Jason deCaires Taylor: «Le debemos al mar el respeto de ser un espacio sagrado»

Escultor y fotógrafo británico, es célebre por sus bellos y poéticos museos bajo el mar. El próximo estará en Lanzarote

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elena cuÉ

El artista inglés Jason deCaires Taylor (1974) lleva más de 18 años dedicados a la vida submarina y a su conservación en simbiosis con la faceta de escultor y fotógrafo. Conocido por ser el creador del museo acuático más grande del mundo, el MUSA (Museo Subacuático de Arte), cerca de Cancún, México, trabaja en estos momentos en la construcción del Museo Atlántico en Playa Blanca, Lanzarote. Sus esculturas hechas de un hormigón con ph neutro se transforman en arrecifes coralinos por la acción de los microorganismos acuáticos, incrementando así la biomasa marina y facilitando la reproducción de las especies.Al igual que la naturaleza, su arte es creación y destrucción, un arte en transformación, como la vida. Un arte que asume su temporalidad y que no pretende la inmortalidad. Acepta morir en el agua para fundirse otra vez en la naturaleza, un arte como voluntad de eternidad.

—Ha abierto una nueva vía de expresión artística al sustituir nuestro medio convencional aéreo por el ambiente acuático que cambia nuestra percepción habitual de observar el mundo. ¿En su arte busca o encuentra?

—Mi objetivo ha sido crear una interfaz, un puente entre el desconocido mundo marino y nuestro familiar mundo terrestre. A través de este puente busco crear una forma de conservar los recursos marinos y proponer otra perspectiva más amplia desde la que percibir nuestras vidas en un contexto mayor. Creo que el arte implica siempre una búsqueda, casi siempre motivada por la curiosidad de descubrir algo, de ver más allá. Cuando buceo, la naturaleza no deja de sorprenderme. Me adentro en el mar con la intención de crear preguntas a través del arte, pero es la naturaleza la que finalmente se revela y responde, muchas veces conduciéndome a formularme nuevas preguntas. Ahí yo no tengo ningún control.

—Sus esculturas ponen de manifiesto mensajes de denuncia sobre la agresión que sufren nuestros océanos y sobre los excesos de nuestra sociedad. ¿Qué hay más allá de la función crítica de su arte?

—Adoro la idea de que la evolución de la humanidad tuviera su origen en el mar. Es como si pareciera que pudiéramos retornar a ese mismo principio. Me inquieta ese intercambio misterioso entre vida y muerte. El arte puede generar ese tipo de contradicciones. Por ejemplo, sumergir bajo el mar una civilización de humanos de hormigón, con los ojos muertos, para ver después cómo la naturaleza marina los invade tejiendo una capa de vida, resucitándolos de su anterior condición inerte. Es una suerte de metamorfosis, como la de las mariposas: las esculturas parecen larvas quietas que florecen después por influjo de la biomasa submarina. Me resulta similar a la belleza de una ruina cuando es devorada por la vegetación. La alusión al pasado se revela misteriosamente como señal de muerte y a su vez como germen de nueva vida. Me gusta ese poder atractivo de la decadencia, pero aún me fascina más ser testigo de la capacidad vivificadora de la naturaleza. Ante la inmensidad del océano la humanidad parece frágil. Sumergida en el agua pierde toda sensación de temporalidad. Quizá el mayor misterio resida en ese quiebre espacial y temporal. El pasado, el presente y el futuro se mezclan y confunden con la vida y la muerte.

—Ha recibido el premio Pergamino de los Amigos de Anclas Phillipe Cousteau por su extraordinaria aportación en la preservación de la vida submarina. ¿Tuvo alguna influencia en usted el explorador marino francés?

