Fernando Castro Flórez
Paradojas del poder político-cultural
Es paradójico que el poder político-cultural amenace con «cortar el grifo» a los museos que «reformulen» sus exposiciones por razones políticas o de activismo. En cierto sentido se trataría de una anticipación censora, cuasi-platónica, que pretendiendo evitar lo «políticamente correcto» impone «modelos anacrónicos» que mantienen al Museo anclado en una suerte de nimbo «pre-político». No hay museo que pueda evitar el activismo político, entre otras cosas porque ese es su origen y razón de ser. Si únicamente es un espacio para los (presuntos) «valores universales» tendríamos que aceptar, definitivamente que el museo es, en todos los sentidos, un mausoleo. La cuestión fundamental parece que fuera si hay que quitar obras «controversiales» del museo, dejar de leer ciertos libros o desmantelar el canon. Considero que lo decisivo sería ofrecer perspectivas contextuales, realizar sólidos análisis históricos y evitar el maniqueísmo. Tal vez bastaría con partir del materialismo histórico o, por lo menos, cuestionar las «verdades recibidas». Si queremos, como creo que es justo, acabar con el racismo y la discriminación en todos sus niveles, lo que tendríamos que evitar es una actitud censora. El museo es, como advirtiera James Clifford, una «zona de conflicto» donde distintas narrativas y perspectivas entran en conflicto. Tenemos que activar y politizar esas situaciones, sin miedo ni bajo la sombra de amenazas «político-culturales», comprendiendo que lo más importante es desplegar el uso público de la razón o, en otros, términos colaborar a la democratización de la cultura.
En cierto sentido, el debate que se está generando con la «advertencia» de Oliver Dowden a los museos británicos no tiene, de momento, «consecuencias» en nuestro país porque pareciera que no tenemos «necesidad» de revisar, en clave de «activismo político», nuestras colecciones, salvo el mínimo debate sobre el papel de las mujeres en el Museo del Prado. Tengo la impresión de que nos pasará lo «acostumbrado», esto es, la polémica llegará tarde pero con el brío de un tsunami. En España somos así de «contrarreformistas» y hasta aceleracionistas: podemos montarnos al carro de Manolo Escobar (por robado o perdido que estuviera) y de pronto agarrarnos a la cola de un tren-bala. Eso supondrá que cuando nos metamos en harina haremos auténticos desaguisados. Nos pasó con muchos debates, desde el postmodernismo hasta el covid-19. Estamos «a por uvas» y de pronto nos entra el Baile de San Vito. Así tendremos revisionismos, desclasificaciones, defenestraciones, deconstrucciones y hasta desalojos en «materia museal». Me lo veo venir. Será el típico proceso obtuso en el que, por ponerse a la moda, haremos primero el ridículo y luego nos daremos cuenta de que estamos colaborando con el desastre. Lamento ser tan agorero, pero me conozco el paño. Intentando acabar con la desigualdad, no faltarán curadores «políticamente correctos» que hagan un pan con dos tortas o que terminen por auto-abofetearse impulsados por la «mala conciencia» post-histórica.