Alexander S. C. Rower: «Mi abuelo fue “enemigo íntimo” de Frank Lloyd Wright»
Nieto de Calder, preside la Calder Foundation, que ha colaborado estrechamente en la exposición del Centro Botín de Santander
—En 2003 su abuelo se midió con la arquitectura de Frank Gehry en el Guggenheim Bilbao. Ahora hace lo propio con la arquitectura de Renzo Piano en el Centro Botín de Santander. ¿Cuál cree que le sienta mejor a la obra de su abuelo? Mantuvo una relación muy estrecha con algunos arquitectos. ¿Hasta qué punto fue decisiva la arquitectura en su obra?
—Mi abuelo tuvo amistad con muchos de los grandes arquitectos del siglo XX, como Mies van der Rohe, Josep Lluís Sert, Le Corbusier, Marcel Breuer y Wallace K. Harrison, por citar solo algunos, y fue «enemigo íntimo» de Frank Lloyd Wright. Calder fue el primer artista que recibió un encargo de la Administración de Servicios Generales para realizar una escultura pública, a raíz de lo cual se convirtió en el escultor de referencia de los arquitectos a la hora de diseñar nuevos edificios o nuevas plazas. No me sorprende que aún hoy siga siendo el artista con más presencia en los diseños arquitectónicos. Su vocabulario simbólico es inmediatamente reconocible, y los arquitectos contemporáneos utilizan su universo formal para sugerir que sus proyectos son de una calidad superior. Para mí es una satisfacción personal poder seguir los pasos de mi abuelo y colaborar con los grandes arquitectos de nuestra época para presentar la obra de Calder en nuevos contextos arquitectónicos.
—Usted preside la Calder Foundation, que gestiona su legado. ¿Hay aún mucha obra inédita? ¿Cree que está valorado en su justa medida por la crítica y el mercado?
—Nunca se podrá sobrevalorar la contribución de Calder al arte del siglo XX. Es uno de los poquísimos artistas que crearon formas artísticas totalmente nuevas –como las esculturas de alambre y los móviles– para su época. Sus increíbles innovaciones, junto con la fortaleza para superar constantemente lo que se esperaba de su obra, son las razones de que esta conserve su originalidad y su relevancia hoy en día.
—En el Museo Picasso de París, Calder ha mantenido un cara a cara con Picasso, que veremos en septiembre en Málaga. Un duelo de altura, sin duda, comisariado por dos de sus nietos. ¿Cómo fue la relación entre estos dos genios del arte del siglo XX?
—Nuestro descubrimiento del vacío, o de la ausencia de espacio, como tema conceptual y compositivo para ambos artistas, surgió a lo largo de una larga conversación con Bernard Ruiz-Picasso, comisario de la exposición junto conmigo. Mientras que Picasso personalizaba su exploración del vacío centrándose en el yo interior emocional, Calder la proyectaba hacia el exterior a través de la curiosidad y la expansión intelectual, haciendo intervenir fuerzas desconocidas de maneras que desafían nuestras limitaciones dimensionales. Era lo que él denominaba la grandeur immense. La explicación de su enfoque radicalmente diferente evolucionó para convertirse en una perspectiva rica y totalmente nueva para la exposición en el Museo Picasso de París. Uno de los momentos más concretos en los que la obra de Calder y Picasso se cruzaron en vida de los artistas fue el pabellón español de la Exposición Universal de París de 1937, para el cual ambos recibieron un encargo. «La Fuente de mercurio», de Calder, con el mercurio extraído de las minas de Almadén, simbolizaba la resistencia de la España republicana contra el fascismo, y fue una de sus obras más abiertamente políticas.
—Usted es de las pocas personas que podía pisar el estudio de su abuelo. ¿Era obsesivo, tenía alguna manía?
—Cuando trabajaba, lo hacía profundamente concentrado. Estaba muy serio y no quería que le molestasen. A mí me permitía entrar en el estudio siempre que estuviese callado y no lo distrajese. A pesar de ello, allí también me enseñó muchas cosas sobre su trabajo, sus herramientas, etcétera.
—¿Y cómo era el Calder abuelo?
—Mi abuelo era un persona generosa y sociable. Vivía para su familia y le gustaba mucho estar rodeado de amigos. Casi siempre estaba trabajando. Lo normal era que estuviese en su estudio desde primera hora de la mañana hasta mediodía, y que volviese a él nada más acabar de comer.