Félix Álvarez
De lo que se trata, o trato
El diputado de Ciudadanos escribe sobre el polémico intento de la vicepresidenta Carmen Calvo de reformar con lenguaje inclusivo la Constitución
Imagínense una cena cualquiera en un domicilio cualquiera de nuestro país. Un grupo de familiares, o de amigos. La cuadrilla, en torno a una mesa bien surtida de manjares y bebidas, rescatando esas anécdotas repetidas reunión tras reunión. Siempre las mismas y, sin embargo, un poquito diferentes cada vez: añadiendo y quitando, exagerando en aquellos detalles que provocan nostalgia, escalofríos o diversión. La memoria adornada de hechos contrastados : «¿Os acordáis de aquella fiesta del día de los enamorados en la que fuimos todos disfrazados de piratas?» Así, tal cual. Nadie se sentiría ni extraño ni excluido. Ni mi amigo Arturo ni su mujer Carolina.
Eleven su imaginación hasta los altares del esperpento e intenten trasladar esta conversación a un acontecimiento en el que estuviera presente, y al mando, la vicepresidenta Calvo: «¿Os acordáis de aquella fiesta del día de los enamorados y las enamoradas en la que fuimos todos y todas disfrazados y disfrazadas de piratas y filibusteros?»
Nadie utiliza el lenguaje duplicado en el día a día de su vida privada. Es una falsa polémica alimentada por quienes pretenden desviar la atención de lo primordial, de lo urgente, de lo que no son capaces de sacar adelante. Esta duplicidad es una lengua artificial que queda circunscrita al ámbito político-público. Y esto, siendo sustancial, no es lo más preocupante.
No entraré tampoco a discutir sobre el sufijo –ista, que proviene del latín y forma sustantivos que designan generalmente a la persona que tiene determinada ocupación, profesión u oficio: almacenista, periodista, taxista... Pudiera parecer que al terminar estos nombres en -a rezumasen feminidad. En absoluto: son nombres que incluyen tanto al femenino como al masculino, siendo su artículo el que determina el género, que no el sexo: el periodista, la periodista. Y esto, siendo considerable, no es lo fundamental.
Ni tampoco jugaré a discutir, en vano, sobre los participios activos, que son un derivado verbal que en español acaba en -nte y denota capacidad de realizar la acción que expresa el verbo del que deriva: cantante, el que canta; presidente, el que preside. Otra vez será el artículo el que lo provea de género: El cantante o la cantante, el presidente o la presidente. Sin embargo, con el nombre “presidente” surge una particularidad especial y específica. La sociedad empezó a utilizar de manera genérica, común y continuada «la presidenta» en lugar de «la presidente», y los académicos de la Lengua, actuando como notarios de la realidad lingüística de los usuarios, incluyeron este término en el diccionario. Sin embargo, por una cuestión puramente estética, no ha ocurrido lo mismo con el término «cantante». Nadie, quizás salvo la vicepresidenta Calvo, acosada por Pixie y Dixie mientras maneja el dinero público que cree que no es de nadie, diría jamás «la cantanta», porque daña el oído. Y esto, siendo relevante, no es lo esencial.
Ni entraré al trapo de los que pretenden justificar esta barbaridad lingüística aludiendo a la duplicidad que aparece ya en algunos textos antiguos como el Cantar del Mío Cid: Burgaleses y burgalesas… Teniendo en cuenta que esa duplicidad se encuentra sólo unas pocas veces en los 3730 versos, todo apunta a que se realizó en búsqueda de la métrica de 14 sílabas con rima asonante de los que se compone la estrofa alejandrina, que es la fórmula que más se repite en este texto de mediados del siglo XII. De hecho, todos sabemos, entiéndanme la ironía, que hacia el año 1200 había una conciencia enorme sobre la brecha de género . No pensaban en otra cosa los reyes y las reinas, los vasallos y las vasallas. Es demencial, pero tampoco un asunto capital.
Ni de que el coche es masculino y la moto femenino. Ni del principio de economía que debe imperar en la lengua. Ni de que el uso genérico del masculino o no marcado no es una anomalía del español y está asentado en otras lenguas románicas o no románicas. No va de eso.
Va de que una vicepresidenta del Gobierno temporal de Sánchez, la señora Calvo, que confundió anglicanismo con anglicismo, pretende imponer el lenguaje duplicado en la Constitución pidiendo para ello un informe a la RAE, que si no le da la razón utilizará para envolver el bocadillo que Sánchez se llevará a Benicasim para su excursión en avión. Va del desprecio a los académicos de nuestra lengua. Va de que esta señora, arrogándose la representación de todas las mujeres de España, tiene la osadía de afirmar que el «masculino universal no engloba al femenino» -lo siento, no discuto sandeces-. Va de arrogancia y de superioridad moral e intelectual. Va de transformar el lenguaje a base de decretazos y de no entender que nuestra lengua se modifica y evoluciona atendiendo a sus reglas naturales, a veces caprichosas, a veces sorprendentes. Va de que, si no pasas por el aro y no aceptas esa barbarie lingüística, te conviertes, automáticamente, en un machista peludo, en un fascista insensible.
La igualdad efectiva y real entre hombres y mujeres no se promociona detrás de una pancarta: se consigue con medidas concretas que modifiquen la situación, que trasformen la realidad. Pasar de dos a cinco semanas de permiso de paternidad en apenas un año; exigir que en los presupuestos se dote con 1.000 euros a las familias con niños de 0 a 3 años para escolarizarlos en escuelas infantiles; incrementar las ayudas a las mujeres autónomas que durante el permiso de maternidad no pagarán cuotas a la Seguridad Social…
Hace unas semanas, desde Ciudadanos hicimos pública la propuesta más ambiciosa por la conciliación en España que se haya presentado nunca. En nuestra Ley de Conciliación, Igualdad y Apoyo a la Familia se incluyen medidas concretas para lograr la igualdad, efectiva y real, entre hombres y mujeres, tanto en el ámbito laboral como en el de la familia. Donde se señalan actuaciones para que las mujeres no tengan que escoger entre tener una familia o una carrera profesional, sin necesidad de destrozar nuestra lengua, la de casi 600 millones de personas, con más de mil años de historia. De esto se trata.
Les propongo dos ejercicios para acabar esta diatriba. En primer lugar, lean ustedes artículos y texto de prestigiosas escritoras e intelectuales que se manifestaron abierta y contundentemente feministas. Verán que ninguna de ellas utiliza el lenguaje duplicado en dichos textos. El segundo ejercicio, más complicado por farragoso y aberrante, es que lean sin marearse el artículo 41 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que está en lenguaje duplicado. No es broma.
Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad, podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los Estados y Municipios fronterizos y aquellos contemplados en la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional...
De esto se trata, o trato.