La cultura devuelve la vida al Palacio Imperial de Berlín

Volver a levantar la estructura original del histórico edificio, que culminará en 2019, costará 600 millones de euros

Las obras de reconstrucción llevan buen ritmo. Así quedará el Palacio ABC

ROSALÍA SÁNCHEZ

Entre muros de hormigón y con el viento y la hojarasca entrando por las ventanas todavía sin cristales arrancó ayer la actividad del Foro Humboldt de Berlín , quedando inaugurada, en período de pruebas, una nueva era cultural en la capital alemana. La ministra de Estado de Cultura, Monika Grütters, se desenfundaba momentáneamente el abrigo para subir a la tarima de oradores y felicitar desde allí este primer paso con el que el Palacio Imperial de Berlín vuelve a la vida . La pretensión del edificio es marcar de nuevo el pulso cultural de la capital alemana, tal y como fue en aquel tiempo en el que la nación alemana se sentía orgullosa de sí misma y en el que «el Schloss no estaba en Berlín, el Schloss era Berlín».

Ese fue el título de un ensayo publicado en 1991 por un grupo de defensores de su reconstrucción. Hacía solamente dos años que había caído el Muro de Berlín , las dos Alemanias apenas comenzaban el proceso de reunificación y de cara al exterior, todavía temeroso del poderío alemán, no encajaba en lo políticamente correcto el resurgir de un símbolo del imperialismo alemán. La iniciativa privada hubo de tomar el testigo que el Estado no podía asumir y comenzó una andadura de donaciones que va ya por los 63 millones de euros y que la Fundación Schloss Berlín espera aumentar con el impulso de esta primera exposición.

Ajetreada historia

Obra de Andreas Andreas Schlüter, el palacio fue gravemente dañado en la II Guerra Mundial. ABC

«Este edificio encarna una nueva actitud de simbolizar el mundo», explica Neil MacGregor, exdirector del Museo Británico de Londres y fichado por las autoridades alemanas como director de la fundación, para quien el nuevo palacio ofrece a los alemanes la posibilidad de encontrar su actual lugar en el mundo y reconciliarse con su propia historia. La prensa berlinesa recibió a MacGregor como un «mesías» y el director del emblemático Marin Gropius Bau, Gereon Sievernich, le ha agradecido « haber devuelto Alemania a los alemanes ». MacGregor se sitúa contra cualquier tipo de pensamiento nacionalista, pero defiende una visión que pasa página, admira que Alemania haya enfrentado su pasado nazi de forma «rigurosa y valiente» y afirma que por ello «se ha ganado la admiración del mundo entero».

Incluso ha sugerido que otros países, entre ellos su patria, deberían tomar ejemplo. «Los alemanes expresaron el peor capítulo de su historia en una gran cantidad de memoriales y monumentos que dan cuenta de esas atrocidades. Es increíble que en Gran Bretaña no tengamos una palabra como la alemana Mahnmal (monumentos de vergüenza nacional). Ese vocablo es demasiado extraño para nosotros –dice el investigador británico–. A nosotros en la escuela apenas nos hablan del tráfico de esclavos, algunas guerras por aquí y por allá, y nos enseñan que fueron los británicos quienes finalmente derrotaron a Napoleón en Waterloo y se deshicieron de él, sin mencionar la ayuda prusiana».

Con el resurgir del palacio imperial, la cultura avanza en la misma dirección en la que ya lo hace desde hace años la diplomacia alemana y, en palabras del alcalde de Berlín que tuteló el proyecto durante 14 años, Klaus Wowereit, «cierra una herida urbanística e identitaria ».

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