Muere Eduardo Arroyo

Eduardo Arroyo, in memoriam

Su editor en Fórcola, Javier Jiménez, se despide del artista, fallecido en su Madrid natal a los 81 años

Javier Jiménez y Eduardo Arroyo, en la pasada edición de ARCO VERÓNICA ARIAS

Javier Jiménez

En «Minuta de un testamento», Eduardo Arroyo nos dejaba su confesión –ese género literario que fascinó a María Zambrano, de san Agustín a Rousseau–. Arroyo se confesaba pintor: «Para mí la pintura lo es todo, es mi propia vida»; se confesaba lector: «Mi biblioteca es uno de los lugares que más quiero en este mundo»; y, aunque afirmaba que «dos objetos en el mundo no despiertan en mí el más mínimo interés: los sellos y los relojes», se confesaba coleccionista.

El boxeo y su literatura han apasionado a Eduardo Arroyo , no sólo como artista y pintor, sino como investigador, como ensayista y hasta como coleccionista de carteles y viejas fotografías relacionadas con los años épicos y gloriosos del boxeo internacional. Fruto de esa pasión son varios libros, entre los que destaca «Panamá Al Brown» , su libro más querido, que reeditamos en Fórcola el pasado febrero –algo que Arroyo vivió con entusiasmo–, justo antes del gran homenaje que ARCO tributó a su obra y su carrera.

Eduardo sentía fascinación por «las historias de boxeadores, vencedores y vencidos»; consideraba que la mayoría de la gente tiene una idea muy tópica, «harto rápida» de esos seres «frágiles y endebles». En su reciente libro –« Eduardo Arroyo y el paraíso de las moscas»–, Fabienne di Rocco, su colaboradora, subrayaba que «por encima de cualquier otro boxeador, el que más le fascina es Panamá Al Brown».

Lo pintó y dibujó en numerosas ocasiones y no dejó de reunir hechos y detalles, relaciones de combates, amistades y decepciones, que han quedado plasmadas en ese magnífico libro, en el que el pintor y artista se consagra como excepcional escritor y soberbio biógrafo. Para Eduardo , tanto el púgil como el pintor se juegan la vida en cada combate contra su oponente, el boxeador en un caso, el lienzo virgen en el otro. «Pintor y boxeador –concluye Fabienne– se adentran en los parajes de la soledad y el dolor». Me quedo con una última confesión de Arroyo : «Sólo lo excepcional merece ser vivido». Arroyo me honró con su amistad y con permitirme ser uno de sus últimos editores. DEP.

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