El Museo Thyssen desvela la cara más íntima de Raoul Dufy, un gran hedonista
La pinacoteca reivindica el trabajo del pintor fauvista, maestro del color, en una retrospectiva con 93 obras, 36 de ellas procedentes del Centro Pompidou de París
Convivió en el Montmartre del París bohemio de principios de siglo con lo más granado de la cultura. Fue discípulo de Léon Bonnat, compañero de Braque, admirador de Matisse (no fue mutuo el sentimiento), amigo de Pau Casals, hizo decorados y figurines para Cocteau, ilustró el «Bestiario» de Apollinaire, se asoció con el modista Paul Poiret, pintó cerámicas con Artigas... Su pintura coquetea de tal modo con el Braque y el Cézanne de L’Estaque y el Matisse de Niza que se mimetiza con ellos. Pero mejorar los paisajes constructivistas de Cézanne, que anticiparon el cubismo, y los interiores/exteriores del viejo Matisse en la Costa Azul, se nos antoja una misión suicida. Son tantas sus fuentes, influencias, deudas y admiraciones que resulta difícil saber cuál es el verdadero Dufy –parece haber muchos–, cuál fue su verdadera aportación a las vanguardias europeas y, concretamente, al fauvismo, movimiento al que quedó adscrito.
El Museo Thyssen ha querido reivindicar al artista francés, del que la colección de la baronesa Thyssen atesora cuatro obras , con una retrospectiva, en la que ha colaborado la Comunidad de Madrid y que podrá visitarse hasta el 17 de mayo. De las 93 obras expuestas (óleos, dibujos, acuarelas, grabados, cerámicas, textiles...), 36 proceden del Pompidou. También hay préstamos de instituciones como el Museo de Arte Moderno de la Villa de París –organizó la última gran antológica del artista en 2008–, el Art Institut de Chicago, la Tate Gallery de Londres o la National Gallery de Washington, además de colecciones privadas.
Raoul Dufy (1877-1953) formó parte de la Escuela de París, de la que surgieron movimientos como el fauvismo y el cubismo y de la que formaron parte figuras como Modigliani, Derain, Chagall... Dufy, que nunca se sintió muy cerca de los impresionistas, ha cargado siempre, no sin falta de razón, con el sambenito de ser un artista frívolo, hedonista: el pintor de fiestas, regatas y carreras de caballos. Pero el comisario de la exposición, Juan Ángel López-Manzanares, quiere hacerle justicia y mostrar también otra cara menos conocida: su pintura más introspectiva y reflexiva.
Escenas de playas y puertos
Tras ver su rostro en un autorretrato de 1898, el recorrido cronológico arranca con sus anodinas escenas de playas y puertos (trabajó en uno de ellos para una compañía de café controlando el género que llegaba en los barcos), sus calles engalanadas con banderas... El comisario destaca en su pintura el uso que hace del color para crear la máxima luminosidad posible. Fueron Matisse y su obra «Lujo, calma y voluptuosidad» los que en 1905 le abrieron los ojos a una nueva pintura: «Contemplé el milagro de la imaginación introducida en el dibujo y el color». En las obras de su periodo constructivo se acerca al cubismo (sus formas se geometrizan, sus colores se tornan ocres, verdes y grises), pero se aleja y sigue experimentando por libre.
Su independencia le costaría cara. Vaga sin sentido de un estilo a otro de manera tan esquizofrénica como su obra «La gran bañista», que preside una de las salas: clasicismo, cubismo, fauvismo, primitivismo, Ingres, Cézanne, las máscaras africanas... Todo en uno. Cerca cuelgan sus grabados, y los bocetos preparatorios, con los que ilustró el «Bestiario» de Apollinaire, que se muestran por vez primera.
Sus devaneos decorativos, gracias a Poiret (telas y cerámicas, algunas muy kitsch como unas jardineras) nos llevan a las últimas salas, las más interesantes, que muestran su etapa de madurez. Rinde homenajes pictóricos a Van Gogh («El campo de trigo»), a Claudio de Lorena («Puerto con velero»), a Bach («Naturaleza muerta con violín», que pinta de rojo encendido)... En sus cuadros tardíos representa ese sol tan fuerte que deslumbra de forma muy original: de color negro. Pero sus juegos de exterior/interior en Niza, con sus balcones, odaliscas, telas exóticas... recuerdan demasiado a Matisse. Entre el homenaje y la copia hay una frontera muy delgada. Su poliartritis le fue debilitando, aunque un año antes de morir representó a Francia en la Bienal de Venecia con gran éxito.