Solidaridad / Cultura / Museo
Estamos asistiendo a la «celebración» de una fundación rica en la descapitalización patrimonial de otra fundación empobrecida. Me refiero a la «gran hazaña» de la Fundación de Amigos del Museo del Prado comprando, por 3,3 millones de euros, el cuadro de Goya 'Aníbal cruzando los Alpes' a la Fundación Selgas Fagalde
Que somos una sociedad insolidaria no es necesario probarlo, aunque no nos guste escucharlo. Solidaridad es un término polisémico que implica justicia, generosidad, empatía y compasión; palabras de enorme calado que remiten a esos valores cívicos que hay que fomentar y afianzar en la población, valores que se encuentran en el fundamento de la democracia, de la cultura. Y, de nuevo, topamos con un término polisémico y multifacético que no hace falta definir, aunque sí parece preciso recordar que existe un Ministerio de Cultura, ente político al servicio de lo público y el bien común, cuyo cometido es contribuir a afianzar la «cultura democrática» y, por ende, la solidaridad, incluida la intergeneracional. En su campo de acción, y en el ámbito de sus competencias, está el enriquecimiento y la conservación del patrimonio —la memoria colectiva que merece la pena conservar—, y es ahí donde los museos nacionales encuentran su razón de ser.
Ya sabemos que el museo no puede sobrevivir de espaldas a la sociedad en la que está radicado, pero también que es un claro espejo de esa misma sociedad en la que vive. En consecuencia, constatar que el museo resulta ser insolidario no es extraño, pero sí que se publicite sin ningún pudor; claro que lo hace con los parabienes de aquellos que debían ser los garantes de la solidaridad. Este es el motivo de escándalo que me mueve a redactar estas líneas. Estamos asistiendo a la «celebración» de una fundación rica en la descapitalización patrimonial de otra fundación empobrecida ; aunque no conozco las razones imagino que la crisis económica de 2008 y la actual de la covid-19 han tenido mucho que ver. Como habrán adivinado me refiero a la «gran hazaña» de la Fundación de Amigos del Museo del Prado comprando, por 3,3 millones de euros, el cuadro de Goya Aníbal cruzando los Alpes a la Fundación Selgas Fagalde .
Domiciliada en el palacio de El Pito (Cudillero), la Fundación Selgas Fagalde no es muy conocida por la capital, probablemente porque el Ministerio de Cultura no se sienta en su patronato. En su constitución en 1991 participaron el Principado de Asturias, el Arzobispado, la Universidad de Oviedo y el Ayuntamiento de Cudillero. El patrimonio que atesora fue reunido por los hermanos Ezequiel (1828-1909) y Fortunato (1839-1921) Selgas Albuerne, miembros de una acomodada familia de ese concejo cuyos éxitos bursátiles y rentables empresas bancarias les hizo reunir una considerable fortuna. Ezequiel era banquero, mientras que Fortunato fue un erudito regeneracionista próximo a la Institución Libre de Enseñanza, amante de la historia, el arte y la arqueología. Filántropos y benefactores —entre otras acciones a su costa se restauró la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados (Oviedo)—, reconstruyeron el conjunto arquitectónico de El Pito, llevaron a cabo intervenciones filantrópicas para mejorar las condiciones materiales del pueblo y reunieron una colección de arte. Apoyados en el criterio estético, el afán fue conservar el patrimonio, conocer la historia y fomentar la riqueza y educación local. Es decir, tenían un espíritu similar al de José Lázaro Galdiano, pero al contrario que este que optó por beneficiar a Madrid con su legado y no a Beire (Navarra), los Selgas Albuerne, a pesar de haberse establecido en esta ciudad, decidieron concentrar sus esfuerzos en su pueblo natal.
La colección es el mejor espejo del coleccionista y su tiempo, por eso los hermanos Selgas Albuerne reunieron: una pinacoteca cercana a los 200 cuadros donde figuran los maestros —Murillo, el Greco, Rubens, Tiziano, Carducho, Jordán, Carreño de Miranda…, y Goya—; una colección de tapices flamencos del renacimiento y el barroco; colecciones de cristal, porcelana, estampas, cerámica, relojes, abanicos, platería, etc. La misión de la Fundación es, según se lee en su página web, «la conservación de este legado cultural, manteniendo el sentido con el que fue concebido originalmente, y la divulgación de este patrimonio para ponerlo al servicio de la sociedad». Es evidente que la falta de recursos económicos lleva a situaciones tan críticas como la que comentamos: vender para sobrevivir el cuadro de Goya que fue redescubierto en 1993, pues hasta entonces estaba atribuido a otro pintor.
Duele pensar que ni el ministro de cultura cesante ni el que lo fue hace años y preside el patronato de la pinacoteca hayan tenido la sensibilidad suficiente para auxiliar a la Fundación Selgas sin descapitalizar su patrimonio, pero todavía es peor constatar el abandono y desamparo en el que viven las instituciones culturales que no están en la milla del arte de la capital. Hace años protestaba cuando los compatriotas hablaban del Ministerio de Cultura «de Madrid» y del Museo del Prado «de Madrid», pero hace tiempo que dejé de hacerlo pues ya no hacía falta poner un pie fuera para constatar que era así. Avergüenza que Rodríguez Uribes haya tenido tiempo y comprometido nuestro dinero a atender las veleidades económicas desmesuradas de la baronesa Thyssen, cuya colección desigual (en general mediocre) nos va a costar 6,5 millones de euros anuales —97,5 por los quince años pactados—, y no haya atajado la situación de la fundación asturiana tras conocerse la noticia de la venta; y abochorna que el señor Solana no parara la transacción tan pronto como la conoció y no se haya movido para buscar una solución digna y solidaria.
Pero ¿qué se puede esperar de un museo que en lugar de histórico parece histérico hasta el punto de empobrecer allí por donde pasa para completar su colección? Al menos esa es la justificación que da su fundación: con este cuadro «el Museo Nacional del Prado completará definitivamente una de las escasas lagunas cronológicas en su colección del artista, la más importante del mundo». Menos mal que este gesto insolidario se hace en memoria de otro profesor y no de Enrique Lafuente Ferrari, pues conociendo la deontología por la que se rigió no me cabe duda de que estaría horrorizado al comprobar la deriva que ha tenido la asociación de la que fue su auspiciador y fundador.