Rodin, íntimo y monumental, invade Madrid

El escultor francés se mide con Alberto Giacometti en la Fundación Mapfre a través de 200 obras, mientras en la Fundación Canal ven la luz sus desconocidos recor tes

Alberto Giacometti, en el parque de Eugène Rudier en Vésinet, posando junto a «Los burgueses de Calais», de Rodin, en 1950 FUNDACIÓN GIACOMETTI, PARÍS/FOTO: PATRICIA MATISSE

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Se ha medido con Matisse, Picasso, Kiefer, Mapplethorpe... y hasta con los frisos del Partenón en una inolvidable exposición en el British Museum de Londres. Y de todos estos cara a cara Auguste Rodin ha salido airoso. Y eso que los mármoles de Elgin son un Miura de armas tomar. Ahora se confronta, hasta el 10 de mayo , con otro de los grandes de la escultura, Alberto Giacometti , en la Fundación Mapfre de Madrid , en un diálogo inédito en España. A priori, podríamos pensar que poco o nada tienen en común el maestro francés del XIX y el artista suizo del XX. Pero basta con recorrer las salas de la muestra para ir descubriendo las no pocas afinidades y confluencias entre ellos.

Nunca se conocieron . De hecho, Cuando Rodin murió en 1917, Giacometti apenas tenía 16 años. En realidad, es Giacometti quien mira a Rodin, cuya obra ha marcado la escultura contemporánea. Su interés por él se remonta a la adolescencia, cuando compró con sus ahorros un catálogo del viejo maestro. Su padre era amigo de Auguste de Niederhäusern, un artista que colaboró con Rodin. En 1922 Giacometti viajó a París para estudiar en la mítica Académie de la Grande Chaumière, donde tuvo como profesor a Antoine Bourdelle, alumno y ayudante de Rodin. Con los años, Giacometti logró reunir en su biblioteca muchos libros del escultor francés y comenzó a copiar en ellos sus obras.

Rodin, apoyado en un banco junto al monumento a Victor Hugo, c. 1898. Fotografía: Dornac MUSEO RODIN, PARÍS

En busca de la verdad

Una pasión que duró toda la vida –vuelve a él una y otra vez– y que incluso le costó a Giacometti enfrentarse al mismísimo Picasso (tomó partida por Rodin en una polémica sobre su «Monumento a Victor Hugo»): «Ojalá Picasso nos diga siempre tantas cosas y tan claramente como Rodin», dijo el osado suizo. Enemistarse con Picasso debía ser un suicidio artístico. Giacometti tan solo le fue infiel a Rodin unos cinco años, cuando necesitó alejarse de él para explorar los límites de la escultura de la mano del cubismo y el surrealismo. Se acercó a artistas como Zadkine, Lipchitz y Laurens . Pero en 1935 vuelve de nuevo su mirada a Rodin, al modelo, al estudio, al mundo de lo real.

Ambos anduvieron siempre en busca de la verdad. Tenían, como pocos, una gran capacidad para reflejar en sus esculturas la fragilidad del ser humano, los sentimientos, las pasiones. Los puntos de conexión y confluencia entre Rodin y Giacometti se analizan en cada una de las secciones de la exposición. Así, ambos se interesaron por la figuración y por los grupos escultóricos (hay excelentes ejemplos en la muestra) y las series (perfeccionistas hasta el extremo, nunca daban por acabada una escultura, entendían su trabajo como un proceso continuo de renovación, de metamorfosis sin fin, de fracaso eterno). Compartieron el gusto por la deformación (los dos buscaban la máxima expresividad del rostro y del gesto) y los accidentes (incorporaban los «errores» y objetos fragmentados al proceso creativo) e integraban el pedestal como una parte más de sus esculturas. Para Rodin y Giacometti , la materia y el modelado eran una parte esencial de su trabajo. En el caso del suizo, apreciamos incluso las huellas de sus dedos y las marcas de sus uñas en algunas esculturas. Además, los dos artistas miran continuamente el arte del pasado , que reinterpretan. Pero, mientras Rodin ponía el ojo en el Renacimiento italiano, y muy especialmente en Miguel Ángel, Giacometti se fijaba en el arte egipcio, africano y de Oceanía.

