VIDAS DE ABC

Wenceslao Fernández Flórez: el humor, actitud ante la vida

Periodista, novelista, ensayista, académico... La ironía. la mordacidad y la agudeza fueron sus principales armas como escritor

Wenceslao Fernández Flórez, el día de su ingreso en la Real Academia Española ABC

Mari Pau Domínguez

1 de febrero de 1922. « Visiones de neurastenia », publicado en ABC. (Premio Mariano de Cavia). Decía así el principio: «Voy a permitirme defender una teoría que se me ha revelado recientemente: la neurastenia no es un desequilibrio, sino un estado natural del hombre, durante el cual se aguzan las percepciones y se advierte el mundo tal como realmente es». Este artículo es mi abrigo y mi orgullo. La gloria deseada por cualquier escritor o periodista. Pero me sorprende que mi teoría haya llamado tanto la atención. La crítica me considera un maestro del humor. ¿Lo soy? Porque lo cierto es que yo empecé abrazando el drama.

«Confesaré que en mi adolescencia, cuando yo no tenía nada que decir a mis semejantes, fui atacado por la manía de hacerles llorar … Me parece que la idea que me formé entonces de la gloria literaria consistía en tener ante mí a la humanidad entera agitada por sollozos convulsivos». Sé que no resulta fácil creerme pero les sugiero que lo hagan. «Existe una amplia conjura» para que en el mundo prime el optimismo y la alegría. Me cuesta comprenderlo. «Bien sé que hay muchos intereses creados alrededor de la alegría y que el Estado, y la sociedad entera, hacen cuanto pueden por conservar esas apariencias, ya encargándoles obras a los hermanos Quintero , incansables optimistas». A saber dónde encontrarán ellos razones para mantenerse en ese estado. «(…) hay establecido un irritante régimen de favor para los que se obstinan en creer o en decir que es encantador este mundo».

«Un neurasténico ve por todas partes hastío y tristeza. Entonces la gente asegura que es un enfermo. Sin embargo, hay hombres sempiternamente optimistas y alegres , y nadie dice de ellos que carezcan de salud». Le expuse a un médico estas ideas, que para mí son «una investigación filosófica de la verdad», y me propuso inyectarme cacodilato. El colmo. «¿De modo que usted quiere adulterar químicamente mis ideas, estropeármelas? Es decir, que porque yo ahora, gracias a un milagro que se operó no sé cómo, veo el mundo en toda su verdadera fealdad, viene usted con una jeringuilla, me pincha un brazo y me encharca en una alegría vulgar y convencional de farmacia. ¡Nunca! No quiero ahogar la realidad en cacodilato».

Adiós a Galicia

Cinco años antes de ganar este Mariano de Cavia, me concedieron el premio de Bellas Artes por mi novela « Volvoreta ». En el jurado estaban la condesa de Pardo Bazán, doña Emilia, ¡qué extraordinaria persona!, don Ramón Pérez de Ayala y don José Ortega y Gasset . Defendieron la ternura de la historia, lo que me causó asombro, hasta tal punto que les pregunté si estaban seguros de que era mi novela, y no otra, la que ellos habían premiado. En fin...

Como si me anticipara al tiempo y al olvido voy a imaginar, en una especie de memorias que nunca escribiré, lo que la vida me tiene reservado. A ver si soy capaz de sorprenderme. Dicen que nací en 1885. Pero también en 1879 o en 1880. El caso es que nadie lo sabe a ciencia cierta. Durante una reunión de amigos me dijo Luis Calvo que hay hombres que antes se dejarían cortar una mano que confesar su verdadera edad, y que yo soy uno de ellos. «Ni lo sabrán jamás -le respondí-. Después de que me haya muerto seguirán las discusiones sobre el asunto, ya lo veréis si me sobrevivís». Ah... la vanidad,,, Al hombre le pierde más que el hambre y la miseria. Hablando de morir, al parecer mi deceso ocurrirá en Madrid pero trasladarán mis restos a La Coruña. Me parece bien. Dirán de mí que era «un gran señor, simpático y campechano» ( José Luis Bugallal , ABC, 1 de mayo de 1964).

