Chema Madoz, el gran ilusionista

Una exposición en la Sala Alcalá 31 de Madrid repasa su producción fotográfica, siempre fascinante, de 2008 a 2014

Chema Madoz, el gran ilusionista FOTO: IGNACIO GIL / vídeo: A. F. MORENO

NATIVIDAD PULIDO

El mundo no es, para Chema Madoz, igual al del resto de los mortales. Mientras nosotros vemos un árbol, un libro, un reloj... él ve más allá. Y no es que sea médium, ni vidente, sino que el fotógrafo madrileño –uno de nuestros artistas más originales– crea universos imaginarios, imposibles, mágicos, hermosos, magnéticos. Uno no puede dejar de mirar sus fotografías. Te atrapan irremediablemente. Su mirada es transversal: observa los objetos –la mayoría cotidianos, humildes, que él ennoblece– bocabajo, del revés...«Esto no es una pipa», decía Magritte. Nada es lo que parece, nos dice Madoz en sus trabajos. Para tratar de descifrar el significado de sus poemas visuales debemos cruzar, como Alicia, el espejo. Y entramos en el fascinante mundo madoziano, poblado por escarabajos mariposa, jirafas cebra, culebras pluma, peces que nadan entre mapas, canarios que se columpian con capa, avestruces que esconden la cabeza en un huevo...

La Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid exhibe, hasta el 2 de agosto y dentro de la programación del festival PHotoEspaña , 120 de sus personalísimas fotografías realizadas entre 2008 y 2014, seleccionadas por el comisario, Borja Casani, quien destaca «su maravillosa capacidad para observar el mundo y descubrir y articular mensajes visuales». No hay concesión alguna al color (continúa fiel al blanco y negro). Y sigue sin haber rastro humano en sus fotografías. En su lugar, asépticos maniquíes que no desprenden sentimiento alguno. Sí advertimos pequeños cambios en su producción más reciente, como el gran formato de algunas de sus instantáneas, una mayor presencia de la naturaleza y los animales, la incorporación del dibujo, así como una obsesión que se repite una y otra vez en esta muestra: la palabra escrita se cuela en las telarañas, en los manteles, en los rayos de luz que salen de una bombilla, en los hilos que, entrelazados en dos manos (es un antiguo y célebre juego), crean formas geométricas... Caracteres de la grafía japonesa caen, cual ramas, de un árbol.

Siempre depuradas formalmente y elegantes, no siempre son amables las imágenes creadas por este constructor de ideas, por este gran manipulador que bebe a sorbos del surrealismo, del dadá, del arte conceptual. También las hay crueles: una mariposa atravesada por un dardo, una hoja «asesinada» por otra, una chincheta clavada en un ojo dibujado, cuchillas de afeitar entre las hojas de los libros a modo de pósit. Metáforas todas ellas donde el juego y el humor tienen un gran protagonismo. Como bien dice Casani, «la obra de Madoz es un milagro del arte al que hay que rendir un justo reconocimiento. Ha creado un lenguaje poético personal que ha generado un universo propio de apariencia inagotable».

Chema Madoz, el gran ilusionista

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación