Arte abstracto contra la URSS: la refinada estrategia de la CIA para vencer en la batalla ideológica
Un nuevo libro, sin traducción en España, rescata este episodio con las artimañas estadounidenses para «luchar contra el comunismo, barnizar la imagen del país y celebrar el arte»
Estados Unidos creó la CIA en 1947, que incluía una división destinada a impulsar los mensajes pro estadounidenses durante la Guerra Fría en su batalla por el relato. La reciente publicación de un libro llamado «ArtCurious: Stories of the Unexpected, Slightly Odd, and Strangely Wonderful in Art History» , escrito por Jennifer Dasal , cuenta un episodio siempre difuso pero bien conocido sobre cómo la agencia utilizó exposiciones de arte abstracto para librar esta batalla ideológica contra la URSS. Así, en diversos extractos de este ensayo, que han sido publicados por «Art Net News», recontamos esta historia no oficial de nuevo, una historia que siempre ha circulado entre rumores durante años:
«El secreto con el que la CIA persiguió el expresionismo abstracto no solo fue fundamental para engañar con éxito a la Unión Soviética, sino también para mantener en la oscuridad a los artistas asociados», se cuenta inicialmente. Y se citan las palabras de un exagente de la CIA, James Jameson, que explica que la mayoria de los artistas abstractos «tenían muy poco respeto por el gobierno en particular y ciertamente ninguno por la CIA» , comenta incluso que varios de ellos se identificaban como anarquistas (con especial mención a Bernett Newman, devoto de Kroptkin) por lo que era complicado convencerles para colaborar con la agenda gubernamental.
Pero ¿por qué la CIA financió durante años este expresionismo abstracto? Tenían un objetivo: seducir a las clases no-burguesas, mostrarando la creatividad y dinamismo cultural de la sociedad capitalista en contraste con el tedio de la Unión Soviética . Y para ello financió numerosas exposiciones en varios países en una estrategia muy sofisticada para revender una imagen de país severamente dañada por el senador McCarthy y su caza de brujas, y así destacar el carácter norteamericano de democracia y libertad de expresión frente al comunismo y la URSS.
Y, cuidado, este desembarco de artistas relativamente rebeldes auspiciados por la CIA, este tour de force expresionista, en absoluto fue bien recibido por unos europeos perdedores y que empezaban a mirar de reojo a mister Marshall, el superhéroe y supervillano made in USA.
«La respuesta de la CIA a estos problemas fue algo conocido como la política de la "correa larga" . Esta solución mantuvo a los agentes de la CIA a varios grados de distancia de los artistas y las exposiciones de arte para que no pudieran vincularse a ninguna financiación gubernamental. Para llevar a cabo esta estrategia, solicitaron la participación de fundaciones artísticas, grupos de artistas y, lo que es más importante, museos de arte, solicitando su ayuda en la organización de exposiciones, eventos y colecciones especiales», explica Dasal. Y añade que el museo más involucrado con los planes del Congreso para la Libertad Cultural fue el Museo de Arte Moderno (MoMA) en la ciudad de Nueva York, enfocado a través de la participación de Nelson Rockefeller , un político, filántropo y futuro vicepresidente de los Estados Unidos.
Esta colaboración con Rockefeller fue determinante pues utilizó su posición privilegiada como presidente de la junta de fideicomisarios del MoMA para organizar algunas de las exposiciones más grandes y exitosas de esta división de propaganda psicológica creado por la CIA, y que incluyó la histórica exhibición de 1958-59 «The New American Painting» , e incluso asumieron que otros países clamaban por estas «tendencias avanzadas en la pintura estadounidense». Así, bajo los auspicios de la marca MoMA (y no la CIA), «The New American Painting» viajó durante un año consecutivo, visitando prácticamente todas las ciudades importantes de Europa Occidental, incluidas Basilea, Milán, Berlín, Bruselas, París y Londres. Como hemos dicho, las respuestas a esto no fueron forzadamente aprobatorias, pero ahí quedó la semilla.
Dasal explica con un ejemplo este intervencionismo secreto de la agencia estadounidense y su «correa larga». «Después de la inauguración de la exposición en el Musée National d'Art Moderne de París en enero de 1959, una delegación de la Tate asistió a la muestra y quedó encantada con su contenido», pero no podían permitirse pagar la extensión de esta gira a su museo. Pero... ¿Qué pasó? «Un millonario estadounidense amante del arte llamado Julius “Junkie” Fleischmann apareció, casi como por arte de magia, y puso los fondos. El espectáculo, felizmente, continuó hasta Londres. ¿Un hada madrina se materializa y financia una gran exposición en un país extranjero simplemente por amor al arte? ¡Qué magnánimo! A estas alturas, sin embargo, conocemos la historia real: el dinero proporcionado para viajar al Reino Unido no era en realidad de Fleischmann , sino dinero canalizado a través de él desde una organización llamada Farfield Foundation, otra rama del Congreso para la Libertad Cultural disfrazada de organización benéfica». Pero ojo, lo importante también: « La Tate no lo sabía. Los visitantes de la exposición no lo sabían. Y los artistas expuestos ciertamente tampoco lo sabían ».
Este capítulo de «ArtCurious: Stories of the Unexpected, Slightly Odd, and Strangely Wonderful in Art History» termina explicando también que el multimillonario benefactor de la TATE mecionado, Julius Fleischmann, al igual que Nelson Rockefeller, «tenía una conexión directa con el MoMA: pues este también era miembro de su junta directiva. Muchos simpatizantes del MoMA parecen haber estado involucrados de manera similar. El vínculo entre la CIA y el MoMA nunca fue "oficial" , exactamente, y muchos han cuestionado la asociación a lo largo de los años, pero como señaló el escritor Louis Menand no era necesario ningún acuerdo formal entre la agencia y el museo porque estaban todos en la misma línea. ¿Luchar contra el comunismo, barnizar la imagen del país y celebrar el arte? Para la élite cultural del MoMA, y otros en las salas de juntas de toda la ciudad de Nueva York, fue una obviedad».