Sobrevivir al horror nazi: la lección de vida y libertad de Braulia Cánovas

El hijo de Cánovas rememora junto a Mónica G. Álvarez, autora de 'Noche y niebla en los campos nazis', la vida de su madre y su paso por Ravensbrück y Bergen-Belsen

Vídeo: Adrían Quiroga

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A Braulia Cánovas los nazis le robaron un reloj, un anillo y, sobre todo, un buen pedazo de vida que acabó sepultado para siempre entre los escombros de Ravensbrück y las alambradas de Bergen-Belsen. Entre látigos, pistolas y cadáveres amontonados. «Nada más llegar les rapaban la cabeza, les hacían controles ginecológicos con el mismo aparato, lo que provocaba infecciones y transfusión de diferentes enfermedades… Era una manera de deshumanizarlas, de quitarles la dignidad. Entraban como personas y las convertían en números», explica la periodista Mónica G. Alvárez, quien agavilla en ‘Noche y niebla en los campos nazis’ (Espasa) las historias de una docena de españolas que sobrevivieron al horror de los campos de concentración.

Mujeres heroicas como Braulia, detenida por la Gestapo en 1943 y deportada primero a Ravensbrück y más tarde a Bergen-Belsen por su papel en la Resistencia. O, mejor dicho, en las Resistencias, ya que, bajo el nombre de Monique, apodo que acabaría convirtiendo en su tarjeta de presentación y nombre de curso oficial, formó parte de dos redes diferentes: la francesa Alibi Maurice y la belga Wirm. Antes de eso, trabajó como traductora y secretaria de la CNT y se hizo cargo de la familia después de que su padre falleciese en uno de los primeros bombardeos de la Guerra Civil. Como parte activa de la Resistencia, hacía de enlace entre Grenoble y Perpiñán y escondía a exiliados perseguidos por el régimen nazi.

La escritora y periodista Mónica G. Álvarez y François Jené, hijo de Braulia, fotografiados en Barcelona Adrián Quiroga

Así que a Braulia-Monique, nacida en Alhama de Murcia y criada entre Montcada i Reixac, Marcillac, Madrid y Perpiñán, le robaron, le expoliaron y, en fin, le sometieron a todo tipo de atrocidades, pero si algo no consiguieron arrebatarle fueron sus ganas de vivir; su coraje. Los nazis querían que fuese únicamente un número, el número 27.697, pero ella nunca renunció a ser Monique. «Se agarraban a la fortaleza, al coraje, a los ideales políticos… Incluso al odio a los nazis para decir que aunque las tratasen como a animales, los auténticos animales eran ellos», añade Álvarez.

En el nombre de la madre

A su lado, François Jené Cánovas, hijo de Braulia, no puede más que darle la razón. «Amaba la vida y era absolutamente vital. No se rendía, era muy luchadora. Tuvo una vida difícil: a los 16 años se tuvo que hacer cargo de una familia con ocho hermanos más jóvenes; luego el exilio, los campos de concentración… Y después vuelve a arrancar en un país que no es el suyo. Pero siempre con optimismo y tenacidad», explica mientras repasa fotografías del álbum familiar y comparte con Mónica G. Álvarez retazos de esa otra vida que arrancó el 15 de abril de 1945, cuando fue liberada de Bergen-Belsen. «Esta es de cuando se casaron mi padre y mi madre. Fue en el 47, por lo que hacía dos años que había vuelto del campo de concentración», apunta François.

Estamos en un ático del centro de Barcelona y, pese a haber hablado largo y tendido por teléfono y videollamada, es la primera vez que François y Mónica se encuentran cara a cara. La pandemia, siempre la pandemia, apareció justo cuando ‘Noche y niebla en los campos nazis’ empezaba a tomar forma, por lo que todos los viajes, todas las entrevistas presenciales que la también autora de ‘Guardianas nazis. El lado femenino del mal’ había programado, se acabaron convirtiendo en charlas a distancia.

François enseña una fotografía antigua de su madre Adrián Quiroga

«Lo que padeció tu madre… Yo siempre me pregunto; ¿de dónde sacó esa fuerza la mujer? Toda esa valentía, esa capacidad de superación... Me parece casi imposible», pregunta de pronto Álvarez.

«Es este cóctel de fuerza, juventud y voluntad. No le quedó odio hacia el alemán. Nos decía: ‘los hijos de los nazis no son nazis», responde François.

Le preguntamos por el reloj y el anillo que le quitaron a su madre en Ravënsbruck y que, para pasmo de la familia, reapareció en sus vidas de forma casi milagrosa cuando el historiador Antonio Muñoz y el Arolsen Archives de Kassel les devolvió ambos objetos en 2018, pero no están aquí: han viajado a Murcia para sumarse a una exposición que el Archivo Regional dedica a murcianos deportados a los campos nazis.

El valor de la libertad

«Cuando pienso en mi madre no pienso sólo en el campo de concentración -apunta François-. Pienso en una chavala de 20 años que llega a un país que conoce poco y que está controlado por los nazis, aunque ella estaba en zona libre, en donde nadie daba un duro por la Resistencia… Y, sin embargo, ella tiene el valor de entrar en la Resistencia. A mí eso me ha marcado toda la vida. Si no eres capaz de dar la vida por tus ideas, nunca serás feliz. La libertad es esto. Luego fue coherente: la pillaron y tuvo que sufrir, pero luchando».

Braulia Cánovas falleció en 1993 pero, antes de morir, aún tuvo fuerzas para hacer un viaje por los mismos lugares en los que había estado. «No llegó a Ravensbrück, pero sí que fue un viaje de reconciliación, de purgar la heridas», apunta Álvarez. Para entonces, Monique ya había sido condecorada por el gobierno francés con la Legión de Honor por su lucha contra el fascismo y había recorrido buena parte de los ‘lycées’ franceses para compartir su experiencia con los estudiantes. «Hasta mis 17 años apenas hablamos del tema: no le gustaba hablar. Más tarde sí que le hice preguntas y ella se abrió un poco más. Cuando se jubiló empezó a dar conferencias para explicar a los estudiantes lo que fue la Resistencia, lo que era un campo de concentración… Y entonces sí que hablábamos más», recuerda François.

Detalle de otra fotografía de Braulia en una reunión del Amical de Ravensbrück Adrián Quiroga

De aquellas conversaciones recuerda que su madre insistía mucho en que «las peores» eran las Kapo, prisioneras que hacían el trabajo sucio a las guardianas nazis a cambio de supuestos privilegios que nunca llegaban, y que, a pesar de todo el horror, los campos fueron «una gran escuela». «Las mujeres deportadas solían tener un cierto nivel cultural», añade. «Neus Català decía que los campos fueron su universidad, ya que aprendieron otros idiomas, cultura…», apunta Álvarez.

«Para salir de esos lugares hacía falta juventud, condición física y fuerza de voluntad. Sobre todo fuerza de voluntad», insiste François, para quien Braulia, en realidad, siempre fue Monique. «Era el nombre que aunaba todos esos valores fortaleza, positividad y valentía que tuvo hasta el final de sus días», subraya.

Valores que, seguro, compartieron también Elisa Garrido, Neus Català, Violeta Friedman, Mercedes Núñez, Alfonsina Bueno y el resto de protagonistas de ‘Noche y niebla en los campos nazis” y que merecen un mayor reconocimiento por parte de unos gobiernos que siempre las han ignorado. «A mí lo que falta es un homenaje institucional a nivel nacional. Al final, la mujer en los campos sufre por dos variantes: por ser mujer, con la esterilización y los experimentos, y luego con el olvido y el ninguneo histórico», lamenta Álvarez.

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