Peggy Guggenheim: días de sexo, alcohol y arte
Una biografía de la gran coleccionista y mecenas norteamericana, que atesoraba a la misma velocidad cuadros y amantes, desvela las luces y sombras de la última Dogaressa
![Peggy Guggenheim, en su dormitorio, rodeada de perros y obras de arte](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2016/08/14/peggy5-kOZ--620x349@abc.jpg)
Y Casanova se reencarnó en mujer . Eso sí, vestida por Paul Poiret, con pendientes diseñados por Tanguy y Calder y posando para Man Ray. Siempre ha habido clases. Pobre niña rica , heredera multimillonaria, excéntrica y extravagante (lucía gafas de mariposa y siempre iba con sus inseparables lhasa apso), caprichosa (estaba acostumbrada a conseguir todo lo que deseaba), manipuladora, rebelde, autodestructiva, sexualmente liberada , promiscua, provocadora... Todo menos convencional.
![Peggy Guggenheim junto a una obra de arte](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2016/08/14/peggy3-kOZ-U2023194287OFH-250x340@abc.jpg)
Pero más allá de su, digamos, azarosa vida privada, Peggy Guggenheim atesoró una de las mejores colecciones de arte moderno del mundo, que hoy puede admirarse en el maravilloso Palazzo Venier dei Leoni , en el Gran Canal de Venecia, donde vivió sus últimos 30 años. Antes había fundado dos importantes galerías de arte: primero, en Londres, Guggenheim Jeune (1938-1939) ; más tarde, en Nueva York, Art of This Century , templo de la vanguardia entre 1942 y 1947 , por el que pasó lo más granado del arte del siglo XX. «No soy una coleccionista. Soy un museo», decía Peggy.
Sobrina de Solomon Guggenheim, fue Marcel Duchamp su mejor cómplice:«Intentó educarme, me dio muchos consejos, me presentó a todos los artistas. A él tengo que agradecerle mi incursión en el mundo del arte moderno». Pollock , «su vástago intelectual», decoró el vestíbulo de su residencia en Manhattan con un mural que cambió la Historia del Arte. Amiga de Paul y Jane Bowles, Yoko Ono, John Cage..., por las fastuosas fiestas de su palacio veneciano pasaron Felipe de Edimburgo, Tennessee Williams o Truman Capote , que escribió allí «Hablan las musas». Venecia aún llora hoy a la última Dogaressa.
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