—Sí, la tuvo. Quizá, lo que más firmemente me ha influido de Jacques Cousteau es la siguiente cita, que considero la base de su legado. Viene a decir que debemos proteger lo que amamos. Creo que es la idea germinal de mi carrera como artista, porque gran parte de mi trabajo consiste en tratar que la gente ame los océanos. Y, en ese sentido, creo que todos, o casi todos, compartimos cierto temor a no estar protegiendo suficientemente nuestros mares. No consideramos el océano un espacio sagrado y pienso, sin embargo, que deberíamos. Es curioso. No dudamos, por ejemplo, del valor del Himalaya, la Sagrada Familia o el Louvre. Los consideramos sagrados y hacemos lo posible por conservarlos. Los museos poseen también ese aura casi eclesiástica y los valoramos porque son espacios de preservación, conservación y educación. En ellos guardamos y cuidamos los objetos que consideramos valiosos por la simple razón de ser lo que son. Por eso, cuando realicé el primer parque de esculturas en Cancún, quise que fuera un museo. Porque creo que le debemos al mar el respeto de ser un espacio sagrado. Creo que ambos exploradores Cousteau mostraron ese mismo respeto en todo su trabajo.

—¿Cree que el mar se ha convertido en una suerte de cementerio marino?

—No. En realidad creo lo contrario. Es cierto que la salud del océano está en riesgo, y con él la del planeta. Pero quiero pensar que estamos más bien ante el comienzo de la vida, no ante el final. Aunque también es cierto que, si seguimos ignorando la demanda del mar, lo que acabará pasando será más bien un cementerio humano. Así que creo que es responsabilidad de todos cuidar de nuestro mar y nuestro medio ambiente. Y trato de proyectar este mensaje a través de mi trabajo.

—Gracias a la arqueología submarina tenemos documentación de civilizaciones pasadas. ¿Pretende que sus esculturas sean una forma de conocimiento de nuestra cultura actual?

—Sí, considero que a través de la creación escultórica se puede hacer algo así como arqueología contemporánea. Me gustaría que, en el futuro, quizá dentro de unos cientos de años, las esculturas cuenten algo de este tiempo a través de datos como la indumentaria o los accesorios que he atribuido como, por ejemplo, las cámaras de fotos. A la vez que retratan a las figuras, estos objetos contextualizan también la sociedad en que vivimos, revelando algo de su conducta, de su comportamiento social. En las instalaciones que estamos llevando a cabo ahora salen a la luz conceptos como el automatismo y la individualización que, en mi opinión, caracterizan a la sociedad contemporánea.

—Está ahora mismo inmerso en la creación de un nuevo museo acuático, esta vez en territorio español, concretamente en Lanzarote. ¿Podría contarnos en qué va a consistir?

—El proyecto de Lanzarote va a ser el primer museo submarino del Océano Atlántico y de Europa, y de ahí recibe su nombre, Museo Atlántico. Para mí es un reto importante. Lanzarote, siendo reserva de la biosfera y con el legado artístico de César Manrique, es referente en la relación tripartita entre arte, naturaleza y sostenibilidad. La presencia del paisaje, con sus volcanes y superficies de lava oscura, es imponente y (post)apocalíptica. De forma similar al fondo marino, parece ubicarse en un no-lugar o más bien un no-tiempo, porque las huellas de las erupciones que se produjeron hace siglos siguen invadiendo el paisaje con una fuerza estética desgarradora. El museo pretende, precisamente, hacer hincapié en la importancia y respeto que debemos a la naturaleza que nos rodea. La parte central del museo va a consistir en un jardín botánico, compuesto por una agrupación de esculturas que homenajean la flora de la isla, y varios centenares de esculturas humanas caminarán en una misma dirección, hasta el umbral de una puerta que separa dos hipotéticos mundos.

—Su escultura «La patera» reúne significados opuestos del mar: unión y separación, destrucción y creación... ¿Qué significado tiene para usted?

—En realidad, esta pieza lleva como nombre «La Balsa de Lampedusa». Mi idea primera fue plantear la problemática de la inmigración a través de la interpretación de una obra de arte: «La Balsa de Medusa», pintada por Theodore Gericáult sobre 1819. La magnitud de las pérdidas humanas y la criminal negligencia de los responsables de la embarcación produjeron un escándalo en la opinión pública. Pienso que, en realidad, todos somos inmigrantes. Forma parte de la condición humana buscar más allá, tratar de prosperar. Pero la sociedad moderna está constituida de modo que lo que incita a emigrar a unos, y las condiciones en las que lo hacen, en nada tienen que ver con las de otros países más desarrollados. Aquí, en Lanzarote, estos contrastes se ven muy claramente. Y al mismo tiempo se produce una mezcla cultural heterogénea, con fuerte influencia de la cultura española, inglesa, africana y sudamericana.

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