Hasta que Stalin destrozó la fiesta

La Royal Academy de Londres muestra las dos caras del arte de la revolución rusa, la vanguardia y el realismo socialista, y recrea el rápido y trágico viaje desde la revolución al gulag

Isaak Brodsky: «V. I. Lenin y Manifestación», 1919 ABC

LUIS VENTOSO

« Revolución: Arte ruso, 1917-1932 », que se inaugura este sábado en la Royal Academy de Londres , es algo más que una valiosa exposición. Opera como una lección de historia, obligada en una Europa que a estas tardías alturas, cuando se van a conmemorar los cien años del asalto al Palacio de Invierno , todavía sigue sin acabar de asumir por completo que el genocidio soviético no va a la zaga del horror nazi.

La historia que se cuenta a través de doscientas obras es sencilla: la efervescencia del arte ruso durante los quince años que van de 1917 a 1932 y como a partir de ahí, Iósif Stalin corta la fiesta creativa e impone el realismo socialista. Pero ese trauma alberga en realidad la parábola de otro mucho más trágico y mayor: el del gulag y el tiro en la nuca sin juicio. Una caza del disidente tan sanguinaria y arbitraria que cabe definirla como pura locura (al propio Lenin , muerto en enero de 1924 y que fue también un represor implacable, Stalin le suscitaba dudas como sucesor por su inestabilidad mental). Se calcula que solo entre 1917 y 1922, etapa que comprende la guerra civil, murieron unos doce millones de rusos por violencia y hambrunas.

Bolcheviques

Cuando triunfa la revolución de octubre y los bolcheviques ascienden al poder, solo cuentan con 350.000 seguidores en un país con una población de 140 millones de personas, mayoritariamente iletradas. Para asentarse no bastan solo las armas, también hay que ganarse los corazones. La propaganda se torna fundamental. Ya en abril de 1918, Lenin lanza un plan omnipresente de culto al líder y apostolado del ideario comunista. Los artistas se convierten en una relevante herramienta de la revolución . En una reacción que hoy vemos ingenua, y que en muchos casos resultará suicida, la mayoría abrazan con euforia la utopía revolucionaria , en la convicción de que les traerá libertad creativa y apertura de miras.

En 1932, en el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo (entonces Leningrado), se inauguró una gran exposición que resumía quince años de arte soviético. Fue una muestra colosal: 2.640 obras en 33 salas . Resultó también el canto del cisne, la última vez que la vanguardia más moderna convivió en público con el arte oficial recomendado. Desde 1921, el régimen ya venía dando avisos contra el desviacionismo abstracto de artistas hoy tan venerados como Kandinsky y Malevich . La exposición de 1932 fue el oasis final. A partir de ahí, el realismo socialista se convirtió en el «nuevo, único y verdadero método», en palabras de Stalin. El comisario de la exposición de Leningrado, Nikolai Punin , fue enviado al gulag en 1949, por atreverse a comentar que los retratos hagiográficos de los líderes soviéticos estaban faltos de gusto. Murió en el campo de concentración.

Malevich

La muestra de Londres, que podrá verse desde este sábado hasta el 17 de abril (previo pago de 18 libras), intenta reconstruir a través de 200 piezas el espíritu de la exposición de 1932. Hay una fascinante sala dedicada en solitario al genio supremacista Kazimir Malevich , donde su modernidad en aquella Rusia de comienzos del siglo XX da fe de cuánto cantamañanas sigue copiando hoy en día ideas que ya son centenarias (« Cuadrado negro », un lienzo que no muestra más que ese color aplicado de modo uniforme, data de 1915, pero hoy algunos visionarios continúan regurgitando el añejo hallazgo como si fuese el súmmum de la provocación conceptual).

La muestra se abre con una sala llamada « Saludo al líder », donde se da fe de la gestación del desaforado culto a Lenin. Allí puede verse el retrato que tomó el valioso pintor figurativo Kuzma Petrov-Vodkin del revolucionario en su ataúd. Estuvo prohibido y guardado durante larguísimas décadas, porque sabido es que un dios no puede morir.

Wassily Kandinsky: «Cresta azul» (1917) ABC

En Londres está también « Paseo », de 1917, el cuadro con el que un ilusionado Chagall celebró su boda (por supuesto con su mujer volando, siempre vuela algo en Chagall). Tuvo la clarividencia de desengañarse pronto de la revolución y poner rumbo a París para no volver. Magníficos cuadros de Popova, Rodchenko, Deineka … Esculturas de ingenios aéreos a lo Da Vinci de Vladimir Tatlin . Carteles de propaganda, fotografías, porcelana. Viejas películas de Einsenstein poniendo su inmenso talento al servicio de la causa equivocada. Los felicísimos nuevos campesinos colectivistas de los que presume la propaganda revolucionaria… y los artistas buscando resquicios para mostrar el sufrimiento de esos mismos «kulaks».

La utopía de Stalin

La última sala es demoledora. Se titula « La utopía de Stalin ». Recoge sus proyectos faraónicos y el tono eugenésico del realismo socialista, tan similar al del arte nazi (atletas rubias de perfectas proporciones, apolíneos trabajadores y deportistas de aire heroico, marchas inmensas en estadios del nuevo hombre socialista). Pero ya casi en la puerta aguarda el golpe final de la exposición, « La habitación de la memoria ». En una pequeña estancia negra, sin sonido, se proyectan fichas policiales de represaliados, con su nombre, profesión, fecha de la detención y lo qué les pasó. Artistas, amas de casa, campesinos, psiquiatras, profesores, médicos, músicos, policías y soldados… La lotería del horror , casi siempre con la palabra «muerto a tiros» o «muerto en el gulag» como epílogo. Algunas de las víctimas ríen al objetivo de la cámara policial, en un último desafío libre. A otros les baila el final en unos ojos aterrados. El testimonio de sus pupilas es la obra maestra más perdurable de esta exposición, que sin duda debe verse.

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