Miguel Zugaza

Plácido Arango, un gran coleccionista al servicio del Prado

A su generosidad debemos la donación de una buena parte de su colección a varios museos españoles, quedando definitivamente impresa la divisa de su afán coleccionista en los museos de Bellas Artes de Bilbao y Oviedo, y muy principalmente en el Museo del Prado

Plácido Arango Ángel de Antonio

Plácido Arango Arias , nacido en Tampico en 1931, hijo de asturianos emigrados de niños a México, supo hacer con extraordinario éxito el viaje de vuelta a su país. En ese viaje, que le tomara la longeva y próspera vida que ahora culmina, sirvieron de ejemplo, sin duda, la valentía y el emprendimiento de sus padres, la compañía de Maite García-Urtiaga , madre de sus tres hijos, y quiero creer también que el aprecio de toda una legión de amigos que, desde su llegada a España en 1965 hasta hoy, fueron seducidos por su fina inteligencia y por el torrente de afecto y generosidad que manaba de su comportamiento gentil.

Anónimo protagonista de esa sociedad civil que ayudó a afianzar la transición democrática en nuestro país y su ya imparable modernización, Plácido Arango sirvió de puente entre los dos lados del Atlántico, entre México y España por supuesto, pero también entre España y Estados Unidos , donde desarrolló su formación universitaria y mantuvo a lo largo de su vida importantes relaciones profesionales y culturales, entre otras dotando la Cátedra Rey Felipe VI en la Universidad de Tufts o como patrono del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Lo cierto es que casi en paralelo a una exitosa trayectoria empresarial surgió en Plácido Arango una vocación filantrópica singular, un interés por la cultura y específicamente por el arte que desbordó cualquiera de sus iniciales expectativas. Su sensibilidad y el conocimiento adquirido le permitieron crear una de las colecciones más importantes de nuestro país, afincada en el arte español pero sin las limitaciones que convencionalmente se imponen entre sus distintas épocas, entre lo antiguo, lo moderno y lo contemporáneo. A su generosidad debemos la donación de una buena parte de su colección a varios museos españoles, quedando definitivamente impresa la divisa de su afán coleccionista en los museos de Bellas Artes de Bilbao y Oviedo , y muy principalmente en el Museo del Prado.

Su relación con el Museo del Prado merecería todo un capítulo extenso y feliz de su biografía. En los años ochenta, ayudó a facilitar la colaboración de John Briley en la restauración de «Las meninas» de Velázquez y a la postre favorecer un cambio copernicano en la manera de trabajar la restauración de la pintura en España. Fue también por aquellos años el principal contribuyente individual para la recuperación de «La marquesa de Santa Cruz» de Goya y, sin solución de continuidad, se despidió de aquella primera etapa como patrono del museo donando la primera edición de «Los Caprichos» del genio aragonés.

Dice mucho de su proverbial discreción y nada pretencioso carácter lo que costó convencerle para que se hiciera cargo de la presidencia del Real Patronato del Prado entre 2007 y 2012, responsabilidad a la que se aplicó con toda energía para dar un impulso definitivo al proceso de cambio que había iniciado la institución con sus antecesores Eduardo Serra y Rodrigo Uría . Le correspondió inaugurar la ampliación , tanto el edifico del Claustro de los Jerónimos como, un año después, el Centro de Estudios en el Casón del Buen Retiro. En plena crisis económica, apoyó con extraordinaria confianza la difícil negociación para la apertura del museo los siete días de la semana que hoy es una realidad. Estableció, finalmente, el primer acuerdo estable con la Fundación Amigos del Museo del Prado , impulsando entre otras iniciativas la creación del patronato internacional en su seno.

Los que tuvimos la fortuna de trabajar con Plácido en esa época podemos dar testimonio de la sabia mezcla de respeto y exigencia con la que trataba a todos, pero especialmente a los conservadores y restauradores, con los que hablaba en su mismo lenguaje, el del arte. Alejado de los negocios, el arte y su pasión tomó un nuevo protagonismo en su vida, compartida en los últimos años con nuestra querida Cristina Iglesias , años en los que empezó a resplandecer el aura de respeto y gratitud que rodea ya de forma permanente a Placido Arango Arias, un amigo único.

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