Botticelli alterna con Dolce & Gabanna y Ursula Andress en bikini

El Victoria & Albert de Londres reúne 50 cuadros del maestro renacentista y los mezcla con ecos pop

La Ghirlandata, de Dante Gabriel Rossetti ABC

LUIS VENTOSO

No sabemos qué opinaría Sandro Botticelli (Florencia, 1445-1510) si pudiese visitar la exposición que le han dedicado en el Museo Victoria & Albert de Kensington. Mucho antes de llegar a las salas finales, donde se muestran 50 cuadros y dibujos del maestro renacentista, lo primero que se topa el visitante es una pantalla donde se proyectan dos escenas de películas. Una recoge un clásico del erotismo suave sesentero: Ursula Andress saliendo del mar con su espectacular bikini blanco de «Dr. No», un James Bond cosecha de 1962. La otra muestra a Uma Thurman emergiendo de la concha a lo Venus de Botticelli en una película menor de Terry Gilliam. ¿Le gustaría este juego al pintor? Depende. El Botticelli luminoso de «Primavera» y el «Nacimiento de Venus», el que pintaba beldades a lo Cate Blanchett seis siglos antes de que la musa australiana existiese, seguramente habría disfrutado con el juego pop del V&A. Pero el otro Botticelli, el crepuscular y religioso, el taciturno seguidor del rigorismo del predicador dominico Savonarola, seguramente habría expelido incienso por la nariz ante tanto cachondeíllo.

«Botticelli Reimaginado», que estará en el museo londinense desde ahora hasta el 3 de julio, deja claras sus intenciones cuando disponiendo de importantes cuadros del artista elige como cartel de la muestra una recreación de su Venus del ya algo pegajoso Andy Warhol. La exposición arranca al revés, del presente al pasado . Las primeras salas se dedican al Boticelli «global, moderno y contemporáneo», a rastrear su eco hoy en día. Su actualidad es asunto de mérito, pues seguramente se trata del gran maestro que permaneció más tiempo opacado por el caprichoso telón del olvido. Cierto que triunfó en vida. Hasta el Papa Sixto IV lo convocó al Vaticano para ejecutar tres frescos en la capilla que lleva su nombre. Pero en sus últimos diez años Alessandro di Mariano Filipepi (lo de Botticelli es un mote, algo así como «tonelete», heredado de un hermano vinatoso) había envejecido mal, y luego fue aparcado por completo hasta el siglo XIX, cuando lo rescató el fervor de la logia de los prerrafaelitas londinenses. Las guerras napoleónicas, con el saqueo de villas y monasterios, ayudaron a que la magia de Botticelli volviese a la luz.

Las lecturas actuales de Botticelli que ofrece el V&A oscilan entre la gracia y el puro kitsch . A la segunda categoría se van de cabeza sendos trajes de Dolce & Gabbana de 1993 estampados con cuadros del pintor. Para los visitantes con tiempo –y paciencia– no falta la recreación de un inevitable de la modernez, el vídeo-artista Bill Violla, que vivió en Florencia, quien recrea un mural de Botticelli. El asunto es sencillo: un sendero en un pinar y personas de todo tipo que lo atraviesan caminando con eco de pajaritos. También hay revisiones de Botticelli de Magritte, Cindy Sherman, Warhol… y hasta banda sonora de Dylan ante algunas fotos, o una portada botticcelliana de Jeff Koons para un disco de Lady Gaga.

El segundo gran espacio se dedica a «El Redescubrimiento» , la gran operación rescate del siglo XIX, un festival de colorido victoriano, tan delicado como fofo emocionalmente. Aun así, siempre es raro disfrute ver los cuadros de aquel locuelo estupendo que fue el pintor y poeta londinense Dante Gabriel Rossetti, comprador temprano del maestro. Un Botticelli de su propiedad, el retrato de Esmeralda Bandinelli, ha sido restaurado especialmente para la ocasión. Rossetti lo compró en 1867 en la creencia de que era la mujer que había actuado de modelo con la Venus de «La Primavera» del maestro.

Al final, en unas salas que se vuelven blancas, llega la magia inoxidable del propio Botticelli. Viniendo de unas estancias en las que casi todo han sido ecos pop de «La Primavera» y el «Nacimiento de Venus», resulta chocante no poder ver como fin de fiesta esas obras, pero, lógicamente, no salen de la Galería Uffizi de Florencia, la ciudad donde nació Botticelli y donde murió a los 64 años tras haberse ausentado solo dos veces (una a la Capilla Sixtina, y ahora se habla también de un encargo exótico en Hungría). Con todo, hay cuadros muy importantes del artista, con cuya autoría siempre ha habido dudas y problemas. Es una maravilla ver sus dibujos para la «Divina Comedia» de Dante. Camino ya de la puerta llega lo mejor de la exposición, dos de sus delicadas, siempre modernas y hermosísimas Venus.

Un amor platónico

Se echa en falta un poco de más aparato biográfico . Aunque es cierto que poco se sabe de este florentino, hijo de un curtidor, que iba para platero, pero entró en el taller de pintura de Fra Filippo Lippi y pronto triunfó a lo grande bajo la protección de los Medici y contó con su propio equipo. Botticelli nos ha dejado su rostro, pues se pintó entre el público de su «Adoración de los Magos». Un hombre rubio, de ojos claros, boca sensual y mirada un poco indiferente. Nunca se casó, y se cree que vivió un intensísimo amor platónico por la gran musa de su época, la casada Simonetta Vespucci. Ella se murió 34 años antes que él, pero aun así pidió ser enterrado a su vera. También se ha especulado mucho con la posible homosexualidad del pintor, pues fue acusado de sodomía con un joven, cargo retirado pronto.

La exposición de Botticelli ocupa las mismas salas donde el pasado año arrolló una antológica del diseñador londinense Alexander McQueen. Aunque las calidades no son comparables (me temo que a favor del viejo), es dudoso que alcance siquiera la mitad del público que la muestra del atormentado modisto.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación