Los cuadros rotos de Ángela de la Cruz ganan el Nacional de Artes Plásticas

La artista gallega afincada en Londres desde hace décadas ve reconocida su obra en España

Ángela de la Cruz, en su estudio londinense EFE
Laura Revuelta

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El mismo día en que se monta por primera vez en España la gigantesca pieza («Double Bind») que consagró a Juan Muñoz en la Tate Modern hace dieciséis años, la artista española residente en Londres Ángela de la Cruz recibe el premio Nacional de Artes Plásticas . ¿Y en qué se pueden parecer creadores en apariencia tan distintos: la noche y el día; las sombras y el color; la concreción en las formas escultóricas y la abstración en la silueta de esos cuadros destrozados desde el bastidor de madera al lienzo que han hecho famosa e inconfundible a Ángela de la Cruz ? Se parecen, sin duda, en que son dos artistas que han triunfado allende nuestras fronteras en diferentes épocas y tiempos para luego poder ser profetas en su tierra, además de dueños y señores del mercado del arte. Si Juan Muñoz es uno de los artistas muertos (falleció en 2001) más cotizados del momento, Ángela de la Cruz es una de las artistas vivas más cotizadas en las ferias de medio mundo, de Basilea a Hong Kong, además de tener la gloria de ser la única creador(a) español(a) finalista del polémico premio Turner (2010), de cuyas filas ha salido lo más granado del arte británico, de Gilbert and George a Anish Kapoor .

No es de extrañar que en cuanto ha recibido la llamada pertinente que le daba la buena nueva desde el Ministerio de Cultura, Ángela de la Cruz haya esbozado un breve pero contundente es «un honor y un privilegio» y asegurado que este reconocimiento le da unas «inmensas fuerzas» para seguir con su trabajo. En su caso, y pese al éxito entre la crítica y el coleccionismo internacional, que la tiene entre sus favoritas, sus parcas palabras tienen un valor doble, pues en 2006 sufrió un derrame cerebral –el día antes había visto por primea vez la ecografía de su hija– que la tiene amarrada desde estonces a una silla de ruedas y que hace que apenas pueda hablar. Si acaso por e-mail o a través de su colaboradora Luz Massot, quien ha atendido a los medios por teléfono y ha matizado cuestiones impepinables en estos días de ajetreo nacional e internacional más allá de los parabienes por el galardón: «Lo del Brexit y todo lo que está pasando en Cataluña la tienen muy preocupada», apunta.

Chica «after punk»

Ángela de la Cruz nace en La Coruña en el año 1965 y se marcha a Londres a finales de la década de los ochenta, los tiempos del «after punk». Lo que le mueve son la música y los conciertos: desde New Order a Cabaret Voltaire, entre sus grupos favoritos de aquellos años. Como tantas otras jóvenes que se mudan a la capital británica, trabaja como cuidadora de niños. Se echa novio, ahora su marido y el padre de su única hija, que nace después del derrame cerebral y de pasar un calvario para su alumbramiento. Ni los problemas personales ya descritos ni los que tienen que ver con la sobredosis política de estos días y por la que los periodistas nos empeñamos en preguntar a todo el bicho viviente del mundo dultural, son asuntos que se vislumbren o distingan en sus trabajos. La obra de Ángela de la Cruz –que es pintura, pero no pintura al uso; que podríamos definir como escultura, pero no escultura al uso– no esconde en sus pliegues ninguna lectura política o social. Ni su estilo ni su discurso sigue el hilo conceptual o reinvidicativo de muchos artistas contemporáneos.

Este año, como todos los impares de un tiempo a esta parte, el premio Nacional de Artes Plásticas ha optado por una artista mujer (la paridad siempre llama a la puerta de estas citas), cuyo estilo es personal e intransferible. Único. Un profano en estas lides puede pensar que los trabajos de Ángela de la Cruz parecen (y son) unos cuadros o lienzos destrozados, rotos, pisoteados, por cuya pintura aún fresca ella pasa las ruedas de la silla en la que está sentada todo el día en su estudio londinense. Más allá de la evidencia, Ángela de la Cruz ha conseguido romper los siempre rígidos límites de un cuadro, de la pintura misma, de una manera física y contundente. Sus cuadros, por los que también se asoma una vena de pop abstracto y la tradición de Zurbarán o Millares , acaban siendo esculturas que te asaltan desde la pared de una sala o desde el mismísimo suelo. Valores que ha resaltado el jurado de este premio Nacional.

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