Arte contemporáneo ‘camuflado’ en Can Marquès

La galerista alemana Esther Schipper exhibe obras de 22 artistas internacionales en una casa señorial de Palma

Obras de Simon Fujiwara, junto a la chimenea en Can Marquès © Andrea Rossetti

Mayte Amorós

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Un dóberman rosa con hombros de humano, una guindilla caduca en la pared de la cocina, el sonido de una gotera invisible en el salón o un mausoleo dedicado a Goya y Van Gogh en la repisa de la antesala. La casa museo Can Marquès de Palma alberga una exposición efímera de la galería Esther Schipper con obras de 22 artistas internacionales, que podrá visitarse hasta el próximo día 31 . La muestra, titulada ‘En la casa de Marquès’ se ha instalado en la antigua residencia del empresario mallorquín Martí Marqués Marquès , quien, a su regreso de Puerto Rico en 1901, se mudó a este edificio de la calle Can Anglada de Palma, situado entre la catedral y el Ayuntamiento, y cuyo origen se remonta al siglo XIV.

Su actual propietaria, Nieves Barber , vuelve a abrir sus puertas para acoger esta muestra, que invita a un juego estimulante en el que el espectador adivina piezas ‘camufladas’ en las estancias o queda desubicado por el contraste al encontrarlas fuera del espacio neutro habitual de las galerías de arte. «Escogimos este lugar porque para nosotros era estimulante que artistas de nuestro programa dialogaran en este espacio y para ofrecer una nueva percepción y lecturas diferentes a un espacio neutral», reconoce Violant Porcel , directora asociada de la galería Esther Schipper.

Obras de Ryan Gander y Rosa Barba en Can Marquès © VG Bild-Kunst, Bonn, 2021. FOTO: © Andrea Rossetti

La galería berlinesa, que por primera vez recala en la isla , incluye en esta exposición esculturas, pinturas, fotografías y obras sobre papel de nombres internacionales como Rosa Barba, Stefan Bertalan, Martin Boyce, Sarah Buckner, Angela Bulloch, Etienne Chambaud, Ceal Floyer, Simon Fujiwara, Ryan Gander, Francesco Gennari, Liam Gillick, Dominique Gonzalez-Foerster, Rodney Graham, Ann Veronica Janssens, Gabriel Kuri, Isa Melsheimer, Roman Ondak, Ugo Rondinone, Anri Sala, Karin Sander, Julia Scher y Daniel Steegmann Mangrané.

El recorrido empieza en el vestíbulo con una obra de Ugo Rondinone . Es una chimenea de hadas hecha de piedras que traslada a la naturaleza desde la extrañeza de su color fluorescente como antítesis de lo natural. En la escalinata, el dóberman de mármol con patas de gato es una pieza única de Julia Scher que traslada la preocupación de la artista por el control de la sociedad. Quince peldaños más arriba, una máquina de diapositivas esculpe figuras geométricas en la pared y da cuentas del poder de la luz cuando atraviesa un espacio y crea dibujos en el propio ent orno. Una meditación del barcelonés Daniel Steegmann Mangrané sobre el trasvase de la naturaleza y las formas abstractas que existen en el arte.

Ya en la primera planta, se inicia un sugestivo recorrido desde la puesta de sol y la salida de la luna de Rodinone hasta las obras de Etienne Chambaud realizadas con orina de animales salvajes como osos o zorros en una especie de tesis sobre cómo los animales marcan el territorio. Flanqueado entre dos tupidas cortinas de terciopelo rojo, la italiana Rosa Barba plantea una hipnótica concepción del tiempo. Una película de 35 mm zigzaguea y emula el mecanismo de un reloj. En medio de la sala , Ryan Gadner ha puesto patas arriba la icónica silla ‘Wassily’ y la ha cubierto de nieve. Se escucha un goteo constante pero no hay goteras: un cubo con agua y un cable es la propuesta de Ceal Floyer ; una pieza de los años 80 que usa un elemento tan cotidiano de una forma que sorprende.

Obra de Angela Bulloch en Can Marquès © Andrea Rossetti

La malla de guerrero del creador británico japonés Simon Fujiwara hecha con pastillas ‘Truvada’ –medicamento que se usa para tratar y prevenir el sida– plantea cómo construimos nuestra propia identidad en la vida personal. En el suelo de la cocina, entre sartenes de latón, 13 pelotas de tenis de Dominique Gonzalez Foerster cuestionan la naturaleza del arte; al fondo, entre fogones, la guindilla roja de la alemana Karin Sander se llenará de moho como parte de su idiosincrasia real.

El espejo de Ryan Gander es la antítesis de la vanidad. Uno no puede reflejarse completamente porque un manto blanco de mármol cubre la mitad del rostro y evoca aquellos tiempos cuando se tapaban los espejos si alguien de la casa había fallecido. La muestra casi termina, pero antes hay que mirar bien las paredes para localizar el ‘grafiti’ de Karin Sander. Es el resultado de un lienzo en blanco puesto en la calle para ver qué sucede. O el lienzo en blanco que ha viajado por medio mundo, llenándose de sellos y vida a partes iguales.

Antes de salir, en el dormitorio principal, frente a la cama barroca se proyecta un vídeo de Dominique Gonzalez Foerster. Durante cuatro minutos, la francesa encarna a la bailarina Lola Montez, famosa por ser la cortesana de Luis I de Baviera . «Es el extracto de una performance que la artista llevó a cabo en Berlín en 2015 y que se basaba en la película de los 50 que el director Max Ophüls dedicó a la bailarina por su ‘affaire’ con el duque. En él muestra la parte final de Montez, atrapada por la maquinaria de explotación del público sensacionalista para seguir sobreviviendo», concluye Porcel.

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