El Prado es el premio, si sabes mirar

La sala de las Meninas Matías Nieto
Jesús García Calero

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Somos sombras frente a los cuadros del Prado . Llevamos pasando doscientos años frente a ellos, anónimos, con nuestras cuitas y nuestros pensamientos. Nos acompañan. Alguna vez les hemos sonreído, tal vez nos han visto llorar, llegar del campo, asomarnos a sus palacios, señalar con el dedo a un monarca o una condesa, circundar con los ojos las pinceladas de las Gracias o las Majas. Nos hemos reconocido en Adán y Eva. Nos hemos conmovido ante el Cristo de Velázquez. Hemos soñado delicias en sus jardines y temido sus infiernos y sus campos de batalla, donde triunfa la muerte. Al cabo de los años nosotros mismos nos vamos difuminando ante sus paisajes azulados . Porque el Museo del Prado vive en nuestra memoria. Tanto es así que, delante de las Meninas o las Lanzas, ante el Coloso o los Fusilamientos, todos echamos de menos a alguien muy querido que nos enseñó a mirar y ya no está...

El premio Princesa de Asturias puede parecer redundante ante los retratos de las princesas del pasado, pero es el reconocimiento de una epopeya en la que todos y cada uno de nosotros contamos. Los pintores y el público, los que salvaron las pinturas durante la Guerra Civil y los que las copiaban y las llevaban de gira por los pueblos de una república abismada. Los que acuden a todas las exposiciones y los que fueron una vez y aún no han vuelto. La del Prado es una historia que ni pintada , hecha libro abierto; son millones de miradas cruzadas, un tratado de las pasiones del alma, una aventura sin fin. Una biblioteca de amores a primera o a segunda vista , un mapa de lo que somos y de lo que fuimos. Un espejo que sabe lo que nunca llegaremos a ser. Hay que volver al museo, al que últimamente se asoman -bien es cierto- en tropel gentes que piensan en todos los idiomas del planeta. Es un éxito que compartimos con el mundo, pero es nuestro, de todos, y hay que reivindicarlo porque nadie nos lo puede enajenar.

Vuelvan al Prado, a mirar y a dejarse ver por los dioses, las ninfas , los enanos o los reyes. Pasamos, como sombras, ante ellos. Y compartimos con ellos, muy brevemente, tal vez demasiado, esta luz tan esquiva.

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