Un cementerio de anclas para la memoria viva de Portugal

A unos 40 kilómetros de la frontera con España, la Playa del Barril sorprende con las huellas de un pasado donde los pescadores inundaban esa franja del Algarve

Una vista del cementerio de anclas en la Playa del Barril F. CHACÓN
Francisco Chacón

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cruzamos la frontera portuguesa desde la provincia de Huelva y pasamos a la parte más cercana del Algarve . A menos de 40 kilómetros del límite, se alza Tavira y allí, en los alrededores, la Playa del Barril sorprende con un paisaje de aspecto extraño que es un cementerio de anclas.

Más de 200 áncoras se extienden ante nuestros ojos y entonces surgen las incógnitas: ¿a qué obedece? ¿por qué allí? La respuesta la tienen las gentes del lugar, pues la zona albergaba a un grupo de pescadores (y sus familias) en busca de atún, muy apreciado en la gastronomía del sur de Portugal.

Pero en la década de los 60 el globo se pinchó y salió a la luz el fenómeno de la sobrepesca. Todo dio un giro entonces y las autoridades locales decidieron dejar huella y constancia de aquella actividad al colocar sucesivamente las anclas de las flotas pesqueras sobre las dunas. Objetivo: contribuir a la memoria colectiva con este singular cementerio que, a lo lejos, dibuja un horizonte de aspecto más bien fantasmagórico.

Las áncoras se muestran en líneas rigurosamente rectas, de una simetría escrupulosa, para rememorar la precisión con la que ejecutaban su función aquellos pescadores de antaño. Antes de que los atunes cruzaran el Estrecho de Gibraltar, se clavaban las anclas en el fondo del mar, a una distancia que oscilaba entre los cinco y los 10 kilómetros de la costa.

Una vista del cementerio de anclas en la Playa del Barril F. CHACÓN

De los dos extremos de las áncoras, uno se clavaba en el fondo del mar y el otro mirando al infinito. Precisamente, en estos últimos se instalaba una enorme red que desembocaba en una trampa mortal para estos peces. El botín estaba servido.

La pesca proliferó durante siglos, pero el «efecto llamada» terminó por agotar las existencias de esta especie en los años 60 y todo se vino abajo. Hoy el cementerio es el testigo de aquellos avatares de connotaciones históricas.

Donde se desplegaban entonces las almadrabas y los barracones (refugio de los pescadores) hoy se alzan casitas para turistas y restaurantes. De modo que el curioso «camposanto» de anclas ha reavivado y reactivado la economía de la zona, pues atrae a visitantes ávidos de escuchar las viejas andanzas de los trabajadores del mar, como salidos de las páginas de una obra de Raúl Brandao.

Sí, porque el célebre escritor portuense anticipó su obra cumbre, «Las islas desconocidas» (originalmente publicada en 1926), publicando tres años antes «Los pescadores», una oda a la sangre, el sudor y las lágrimas de estos humildes portugueses, desde Póvoa de Varzim hasta la propia región del Algarve. Evocadoras lecturas, las suyas, disponibles en España gracias a Ediciones del Viento.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación