Los tesoros reunidos del mundo de ayer
El Literaturarchiv Salzburg ha juntado en una web la increíble colección de manuscritos de Stefan Zweig, hasta ahora dispersa por todo el mundo
Stefan Zweig (1881-1942) creía que el gran enigma de la vida era el nacimiento del arte, esa magia. Era un tema que le obsesionaba: la capacidad del ser humano para alumbrar belleza donde antes no había nada, una belleza inmortal capaz de agitar los espíritus de diferentes épocas. Por eso le encantaba bucear en los procesos creativos, estudiar los cambios que tal o cual genio había hecho en su gran libro, analizar su tinta, recrearse en las volutas de su caligrafía o en su pentagrama. Para él, la única forma de descifrar el enigma del arte era seguir el método detectivesco: tratar de reconstruir los hechos, buscar materiales primarios, volver a la escena del crimen, preguntarle a las pruebas. A Zweig, qué duda cabe, le interesaban los manuscritos hasta niveles insospechados. Los empezó a coleccionar muy joven, ya en la secundaria, y mantuvo su afición hasta el final de sus días. Los pedía, los compraba, se los encontraba. Cuadernos, galeradas, páginas sueltas, partituras. Cualquier cosa con tal de que la pluma fuera ilustre y sirviera para enriquecer su tesoro letraherido.
Con un método obsesivo y terco y eficaz, el autor de «El mundo de ayer» terminó juntando algo más de mil joyas autógrafas, entre las que se contaban, por mencionar algunas, piezas de Baudelaire, Beethoven, Da Vinci, Napoleón, Oscar Wilde o Walt Whitman. La variedad era su sello. En su archivo lo mismo te encontrabas una página manuscrita de Kafka de su novela «América» como una obra de teatro de Lope de Vega de su puño y letra («La corona de Hungría y la injusta venganza») o una carta de David Hume hablando de Rousseau. Esta colección, claro, se vio afectada por la azarosa existencia de Zweig. El auge del nazismo y la necesidad de huir lo llevó a vender muchos de sus materiales, o a donarlos a diferentes instituciones, y el paso del tiempo no ha hecho sino separar más y más todo lo que él reunió en vida. Hasta ahora. El Literaturarchiv Salzburg ha seguido el rastro de sus pertenencias y, por primera vez, las ha reunido y clasificado en la web stefanzweig.digital , de acceso gratuito, donde además se pueden ver muchos de los facsímiles de estos documentos.
«Hemos encontrado el 95% de su colección», asegura a ABC Oliver Matuschek , especialista en Zweig y miembro de este proyecto. En su opinión, el valor de este trabajo es que ha recuperado una faceta muy importante de este refinado vienés. «El coleccionismo era mucho más que un pasatiempo para él. La biografía de Zweig se refleja claramente en la colección: los comienzos como un joven poeta, el éxito comercial de sus libros, que permiten compras significativas, y finalmente el tiempo como exiliado, que redujo sus posesiones materiales y se limitó a lo esencial», resume.
Matuschek destaca varias piezas de este conjunto. Para empezar, tres partituras de Händel que a día de hoy aún siguen siendo los manuscritos más raros del mercado. O la página de la novela de Kafka, que hoy tiene un valor incalculable, pero que a él le salió gratis, ya que se la regaló Max Brod (amigo de ambos) en 1937. También los más de veinte manuscritos de Mozart, los diez de Goethe, el dibujo de Da Vinci o los fragmentos de Balzac. «Es muy difícil decir cuál es la mejor reliquia. Creo que el aspecto más fascinante del archivo es la cantidad total de documentos que tiene. Y, al mismo tiempo, la calidad de los autógrafos que Zweig pudo encontrar y comprar», asevera.
Zweig recorría las librerías de viejo de París y Berlín en busca de nuevas adquisiciones, y solía mandar a algún representante a las grandes subastas de Sotheby’s en Londres, para echar un vistazo. En sus muchos viajes trataba de mantenerse al día del mercado, hablando con distribuidores y coleccionistas. Aunque también le echaba cara al asunto y contactaba directamente con los artistas para que le dieran algo de su cosecha. Lo hizo con Hermann Hesse, Heinrich Mann o Richard Strauss, entre otros. A veces no le hacía falta ni pedirlo: en 1920, Thomas Mann le entregó por voluntad propia el manuscrito de su novela «Los hambrientos».
A fuerza de acumular papeles, Zweig cayó en la cuenta de que tenía que hacer algo con ellos, así que trazó un plan. Quería editar un catálogo impreso muy lujoso de toda su colección, que incluyera facsímiles de las piezas más importantes de la misma. La idea era publicarlo el 28 de noviembre de 1931, el día de su cincuenta cumpleaños, pero por diferentes motivos esto nunca llegó a producirse. El borrador de aquel catálogo aún sigue perdido, pero al menos ahora sus tesoros ya están abiertos a todo el mundo. Para seguir indagando en el misterio del arte.