La santidad del arte

El célebre crítico de arte italiano Achille Bonito Oliva reflexiona sobre el «Apostolado» del músico y pintor José María Cano, que se ha medido al de El Greco en una exposición en la sacristía de la catedral de Toledo

El Apostolado de José María Cano, en la sacristía de la catedral de Toledo, junto al del Greco DAVID BLÁZQUEZ

Por Achille Bonito Oliva

El arte no repite las cosas visibles, hace visibles las que no lo son. Esta es la premisa de las obras de José María Cano . El artista español ha pintado una serie de retratos de los Apóstoles en encáustica. La técnica utilizada antiguamente en pinturas egipcias durante el imperio romano y en particular en los rostros de las momias de El Fayum . Cano conoce muy bien la naturaleza de tal lenguaje y nunca ha tenido tentación de domarlo. Si acaso, secundarlo a través de un método que implica intención y elección.

La laboriosa composición de estas imágenes nace de la exigencia de mantenerse asido al riguroso ámbito visivo. De la posibilidad de poder continuamente verificar los pasajes del proceso creativo y de secundarlo mediante el tino adquirido con la destreza técnica.

La técnica en su caso deviene en disciplina espiritual trascendiendo el dominio cognitivo de la habilidad manual.

La complejidad de las técnicas compositivas requiere del artista el aprovechamiento de los acontecimientos alquímicos inconscientes que el medio pictórico aporta, sin menoscabo de la firmeza de sus gestos bien formulados.

Crear con su personal técnica una abundancia espiritual, es siempre un imperativo en el comportamiento artístico de Cano. El fulgor creativo se vislumbra bajo los sedimentos pacientes de cada aplicación, trasluciendo milagrosamente el esfuerzo y la memoria del esfuerzo, la espera y la esperanza.

Una esperanza impregnada de pasión que conoce el rigor necesario para batallar y la paciencia para esperar el momento de gracia. En el arte de José María Cano no existe milagro fuera de la posibilidad de merecer el evento trascendente.

La aparición de la imagen se aviene silenciosa y progresiva. Revelación lenta gobernada por la adhesión del artista a su propio imaginario: el pintor se abandona, sólo anclado a la pericia paciente de la mano y la mente, al henchimiento áureo del icono. «Las antiguas imágenes bizantinas de la Virgen, duras, rígidas y a menudo aterradoras, inducen a más católicos a la veneración que las dulces Madonnas de Rafael» (Rudolph Otto, Il sacro).

Esto nos revela que en aquel tiempo y uso del arte el mensaje prevaleció sobre la forma y la imagen no era un instrumento de idealización sino de sumisión.

El arte de Cano se ha ido liberando progresivamente de la servidumbre de los contenidos. Versátil, busca el desarrollo técnico adecuado para transfigurar cada tema y someter a cada imperio creativo la energía del léxico de las formas.

Es aquí donde el arte encuentra el valor de la santidad en sí mismo. Transfigura cada detalle visivo en un minúsculo arquetipo capaz de brindar una duración y una fijación ejemplares a la forma instantánea y transitoria. El arte es sagrado porque realiza el milagro de dar permanencia a la impermanencia.

Desde El Greco hasta José María Cano , la imponencia litúrgica de lo sagrado viene absorbida por la consciencia del artista de operar dentro de los márgenes de su lenguaje.

La santidad del arte reside en la capacidad sublimante del lenguaje para basar su valor en la inspiración emancipada de toda sumisión.

En la obra de Cano, la intensidad de la forma determina el paso de lo ritualmente sagrado a la santidad del arte, sustraídos los aspectos iconográficos y devocionales. Si acaso torna iconografía en iconología.

La conciencia del artista contemporáneo de ser el artífice de una nueva realidad lingüística surge de la intuición de ser criatura de una creación que acaricia La Creación, pretendiendo que ésta no es preexistente a su intervención.

De ahí la persistencia del arte, que sigue siendo una profunda exigencia para la humanidad.

Sólo la cabal compleción de la forma permite establecer la santidad del arte. Siendo ésta una de las últimas trazas de espiritualidad del hombre moderno, tras la vacua teología de tantas revoluciones imposibles acaecidas secularmente.

La economía de la creación artística de José María Cano demanda una disciplina azuzada por el instinto y ordenada por el clasicismo técnico.

El impulso creativo debe buscar el escollo en el reto funcional. Debe encontrar la resistencia a la voluntad fecunda en la laboriosa y casi culinaria complejidad de la técnica encáustica. Capaz de transformar el ímpetu en respiración continua y de capilarizar su febril sanguineidad a lo largo de arteriales rutas de la imagen.

