La luna: 3.000 años de hechizo

El Grand Palais de París le dedica una exposición en el 50 aniversario de la llegada del hombre en el Apolo 11

La luna «privatizada» del artista ruso Leonid Tishkov ABC

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Tres mil años de locuras, sueños, terrores, ilusiones, amores, esperanzas, descubrimientos, horizontes por descubrir. Ese es el viaje iniciático que nos propone «La Luna. Viajes reales e imaginarios» en el Grand Palais de París hasta el 22 de julio. Una gozada.

Alexia Fabre y Philippe Malgouyres, comisarios de la exposición, han reunido más de doscientas obras de arte, objetos, documentos e instrumentos, ofreciendo un suntuoso panorama que comienza con la Selene grecorromana y termina con la llegada del hombre a la luna , el 20 de julio de 1969, hace exactamente cincuenta años.

De Selene a la Virgen María , la luna tuvo en nuestra civilización un rostro y silueta de mujer. Evidentemente inmortal. Sin embargo, Egipto, Mesopotania y el hinduismo moderno dieron a la misma luna el rostro y la silueta de un hombre. Hombre o mujer, la luna, fue concebida, imaginada, soñada, como fuerza indisociable del sueño, la ilusión, el amor. Pero también fue una fuerza saturnal, inquietante, antes de convertirse en un destino soñado, previo a la aventura espacial.

Detalle de obra de Chagall ABC

A la luz de la luna, los amantes, los enamorados, los soñadores, soñaron o consumaron la felicidad. La luna grecorromana puede anunciar la llegada de los carros triunfales a la capital del imperio. La luna barroca (Abraham Janssens) puede ser una señora de armas tomar. La luna de Paul Delaroche puede iluminar el rostro de una joven mártir. La luna de Manet puede iluminar puertos de pescadores. La luna de Chagall es una luz protectora para quienes se aman. Los rostros de la luna son incontables. Ya en nuestro tiempo, Leónidas Tishkov llega a imaginar una luna «privada» que un navegante solitario lleva consigo remando hacia el puerto de sus ilusiones. Menos idealista, Anna Verónica Janssens comienza a temer el imprevisible costo de la carrera y la colonización del espacio.

Con la irrupción de la fotografía y el cine, los sueños coquetean con el realismo de la ilusión. Georges Méliès, Fritz Lang y Segundo de Chomón, entre otros, hacen «realidad» (visual) los sueños literarios de Julio Verne y HG Wells : con ellos llega el hombre y la mujer a la luna. Hay visiones menos épicas. Irónico, Man Ray llega a imaginar una luna que se enciende y se apaga, con un interruptor eléctrico. Para las nuevas generaciones de creadores, la luna también puede ser un campo de batalla. ¿Cuál es el puesto de la mujer en la aventura espacial? ¿Quién y cómo distribuirá las «riquezas» de una aventura que apenas comenzamos a imaginar? ¿Cómo proteger los futuros navíos del espacio, transportando a la tierra los tesoros por descubrir en los océanos estelares..?

Muchos puristas, desde sir Alfred Hitchcock , llegaron a temer y afirmar que el cine había entrado en decadencia con la llegada del sonido, el cine sonoro. Para esos puristas, el único cine «auténtico» es el cine mudo, el cine que cuenta historia sin palabras. Menos estricto, Hitchcock matizó tal visión apocalíptica de la historia del cine afirmando que, en verdad, el cine «más genuino» era el que apenas necesitaba de palabras, para no convertirse en teatro filmado.

Detalle de obra de Abraham Janssens ABC

Esa fue la tragedia artística de la llegada del hombre a la luna, hace cincuenta años. La diosa Selene, la vanidad de alumbraba a los amantes, en la noche celeste de la vida, se había convertido en un simple astro muerte, el único satélite natural de la tierra. Una primera etapa en una epopeya por venir. Quedaban muy atrás las viejas ilusiones artísticas, poéticas, literarias.

La gran exposición del Grand Palais demuestra lo contrario. Vivimos el principio de una gran aventura científica, técnica, militar, incluso comercial, quizá, la colonización del espacio. Sin embargo, la luna sigue seduciendo a hombres y mujeres de todas las civilizaciones. Un eclipse lunar sigue siendo algo más que un espectáculo. Los rumbos estelares de la luna quizá sean motivo de infinitos estudios científicos y técnicos que no colman la sed de ilusiones de los mortales.

De ahí el carácter emblemático de obras como la luna «privatizada» del artista ruso Leonid Tishkov (1953). A través de sus paisajes e instalaciones, preserva una relación íntima con la luna, invitándonos a preservar nuestra relación íntima con el astro, que también fue y sigue siendo, quizá, muchas otras cosas: un talismán que nos permite poner rostro y silueta a los paisajes de nuestras ilusiones, inquietudes, miedos y esperanzas. Conquistada la luna, nuestra primera y más urgente tarea sea su repoblación con las semillas de nuestros sueños.

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