Chema Madoz: juegos de magia
Sus sugerentes y evocadoras fotografías se miden con la naturaleza en el Jardín Botánico de Madrid
El fotógrafo Chema Madoz (Madrid, 1958) ve el mundo de forma bien distinta a como lo vemos el común de los mortales. Su particular universo – mágico, poético, lúdico – está poblado por arañas que tocan el piano, hojas-percha, un cubito de hielo derritiéndose envuelto para regalo, un sauce llorón cuyas ramas están formadas por hileras de caligrafía japonesa, árboles con nubes como copas o de los que cuelgan notas musicales, un cactus hecho de piedras, flores metamorfoseadas en mariposas, horquillas que llueven en un mar de pelo...
Un universo propio de Alicia en el País de las Maravillas , aunque a veces se torne más tenebroso, como las películas de Tim Burton : una hoja «asesinada» por otra mucho más fuerte que hace las veces de un puñal, una mariposa atravesada por un dardo, una rosa amenazante con espinas ganchudas... Madoz tiene mucho de mago, de ilusionista, un gran «manipulador» que subvierte a placer las reglas de la naturaleza. Nada es lo que parece en sus manos.
Muchas de sus hipnóticas, sugerentes y evocadoras instantáneas, siempre en blanco y negro y de una factura impecable, están protagonizadas por elementos de la naturaleza. Sesenta y dos de ellas, producidas entre 1982 y 2018, cuelgan en una exposición en el Pabellón Villanueva del Jardín Botánico de Madrid . Un lugar en el que parecen sentirse como en casa. «La naturaleza de las cosas» –título tomado de una obra homónima de Tito Lucrecio Caro–, está comisariada por Oliva María Rubio y permanecerá abierta hasta el 1 de marzo de 2020 . Forma parte de un programa expositivo puesto en marcha en 2018 por La Fábrica, dedicado a grandes maestros del arte contemporáneo español.
La comisaria destaca las asociaciones insólitas, combinaciones inesperadas, encuentros fortuitos, parentescos, desplazamientos y yuxtaposiciones presentes en la obra de Chema Madoz, que dan lugar a « un reino propio », único, personal e intransferible. Sus imágenes, sus juegos y guiños son fácilmente reconocibles por el espectador. Ha creado su propia marca, algo de lo que no todos los artistas pueden presumir. «Chema Madoz se complace en trastocar la realidad , porque a pesar de su apariencia sólida e inalterable, una mínima variación puede hacernos conscientes de la fragilidad de aquello que nos rodea», advierte Oliva María Rubio .
«Yo mismo me quedé sorprendido por la cantidad de imágenes que he realizado en torno a la naturaleza durante mi carrera», comenta Madoz, que reconoce su deuda con artistas como Magritte («hizo que me interesara por la imagen; me marcó su manera de ver, de utilizar la imagen como un lenguaje para articular ideas») o Joan Brossa y sus poemas visuales. Las obras de Chema Madoz coquetean con el Dadá y el surrealismo . Reconoce que al principio de su carrera salía a la calle tratando de tropezarse con algo que ya estaba en su cabeza. También, que le siguen interesando los mismos temas de siempre («no hay grandes saltos ni piruetas en mi trabajo») y que la idea de juego está presente en todas sus imágenes («es la primera manera de aprender a relacionarnos con el mundo»).
Además de las fotografías, se exhiben encerrados en unas vitrinas algunos de los objetos con los que trabaja habitualmente en su taller. «Hay belleza en los objetos, incluso en los del todo a cien, que son una mina», reconocía Chema Madoz hace unos años en una entrevista con ABC. También se proyecta en la exposición un documental sobre el artista (« Regar lo escondido », de Ana Morente), producido por RTVE en 2012.