La formación de dicha imagen, sin pretensiones, habrá de terminar siendo más elocuente que la forma que determina.

Y la formación primera del propio pintor, más que su anecdotario biográfico.

El impulso creativo deberá brotar en el artista a una edad temprana que le permita somatizar suficiente maestría técnica para adherir su obra a su periplo vital sin adocenar sus sentidos.

El acontecimiento determinante en la vida y en el cuadro se manifestará accidental e incidental. La aparición incuestionable pero sutil de ese signo y de ningún otro posible. Es revelación y epifanía de una imagen que tiene desarrollo compuesto pero esencia unitaria. Difícil de atisbar mientras aún se mueve. Ubérrimos acontecimientos vivenciales y opimas pinceladas milimétricas cuyo punto de fuga es un vertical deseo lumínico, pero parten de la oscuridad.

El artista en su faena gobierna y maniobra el lenguaje, a través de aceleraciones y parálisis, ideas analíticas y embestidas sintéticas, que aspiran a generar la eclosión del momento taumatúrgico.

En la palpitante iconografía de Cano , los signos se disponen según una natural diseminación que nunca pierde la tensión hacia el deseo expresivo.

Pero la expresión no será una traza naturalista de la oscuridad de la psique, tampoco una didaxis resuelta. Será una exposición instintiva de signos acordes con una fragmentación condensada e intensa.

El ordenamiento de disposición del lenguaje es el de la constelación. Un centro de irradiación que no conoce jerarquía o puntos gravitacionales. No conoce la periferia, encontrando en la expansión radial la posibilidad de combinar la imagen figurativa y la abstracta. Incluso el color se desinhibe en el juego de la composición para favorecer la intensidad de una obra nacida de una conciencia cultural.

El lenguaje posee una biología intrínseca propia, una sedimentación de capas que permiten multiplicidad de lecturas ópticas. Una intensa energía interna irradia desde el lienzo, tejida por gestos reticulares que imbuyen el potencial de intersecciones y colisiones a infinitas rutas abiertas.

Esto grafía una apertura hacia el alcance de una belleza involuntaria, limítrofe con lo excéntrico pero causada por la observación continua y meticulosa de la realidad. Los apóstoles monitoreados en un microscopio alucinado y alucinante .

En estas imágenes, Cano busca recrear una desorientación lineal, capaz de referir las formas subcutáneas y abstrusas de las cosas. Bajo la falsa opulencia de la materia, vela la ambición de una energía que atraviesa todos los cuerpos y gobierna el dinamismo del mundo.

El artista es del todo consciente de la naturaleza específica del lenguaje visual. De sus argumentos constitutivos que no pueden fingir una identidad diferente: si acaso, el carácter del lenguaje visual permitirá formular algunas consonancias existenciales, como por ejemplo el ojo aguileño del artista para observar con sentido contemporáneo de distanciamiento y no de apego.

No es atraído por la apariencia exterior sensual de las cosas que lo llevarían a embelesarse ante trampantojos. Pero sí ejerce una inspección radiográfica , capaz de captar la médula espinal que mantiene a sus apóstoles en pie. Cano los vertebra erguidos uno a uno a la par que los afianza en un sistema de relaciones simultáneas. Tales amplifican su alcance, al tiempo que afirman su naturaleza flotante.

El lenguaje también mimetiza el carácter de esta fluctuación: siendo a veces movilidad interior, a veces condición alertada del autor, a veces disposición de intencionada indefensión, a veces predisposición de la mirada al aturdimiento productivo alarmada por la tensión interna de las cosas.

El arte se convierte en la proyección de una sensibilidad voluntariamente desollada . Un expresionismo simbólico y cromático arrastra la obra, desplazándola hacia una imagen no sometida en forma a sus modelos reales.

Reniega del calco naturalista . La translucidez de la encáustica permite que prevalezca el lenguaje de la expresión con todas sus huellas. Mandatos a veces desviantes, a veces declarativos.

En su exposiciones con Velázquez, Murillo, Sánchez Cotán, Ribera y ahora El Greco , Cano ha demostrado que el arte siempre carga un futuro a su espalda. Mal llamado pasado. Sembla recrear el antiguo adagio romano «Festina lente», apresúrate lentamente.

Los Apóstoles de Cano son un excelente movimiento de arte que estaca al espacio de nuestro presente un tiempo circular donde la memoria no es nostalgia . Un tiempo circular donde la memoria es noria. Una propuesta de atemporalidad que celebra el presente perenne del arte que es arte. Esta es su trascendente santidad .

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