carboncillo combinado con clarión. Cuelgan buenos ejemplos en la muestra, como dos dibujos previos para sendos retratos de los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, de más de dos metros de altura. El formato pequeño y el lápiz, por contra, los dejaba para sus apuntes del natural. Con la pluma y la aguada creaba efectos más pictóricos y atmosféricos.
Según Mónica Rodríguez, «a lo largo de su carrera vemos su uso constante del dibujo para estudiar composiciones, para entrenar la mano y el ojo, para, en definitiva, ir a la búsqueda del cuadro. Lo descubrimos casi obsesionado con el estudio en el dibujo para imaginar sus grandes lienzos, como un alma inquieta que no puede dejar de trazar líneas en un papel mientras espera en un restaurante, escribe cartas o asiste al teatro. También, cuando está con su familia». Así, además de algunos de sus primeros dibujos (tras formarse en la Academia de Bellas Artes de Valencia y su paso por Roma), en los que predomina el paisaje tomado del natural, se exhiben retratos de su esposa, Clotilde, y sus hijos, María, Joaquín y Elena, en tareas cotidianas (leen, juegan, estudian)...
Empedernido viajero, experimentó sobre la ciudad moderna en dibujos y notas de color, especialmente en 1911, durante su segundo viaje a EE.UU. Pintó al gouache vistas de Nueva York tomadas desde las ventanas de su hotel y dibujaba en el reverso de las cartas del menú en los restaurantes. Para Inés Abril, Sorolla fue «un dibujante de impresiones, dibujaba todo lo que se ponía ante sus ojos. Papel y lápiz le permitieron una aproximación más directa al natural que la propia pintura, captar el instante con mayor rapidez».
«Cuanto más viejo me hago, más me doy cuenta de que el dibujo es el más importante de todos los problemas que presenta completar un cuadro. Al pintar un hombro, poco importa si utilizas tres mil pinceladas o tan solo diez. Lo que realmente importa es que el hombro resulte sólido y esté bien construido». Son palabras de Joaquín Sorolla, excepcional pintor y genial dibujante .