Adiós a Tomàs Llorens, figura clave de los museos españoles
Dirigió algunas de las pinacotecas más importantes del país, como el Reina Sofía, el Thyssen o el IVAM
Con Tomàs Llorens, fallecido en su amado retiro de Denia, desaparece una figura absolutamente clave para la historia del arte valenciano y español, y sobre todo para nuestra museografía. Alguien sin el cual las cosas serían, tanto en su tierra natal, como en nuestro país, mucho peores. Alguien que abrió muchas ventanas.
Nacido en 1936 en la localidad castellonense de Almassora, Llorens se movió, a comienzos de los años setenta, en los ambientes de la cultura y la política antifranquistas. Colaboró en la gran revista ‘Suma y Sigue’, así como en ‘Serra d’Or’ o en ‘Artes’. Apoyó el informalismo, la escultura geométrica de Alfaro, y sobre el pop político del Equipo Crónica, de broma (pero no tanto), se solía decir entonces que él era… el tercer miembro del equipo. La alemana Ana Peters, su mujer, fallecida en 2012, pintaba entonces en esa línea, con gracia, y un sentimiento del color muy suyo. Con el tiempo se convertiría en pintora del silencio y de la contemplación.
Tras unos años de profesor de Arquitectura en Portsmouth, fue sonada la polémica que se armó con la muestra española que él y Valeriano Bozal montaron en la Bienal de Venecia de 1976, cuyos más ácidos adversarios fueron, paradójicamente, otros críticos de izquierdas, como Moreno Galván o Aguilera Cerni. Tras las trifulcas también sonadas que Bozal y él por una parte, y Quico Rivas, Ángel González y yo por otra, protagonizamos cuando la colectiva ‘1980’, Tomàs y yo nos reencontramos en 1985 en una exposición de Saura en la localidad francesa de Gordes. Sin palabras pasamos página. Él era entonces Director General de Patrimonio de la Generalitat Valenciana. Me contó su empeño de dotar a su ciudad natal de un museo. Ese museo, el IVAM, lo fundó no sobre una piedra, sino sobre unos hierros, los de Julio González, escultor al que todavía estos últimos tiempos seguía dedicando buena parte de sus cavilaciones. Pero antes de la inauguración, que tuvo lugar en 1989, él ya estaba en Madrid, llamado por Carmen Giménez para dirigir el flamante Reina Sofía. Dos años antes, la misma les había encargado a él y a Paco Calvo la macromuestra parisiense ‘El siglo de Picasso’. De sus exposiciones del Reina, pocas tan suyas como la que hizo con Germano Celant sobre la Italia moderna, del futurismo al arte povera. Tampoco olvidemos la de Torres-García, otro de sus caballos de batalla.
Sus grandes muestras
Ya durante su etapa como conservador-jefe del Museo Thyssen, le debemos más exposiciones memorables. Lo fueron la que documentó los paseos de Gabriel Cualladó por las salas; la de dibujos de la colección de Jan Krugier; la de Derain; la de Baumeister; la de Hopper. Puestos a elegir las más llorensianas, sin dudarlo diría: ‘Forma: El ideal clásico en el arte moderno’, y ‘Mímesis: Los realismos modernos’. Dos colectivas que permiten entender lo bien que se llevaba su comisario con Jean Clair.
En esta hora triste, recuerdo una aventura compartida, nuestra retrospectiva conjunta ‘Morandi’, en 1999, para el Thyssen y el IVAM, y nuestras conversaciones en Bolonia, en la modesta biblioteca del pintor. Escucharle ahí, como visitar en su compañía, en otra ocasión anterior, iglesias romanas, fue toda una experiencia. Tomàs amaba el arte, y si a veces hablaba en voz muy baja, era por la veneración con que conversaba de aquello que amaba, ya fuera el pintor de los humildes cacharros, ya fueran Torres, César Paternosto, o Zoran Music... Era, además, un letraherido: me di cuenta por vez primera de ello, escuchándole, en Santander, en 1977, calificar a Ricardo Güiraldes de ‘noucentista’ del Río de la Plata. La grata conversación continuó estos últimos años, en Valencia, con ocasión de eventos organizados por Bancajal, como la retrospectiva Alfaro que él comisarió con su hijo Boye, y el coloquio sobre aquél, compartido con Raimon y con Manuel Vicent. En fechas más recientes, hablamos mucho en Logroño, con ocasión de reuniones del patronato de la Fundación Escultor Daniel. A Josefina Alix y a él se debe el que haya perdurado la memoria de Daniel González, al que él incorporó a la colección del Reina.