Durero vuelve a casa

La familia Diehl dona su colección a la Casa Museo Durero en Núrenberg

Erasmo de Roterdam. Kupfertich 1526. Museos de la Ciudad de Núremberg, Colección Diehl ABC

ROSALÍA SÁNCHEZ

En un último y póstumo esfuerzo de penitencia por el origen de su fortuna, el magnate del acero alemán Karl Diehl ha donado a la Casa Museo de Núremberg su colección privada de grabados de Durero, que será exhibida por primera vez desde hoy y hasta el 17 de julio y que comenzó a forjarse, según informan sus herederos, en los años 60. El patriarca del consorcio Diehl «se sintió atraído desde joven por el Renacimiento alemán y por la obra de Durero , al que atribuía la esencia del clasicismo alemán, por lo que se ocupó personalmente de ir elaborando una colección que cuidó al detalle y en la que invirtió mucho esfuerzo», explica el historiador de la familia Gregor Schöllgen . Así reunió un total de 143 originales de Alberto Durero (Núremberg 1471-1528), «una colección de gran calidad que no tiene nada que envidar a los grandes museos del mundo», subraya por su parte el historiador de arte y experto en Durero Thomas Schauerte .

El caballero, la muerte y el diablo. Kupfertich 1513. Museos de la Ciudad de Núremberg, Colección Diehl ABC

Otro historiador que ha tenido acceso a los archivos familiares, Wolfgang Benz , certifica que durante la II Guerra Mundial los Diehl hicieron un gran negocio con el suministro de armamento a Hitler y otros historiadores independientes subrayan el papel de los trabajadores forzados en los años de escasez de personal. Hasta el día de su muerte, en 2008, Diehl siguió haciendo una tercera parte de sus ganancias en el mercado internacional de armamento, motivos estos por los que su conciencia le llevó a volcarse en sus últimos años en obras sociales para Núremberg en sus últimos años y concretamente a hacer esta donación póstuma de su más preciado bien material, la colección Duero .

«Mi hermano y yo cumplimos un profundo deseo de nuestro padre", ha declarado su hijo Werner Diehl , según el cual el testamento establecía que la colección siguiera constituyendo un conjunto y que la mejor forma de darle cumplimiento era un « acuerdo de perpetuidad» con la ciudad, por el cual las obras, a las que ningún historiador del arte alemán se atreve a poner un precio, jamás podrán ser transferidas ni cedidas.

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