Recordarán entonces que llegué a Madrid con una novela bajo el brazo, « La procesión de los días » (1915) y un destino en el ministerio de Hacienda, para encargarme de las cuentas de la Aduana de Ortigueira . Aquello no podía funcionar, ¿cómo iba a fiscalizar las cuentas de mis compañeros de departamento, y más siendo gallegos como yo?

Galicia... A nadie le conté con qué tinta escribí mi adiós al partir. Como tampoco quise contar, cuando me nombraron director del Diario Ferrolano , que me instalaron para mi uso exclusivo la primera estación de telegrafía sin hilos que existió en España. ¡Qué iluso! Lo supieron los demás periódicos en cuestión de horas. Pero durante ese tiempo jugué con mi tesoro como si fuera un chiquillo. Eso me dice siempre mi madre, que le sigo pareciendo un niño. Se extrañan mis amigos de mi sempiterna soltería. No me ha sido necesario casarme, siendo mi madre el gran amor de mi vida. Viajaré poco, porque cualquier lugar supondrá extender la distancia entre ambos. En cierta ocasión me preguntó un ministro de Exteriores si me gustaría una embajada como destino. «Muchísimo», le respondí. Pero en realidad no me separaría de mi madre por nada del mundo . No hay embajada en el mundo que se pueda comparar a ella.

Me emociono al pensar que habrá un día, espero que muy lejano, en el que la muerte de mamá será un recuerdo. Ahora la risa y el humor -ay, mi humor- se confunden con el llanto, del solo pensamiento, pero pasa rápido. Aunque sigue resonando su voz en la sima profunda de mi corazón, « ponte la bufanda, que hay relente, hijo », «hoy no me llamaste para avisar de tu tardanza»... Mi mundo es ella. Si voy a retrasarme para comer la aviso por teléfono, igual que hace un estudiante para evitar que le reprendan. Ya sé, ya, que no tengo edad para eso, pero es que, en el fondo, no dejo de sentirme un muchacho con ella. Y es una sensación reconfortante.

Pero no vayan ustedes a creer que siempre como con mi madre, ¡faltaría más! Pocas cosas me gustan más que una buena sobremesa con amigos mientras me fumo un par de pitillos negros en boquilla larga, que yo mismo me hago con una maquinita a tal efecto. Luego trabajo hasta media tarde y salgo a buscar una obra de teatro que merezca la pena. Al día siguiente no me levanto hasta las once, sí, ¡no tengo remedio!

Esqueletos en el Cavia

En mi artículo, que, dicho sea de paso, por mucho premio que le hayan dado no sé si ha entendido, califico de «gran pensador» a uno de los autores del crimen de la Guindalera, condenado a muerte, al que se le atribuye la frase de «Dentro de cien años, todos calvos», dicha al borde del patíbulo. « Él veía en esqueleto a toda aquella multitud » que presenciaba su ejecución. «¿Vosotros no podéis ver a las gentes vivas como si fuesen esqueletos? Yo sí. Es otra ventaja de la neurastenia». De hecho, paseaba un día por la calle de Alcalá, cuando la vi llena de esqueletos. «Uno, enfundado en un gabán, corría detrás de un tranvía dando zancadas absurdas. Otros, desmoronados en los divanes de un café, dejaban pasar las horas. Un esqueleto de hombre transcurrió dialogando con un esqueleto de mujer. Ella parecía enojada y él triste».

18 de febrero de 1922. « Visiones de neurastenia », publicado en ABC. (Premio Mariano de Cavia). Y decía así el final: «(…) el esqueleto nos recuerda más que nada nuestra hermandad, nuestro parecido fraternal, y también nuestra triste fealdad interior, nuestra miseria sustancial. Cuando esté usted a punto de sucumbir a la ira, a la vanidad, a la codicia, a cualquier pasión baja, acuérdese de su esqueleto». ¿Ven como tengo razón? La vanidad... siempre la necia vanidad . «Yo poseo este gran principio moral desde que me domina la neurastenia». Pues eso, dentro de cien años, todos calvos.

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