El teatro de Galdós vive
«Todo muchacho despabilado, nacido en territorio español, es dramaturgo antes que una cosa más práctica y verdadera»
![Benito Pérez Galdós y Sofía Casanova, autora de «La Madeja», durante uno de los ensayos de la obra en el Teatro Español.](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2019/12/21/galdos-teatro-kzBG--1248x698@abc.jpg)
«Todo muchacho despabilado, nacido en territorio español, es dramaturgo antes que una cosa más práctica y verdadera».
En esta reflexión de don Benito Pérez Galdós, extraída de sus «Memorias de un desmemoriado», y no exenta de ironía, está la clave de la relación que mantuvo nuestro autor con el teatro.
Desde el principio Galdós elige la palabra dramática, el teatro, como expresión artística más directa para comunicarse con el público. E irá de la novela al teatro y del teatro a la novela de una manera casi obsesiva. El gran renovador de la narrativa española contemporánea, a la altura de Cervantes, paradójicamente no abandonará nunca el teatro. De ahí que al hablar hoy del teatro de Galdós no debemos ceñirnos a la veintena de textos dramáticos que escribió para la escena. Esto sería una labor reduccionista. Debemos adentrarnos con valentía en su universo narrativo porque todo él está contaminado de teatro. Digamos también que su teatro, como el de Cervantes, no es fácil ni sencillo. De tal forma que, aceptada esta premisa, la responsabilidad de llevar a las tablas la palabra de Galdós es completamente nuestra.
Y la palabra libertad que él tanto amaba se impone a la hora de abordar una dramaturgia y una puesta en escena renovada, que están reclamando sus textos.
En el teatro, Galdós siempre buscaba la verdad, la autenticidad. Ésta es su modernidad. Fue un renovador de la obsoleta y decadente escena española de finales del siglo XIX y principios del XX. Su revolución en la narrativa no le quita mérito a su revolución teatral. Y, estaba en contacto con todas las corrientes europeas, representadas por figuras como Ibsen, Strindberg, Wilde, Shaw, Antoine, Jarry, Pirandello, Chejov y Stanislavski, por supuesto. En este empeño le acompañaron Clarín y una mujer muy importante en su vida y en su obra, la eterna viajera Doña Emilia Pardo Bazán. Este triunvirato peleó durante años por hacer realidad su utopía.
Mi experiencia con las celebraciones del 400 aniversario de la muerte de Cervantes me llenan de inquietud. Por la dejadez y la improvisación de las instituciones perdimos una gran oportunidad de indagar en un universo insondable en todos sus matices. Por lo que a mí respecta no estoy dispuesto a que se escape una oportunidad como ésta: Galdós vive.
El espíritu del Año Galdós tiene que estar en sintonía con el talante artístico que impuso en toda su obra. Su realidad está más cerca de la nuestra de lo que podría parecer a simple vista. Don Benito escribió a pie de calle. Y nuestra celebración tiene que ser ante todo popular, en el sentido más verdadero del término. Y si me apuran utópica.
Entender a Galdós es entendernos a nosotros mismos. Y de esto andamos bastante necesitados. Una vez más, como ya lo hacía cuando paseaba por las calles de Madrid, nos sigue dando pistas. El maestro del pensamiento español, el humanista, revolucionario y misericordioso a un mismo tiempo, a través del laberinto de sus historias nos invita a adentrarnos en nuestros recovecos. Allí sin duda nos encontraremos. Y quizás al doblar cualquier esquina oiremos con asombro las palabras de un niño que nos susurra: (…) «Yo recuerdo con ternura a aquel hombre maravilloso, a aquel gran maestro del pueblo Don Benito Pérez Galdós… tenía la voz más verdadera y profunda de España». Ese niño se convertirá en dramaturgo y poeta. Se llamaba Federico García Lorca.