Matisse grabador y en blanco y negro, en su 150 aniversario
La Fundación Canal reúne 63 grabados del artista francés, que legó a su hijo Pierre
Maestro del color, también lo fue de las líneas puras. Henri Matisse es, sin duda, uno de los grandes artistas del siglo XX. Y, aunque es reconocido especialmente por sus hermosas pinturas, también fue un gran escultor, dibujante y grabador. Precisamente, sus grabados, siempre a la sombra del resto de su producción, centran una exposición en la Fundación Canal de Madrid (Mateo Inurria, 2;hasta el 18 de agosto), con fondos de la Pierre and Tana Matisse Foundation de Nueva York. De 1900 a 1954, el viejo maestro al que tanto admiraba Picasso y que se recluyó al final de su vida en Niza, en el corazón de la Costa Azul, hizo 829 grabados, además de un conjunto de estampas para ilustrar libros. Una selección de 63 obras, que fueron legadas a su hijo Pierre, célebre marchante de arte, se reúnen en esta exposición, comisariada por Jay McKean Fisher, del Baltimore Museum of Art.
El recorrido arranca con el que se considera su primer grabado, un autorretrato de 1900-1903, realizado a la manera de Rembrandt , uno de los mejores grabadores de la Historia del Arte. Se exhiben cuatro. Uno de ellos, en compañía de sus amigos André Rouveyre y Guillaume Apollinaire . En sus comienzos, Matisse usó el aguafuerte y la punta seca. Pero su valentía, su afán de experimentación, le llevó a explorar otros caminos, como la xilografía, la litografía, el linograbado o las aguatintas al azúcar. La mujer, como en sus pinturas, es la gran protagonista de sus grabados. Fue uno de los artistas que más y mejor miró, retrató... y desnudó a sus modelos. Cuelga en la exposición una maravillosa galería de odaliscas y mujeres vestidas con trajes orientales, a medio vestir o simplemente desnudas.
1929 fue un año muy productivo:hizo más de cien grabados. Solo hay dos en color en toda su producción («La danza» y «Marie-José con vestido amarillo»). Ambos están en la muestra. En los linograbados sobre fondo negro se aprecia que Matisse tocaba el violín. Ya en las aguatintas de sus años finales, la línea con las que retrata a Nadia, una de sus musas, aumenta su grosor. Pero le bastaba un simple trazo para captar todos los rasgos de la modelo. El precioso diseño de la exposición, firmado por Enrique Bonet , recuerda la capilla que Matisse decoró en Vence, un hermosísimo testamento vital.
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