Prueban que el cambio climático aceleró la misteriosa caída del Imperio Asirio
Una reciente investigación revela el indudable impacto de una severa sequía en el rápido e inexplicable debilitamiento de la mayor potencia de la época

La caída del imperio asirio ha tenido siempre una parte de misterio. Azotada en su declive por revueltas y guerras civiles que acabaron con el secular poder de esta civilización, hegemónico durante casi siete siglos, nadie había podido explicar de forma global lo que ocurrió.
Noticias relacionadas
Su capital, Nínive, citada por su grandeza, aparece en documentos desde 1800 antes de Cristo, pero cayó abruptamente en 612 a. C. después de un asalto combinado de babilonios y medos. Tan poderosa era y su dominio acabó como un sueño. La nueva investigación llevada a cabo por Adam Schneider, de la Universidad de California-San Diego y Selim Adali, del Centro para Civilizaciones de Anatolia (Turquía) documenta nuevos motivos para la caída del imperio que floreció desde el Cáucaso y el Mar Caspio hasta el Golfo Pérsico, Asia Menor y Egipto. Nínive (junto a la actual Mosul), hoy está de actualidad por la destrucción y el pillaje por parte del Estado Islámico de todo el registro artístico y arqueológico. Pero el estuidio de Schneider y Adali aporta elementos inquietantes: la caída de la ciudad estuvo motivada por dos elementos que también hoy han desestabilizado la región: el cambio climático (una severa sequía de cinco años) y la superpoblación. ¿Podremos nosotros superar esos mismos retos? La historia nos da algunas claves inquietantes.
En el estudio se cruzan los datos climatológicos disponibles con impresionantes documentos. Al rey Asurbanípal, el último de los grandes, los restos de cuyo palacio deslumbran a los visitantes del Museo Británico con la caza del león y los toros alados, fue quien sintió los graves problemas de la sequía.
Una carta escrita por su astrólogo y sacerdote Akkulano, con los augurios para el año, le dice: «Y sobre este año sin casi lluvias en el que no se recogió cosecha alguna, es un buen augurio sobre el bien estar y la vida de mi poderoso señor». Este indicio directo de una pérdida total de la cosecha debido a la sequía, comparado con los patrones climáticos de la zona, lleva a los dos investigadores a concluir que el imperio asirio vivió una prolongada y drástica falta de precipitaciones durante casi un decenio, probablemente, a mediados. El proverbial sistema de canales y acueductos de una de las más grandes ciudades del milenio debió parecer inútil para abastecer a la inmensa población.
La ciudad que se había expandido con los beneficios políticos lógicos, había visto disminuir su capacidad agrícola. Está documentada la deportación y migraciones masivas de población durante los siglos VIII y VII a. C. En concreto, se sabe, por ejemplo, que medio millón de personas acudieron al centro del imperio desde los extrarradios en 20 operaciones de traslado forzoso solo durante el reinado de Sennacherib (704-681 a.C.). El fue el monarca que trasladó la capital a Nínive y la hizo crecer de 150 a 750 hectáreas, convirtiéndola en la mayor capital que ha conocido Mesopotamia.
El crecimiento de la ciudad mezclado con el vivo despegar monumental y la fuerza política y militar debieron servir, según este estudio, para crear la imagen del potente imperio que todos reconocemos por las impresionantes obras artísticas que han llegado hasta nosotros, un patrimonio milenario hoy en riesgo de destrucción y expolio por la situación bélica. Con la población concentrada al rededor de la capital, el impacto de la sequía debió multiplicarse.
Las consecuencias del calentamiento global que hoy vive la misma región del mundo saltan a la vista. Largas temporadas de bajas precipitaciones precedieron curiosamente a las guerras en las zonas de Siria e Irak en la última mitad del siglo VII a. C. Las mismas confrontaciones, situaciones climáticas, desplazamientos de población podrían hoy analizarse reflejadas en el espejo de la historia, según los autores del estudio, para tratar de analizar el impacto futuro de los conflictos sirio e iraquí.
Selim Adali afirma que «podemos perdonar a los asirios que vivieran sin prever demasiado su destino en términos económicos y políticos que les convirtieron en un gigante vulnerable al cambio climático. Debemos tener en cuenta su capacidad tecnológia limitada así como el nivel de entendimiento del funcionamiento de los ciclos naturales. Pero a nosotros no nos valen las mismas excusas, y además tenemos la capacidad retrospectiva. Ello nos permite discriminar qué fue lo que funcionó mal, los errores a los que estaremos abocados si no promovemos la sostenibilidad y activamos políticas que la aseguren», concluye el estudioso.