El realismo crítico de Sancha sacude conciencias en el Museo ABC
«El alma de la calle» reúne, hasta el 25 de enero, un centenar de sus ilustraciones, en las que los pobres y desfavorecidos toman el protagonismo
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Sancha publicó el 23 de abril de 1898 en Blanco y Negro una ilustración. En ella aparece Don Quijote (España) peleándose con un personaje que encarna a Estados Unidos, mientras otro que representa a Inglaterra trata de birlarle Canarias al Ingenioso Hidalgo de su bolsillo, ante la pasividad de las grandes potencias. Es la primera de las muchas colaboraciones que Francisco Sancha (Málaga, 1874-Oviedo, 1936) mantuvo con Prensa Española hasta 1935, cuando publicó su última ilustración en ABC: «La hora del cine » (dibujó en ella una Gran Vía madrileña muy animada).
El Museo ABC atesora más de 900 dibujos de Sancha. Un centenar de ellos conforman su nueva exposición, bajo el título «Francisco Sancha. El alma de la calle». El comisario de la muestra, Felipe Hernández Cava, ha llevado a cabo una exhaustiva investigación sobre su vida y su producción y nos da algunas pistas para conocer mejor a uno de los grandes dibujantes de su época.
Huérfano desde los 15 años, a los 19, en 1893, salió de su Málaga natal para probar suerte en Madrid, aunque ya en 1900 puso rumbo a París para descubrir la vanguardia y la bohemia que inundaban la capital francesa en el cambio de siglo. De esta época no hay originales en la muestra, pero se exhiben revistas como «Le Rire» y «L’Assette au Beurre», con las que colaboró. De 1903 a 1912 permaneció en Madrid y son estos, según el comisario, sus años más brillantes, en los que tuvo mayor fortuna. Sancha no mantuvo un único estilo: pasó del costumbrismo a un expresionismo goyesco hasta convertirse en maestro del realismo crítico. No se libró de los varapalos de la crítica, que se cebó con él: le tildaba de sombrío, afrancesado, un artista decorativo...
Empatía con los pobres
La exposición incide en la empatía de Sancha con los pobres, los desfavorecidos, a los que humaniza en sus dibujos. Por sus ilustraciones desfilan camareros, barrenderos, un cochero, una castañera, policías, serenos, criadas, niños... Siempre con una mirada tierna hacia ellos. «No lacera a las clases altas –explica Hernández Cava–. Tampoco es sangrante en sus caricaturas y sus dibujos satíricos». Aunque hay personajes que centran sus dardos: es el caso de Antonio Maura, al que dedica mordaces dibujos. Tampoco era santo de su devoción el conde de Peñalver, primer alcalde de Madrid. Sancha critica las mentiras de los políticos y denuncia el hambre que pasa el pueblo, la situación de los mineros, las guerras...
De 1912 a 1922 residió en Londres. Tampoco allí le sonrió la suerte; pasó apuros económicos. Una vez más regresó a España derrotado. Se dedicó entonces a colaborar con numerosos periódicos y revistas. Pese a no ser un hombre de marcada ideología de izquierdas (sus hijas sí acabarían afiliadas al Partido Comunista; una de ellas se casó con el escultor Alberto), en julio del 36 se marchó a Oviedo para trabajar en «Avance», un diario socialista radical, que acabó llevándole a la cárcel. Allí murió poco después a causa de una úlcera de estómago.
La gran frustración de Sancha fue no ser reconocido como pintor. Sus lienzos pasaron sin pena de gloria. Salvo escasas excepciones. Como «El paseo de Su Eminencia», premiado con la segunda Medalla en la Exposición Nacional de 1910. Cinco de sus cuadros forman parte de las colecciones del Reina Sofía.