Rodin. «Monumento a los burgueses de Calais», 1889 MUSEO RODIN, PARÍS. FOTO: CHRISTIAN BARAJA

Préstamos excepcionales

Uno de los atractivos de la exposición es el pedigrí de los préstamos (dos centenares de piezas): todos proceden del Museo Rodin y la Fundación Giacometti , ambos con sede en París y que custodian los impresionantes legados de estos genios. De hecho, las comisarias son las directoras de ambas instituciones: Catherine Chevillot y Catherine Grenier. El Museo Rodin celebró el año pasado su centenario. En 1916, un año antes de su muerte, Rodin donó toda su obra y sus bienes al Estado francés. Con una sola condición: crear un museo en el Hôtel Biron, como así fue. Por su parte, la Fundación Giacometti, creada en 2003, es la legataria universal de Annette Giacometti, viuda del artista. Atesora 350 esculturas, 90 pinturas, dos mil dibujos y otros tantos grabados.

Muy especiales, los preciosos dibujos de Giacometti en los que retrata a Matisse con apenas unos trazos y que cuelgan en la sala circular. Las máscaras de Hanako (bailarina y actriz japonesa por la que Rodin sentía fascinación) y de Camille Claudel, su musa-amante , los retratos de Balzac y Victor Hugo se miden con las cabezas de la modelo Rita Gueyfier y los retratos que Giacometti hizo a su hermano Diego y su esposa, Annette.

«El claro», de Alberto Giacometti, 1950 FUNDACIÓN GIACOMETTI, PARÍS. VEGAP, 2020

El Museo Rodin y la Fundación Giacometti han cedido excepcionalmente piezas delicadísimas, que apenas se prestan, como los yesos, algunos de gran tamaño. Es el caso de «Los burgueses de Calais», que el visitante puede apreciar en la distancia corta al comienzo de la exposición, o el emocionante cara a cara al final de la misma entre los «Hombres que caminan» de ambos artistas, obras maestras de la escultura universal. Son también fragilísimos yesos y de una envergadura considerable. Pero hay diferencias. «El hombre que camina» de Rodin, de 1907, es heroico, pese a no tener cabeza ni brazos. El de Giacometti, de 1960, en cambio, es un hombre común, frágil, consumido, que, pese a ser derrotado tras dos guerras mundiales, se levanta y sigue andando.

«Mujer desnuda realizando un movimiento artístico», de Rodin MUSEO RODIN, PARÍS

Casi inéditos

Si en la Fundación Mapfre vemos al Rodin más célebre y monumental, la Fundación Canal ha reunido en Madrid los trabajos más íntimos y desconocidos del escultor francés: sus dibujos y recortes . Estos últimos son prácticamente inéditos, tan sólo se han visto antes en una muestra en el Museo Rodin de París. Era material de trabajo para el artista, que sólo expuso en vida uno de ellos. «Tengo una gran debilidad por estas pequeñas hojas de papel», confesaba Rodin. Y es que estos dibujos a lápiz pintados con acuarela y gouache eran clave en su proceso creativo. Contemplarlos en esta pequeña pero exquisita exposición ( hasta el 3 de mayo ) es lo más cerca que podemos estar de la prodigiosa mente de Rodin.

Subraya la comisaria de la muestra, Sophie Biass-Fabiani, el carácter innovador de esta práctica, que «no fue un capricho intrascendente, sino un ejercicio bastante sistemático». Rodin experimentaba movimientos en el espacio , al tiempo que los recortes suponían para él un juego. Sus figuras recortadas constituyen una transición entre el dibujo y la escultura: las superponía a su antojo, ensamblándolas de mil maneras antes de modelar sus yesos. Comenzó a usar estos recortes en la década de 1880. Pero los que se exhiben en la muestra (76 dibujos, de los que 36 son recortes, a los que se suman 15 esculturas de pequeño tamaño) son posteriores, en torno a 1900, cuando Rodin dibujaba a la modelo en vivo, sin mirar siquiera la hoja de papel.

Casi todos los recortes son dibujos de figuras femeninas en movimiento, incluidas poses imposibles: figuras sentadas, flotantes, arqueadas hacia atrás... Semejan acróbatas. También hay bailarinas. Gran admirador de Isadora Duncan y de Loïe Fuller, le fascinaban las danzas camboyanas. Fue un artista muy libre ensamblando estas figuras recortadas, que a veces pegaba en parejas. Las hay con una gran carga erótica. Para Rodin, dice la directora de su museo en París, «la figura humana era como una catedral gótica».

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