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Sonia Delaunay: el siglo XX de una moderna que hizo escala en España

La Tate Modern de Londres dedica una gran muestra a la pintora y diseñadora ruso-francesa, que en 1918 se ganó la vida con una boutique en Madrid

Sonia Delaunay: el siglo XX de una moderna que hizo escala en España abc

LUIS VENTOSO

La vida de la pintora y diseñadora francesa Sonia Delaunay (1885-1979), una pionera de la abstracción, es como una novela que recorre las vanguardias y conmociones del agitado siglo XX. La Tate Modern de Londres la recuerda hasta agosto, con una recomendable exposición que recorre los talentos variados de la primera mujer que fue objeto en vida de una retrospectiva en el Louvre. Aunque es poco conocida por el gran público español, Delaunay hizo parada en la España de Maura y Romanones. Llegó a abrir sus tiendas de moda, Casa Sonia, en Madrid, Bilbao, San Sebastián y Barcelona.

Tan novelesca es su biografía que en realidad ni era gala ni se llamaba así. De hecho tuvo tres nombres. Judía ucraniana, igual que los abuelos de Bob Dylan, vino el mundo en un pueblo de Odessa como Sara Stern. A los cinco años fue adoptada por su tío, Henry Terk, un abogado próspero de San Petersburgo, y allí pasó a ser Sofía Terk, aunque en realidad siempre se hizo llamar Sonia. Al final acabará quedándose con el apellido de su marido, el pintor francés de origen aristocrático Robert Delaunay.

1907: llega a París

San Petersburgo le abrió las puertas de una formación de alta burguesía: idiomas, museos, viajes. Pudo estudiar bellas artes en una academia alemana de fuste y en 1907 se planta en París, a gozar la vanguardia con los buenos dineros que envía la parentela de San Petersburgo. Allí conoce al galerista Wilhelm Uhde, un alemán que ha vendido cuadros de Picasso, Braque, Derain… Uhde, que es homosexual, y Sonia, una mujer de redonda cara amistosa y formas anchas, acuerdan un matrimonio de conveniencia en 1908. Ella le sirve a él de tapadera para una sexualidad entonces controvertida y él la introduce en el mundillo artístico parisino. Ese año Sonia efectúa su primera exposición, todavía muy influenciada por Gauguin y el expresionismo germano .

Pero por la galería de Uhde pulula el valioso pionero del arte abstracto Robert Delaunay. Pronto se divorcia del marchante y se casa con el pintor, el hombre de su vida mientras duró, pues morirá en 1941 por un cáncer. En 1913, Robert y Apollinaire lanzan el movimiento simultaneísta, que aplica a la pintura teorías científicas sobre el contraste simultáneo de colores. Sonia, aún un tanto opacada por Robert, se suma a la experimentación y comienza un audaz viaje hacia la abstracción (recorriendo la exposición de la Tate pueden verse algunas ideas que hoy sigue repitiendo la pintura geométrica y que revisitó Miró hasta el final de sus días).

En 1914 los Delaunay y su pequeño hijo Charles se encuentran de vacaciones en la agradable Fuenterrabía cuando los sorprende el inicio de la Primera Guerra Mundial. Deciden no volver a Francia y hasta 1920 vivirán entre España y Portugal. La luz de la Península Ibérica fascina a la pintora. La pareja llega a Madrid en el otoño de 1915. Luego vivirán en Portugal, junto a la frontera con Galicia y en Vigo. Allí, en «A Raia» fronteriza, el colorido y la pura vida de las ferias de Valença do Minho fascina a tanto a la pintora que vuelve por un instante a un cierto impresionismo, según atestiguan algunos de sus cuadros portugueses expuestos en Londres. Pero en 1918 están de nuevo en Madrid. La situación debió ser curiosa: unos vanguardistas rompedores de París en una España todavía ensimismada en la tradición. Y, sin embargo, cuajaron. Humanamente, hicieron peña con la bohemia del gran Ramón. Gómez de la Serna los introdujo además con Vicente Huidobro o Guillermo de la Torre, y también trataron a Falla.

Trabaja para Diaghilev

El gran cruce de caminos madrileño llega cuando Sonia conoce al empresario de los ballets rusos, el hoy legendario Sergei Diaghilev , también refugiado en Madrid. Él le encarga el vestuario de su ballet «Cleopatra». Sonia no decepciona. Viste de momias a los danzarines, con vendas que se van desenroscando y derivan en ropas de colores. Un triunfo en su estreno en Londres. En un acto de justicia poética, dos de aquellos trajes se exponen en la muestra de la Tate. Otro eco español son sus cuadros influidos por los movimientos del flamenco. En Madrid decoró también el teatro-cabaret Petit Casino.

La gloria artística de todas formas no llena el bandullo. Los Delaunay habían simpatizado de lejos con las propuestas de Lenin, con la mirada abierta del diletante. Pero no contaban con que el líder comunista iba a expropiar todos los bienes de los patrocinadores de Sonia en San Petersburgo. Es entonces cuando la pintora se lanza a una empresa improbable en aquella España aún oscura y abre en la calle Columela de Madrid la primera Casa Sonia. Son tiendas de decoración y ropa, donde vende trajes imposibles para las españolas de la época y objetos extraños, que compra en el rastro y pinta y reconfigura. Con la ayuda de familias aristocráticas, como las de los marqueses de Urquijo y los de Valdeiglesias, el boca a boca funciona y triunfa.

Juegos dadaístas

La aventura ibérica concluye en 1920. Vuelta a París, donde repetirá el éxito de Casa Sonia con la Boutique Simultánea. Allí vende los vestidos y complementos más avanzados de París, al tiempo que sigue diseñando grafías para telas, pinta, colabora con Chanel, juega con los dadaístas. En la exposición de la Tate se muestra una película de entonces en su tienda. Un delicioso pase de modelos de los años 20, donde se descubre que el mundo de la sofisticación y el glamour no han nacido precisamente hoy (eso sí, las top model de Delaunay son simpáticamente achaparradas, bien nutridas para nuestros anoréxicos estándares de la pasarela siglo XXI).

El siglo cruel aún le propinará una última envestida a Sonia Delaunay: la crisis de 1929, el Gran Crack, que se lleva por delante sus empresas enfocadas al cultivo del lujo esnob. En 1930 decide dedicarse solo a la pintura. En ello perseverará hasta su muerte en París. Nunca perdió el ánimo. Ya con 80 años largos, todavía se puso de acuerdo con una fábrica de automóviles para decorar un coche con un alarde pop. En su etapa otoñal, el Louvre y la Legión de honor le ratificaron que Paul a lo mejor no era el más importante del que se llamó «el matrimonio simultáneo».

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