Rosa María Sardá, la actriz que hacía reír incluso cuando no quería

«Ser actriz me permite ese cachito de libertad que todo ser humano necesita», decía la intérprete barcelonesa

Rosa María Sardá, con el Goya que obtuvo en 2002 por la película «Sin vergüenza» Efe
Julio Bravo

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« Ser actriz me permite ese cachito de libertad que todo ser humano necesita ». Es una frase -pronunciada en una entrevista con ABC hace tres lustros- que bien podría ser el epitafio de Rosa María Sardà , vencida por un cáncer que afrontaba desde hace unos años con una naturalidad y una fortaleza admirables. Dos cualidades que, junto con la libertad y la «incorrección política», fueron sus emblemas a lo largo de una vida dedicada a la interpretación. «Soy muy poco mítica -decía en esa misma entrevista-, y normalmente suelo dejar a los personajes en el camerino cuando salgo del teatro. Y no creo que me hayan hecho diferente. Soy yo, que me he hecho mayor , la que he cambiado. Yo creo que enriquece más el trabajo que los propios personajes. Cómo queremos contar las historias, ésa es la tarea que tenemos que hacer. Y, además, lo que te ha servido para una cosa no te sirve para otra».

Con Rosa María Sardà no se podía estar seguro de lo que quería contar. En público parecía llevar continuamente una máscara que impidiera a los demás entrar en su pensamiento, y su destilada ironía -alimentada por su voracidad lectora y por un obstinado sentido del humor - terminó de componer un personaje que pocos saben si tenía que ver con la realidad, y que resultaba un imán de simpatías.

Rosa María Sardà nació en Barcelona el 30 de julio de 1941. La Ciudad Condal era, entonces -lo fue durante décadas- un vivero de grupos de teatro aficionados. En uno de ellos cayó la joven del barrio de Horta, y allí interpretó « Cena de matrimonios », de Alfonso Paso; ese día decidió no bajarse de los escenarios. De casta le viene al galgo: sus abuelos eran «cómicos», actores de una compañía itinerante.

Fue Ventura Pons quien le daría, en el año 1969, su primer papel protagonista en la obra «The Knack», de Ann Jellicoe, traducida por Terenci Moix (que sería con el tiempo uno de sus grandes amigos). Rosa María Sardà alcanzó la popularidad por su carrera cinematográfica y televisiva, pero su alma siempre estuvo en el escenario. «Esta profesión -decía- va por rachas, y a mí estos últimos años me ha tocado estar más tiempo en el cine y la televisión. El teatro siempre me ha parecido un mundo muy atractivo por muchas razones. Por supuesto, el contacto con el público . Hay que ser, además, como un atleta, siempre lo he dicho, conservar la mente y el cuerpo ágiles; en el cine puedes hacer varias tomas hasta tener la buena, pero en el teatro la toma buena es un «travelling» continuo en un solo plano secuencia».

De aquellos años setenta son montajes como «Tartan dels micos» y «Una estona amb la Sardà», de Terenci Moix ; «Roses rojes per mi», de Sean O'Cassey; «Fedra», de Llorens Villalonga; «Esperando a Godot», de Samuel Beckett ; «Sopa de pollastre amb ordí», de Arnold Wesker ; o «Descripció d'un paissatge» y «Quan la radio parlava de Franco», del también recientemente fallecido Josep Maria Benet i Jornet . A la escena volvió de manera intermitente; en muchas ocasiones lo hizo de la mano de Lluís Pasqual , a cuyas órdenes se puso en obras como «El balcó», de Jean Genet; «Rosa i Maria», de Ireneus Iredinki; «Madre Coraje», de Bertolt Brecht; «Wit», de Margaret Edson; o «La casa de Bernarda Alba», de Federico García Lorca .

Su fama de actriz cómica se la empezó a ganar en espectáculos del trío La Trinca (se casó con uno de sus miembros, José María Mainat, con quien tuvo a su hijo Pol). La cimentó en programas televisivos como «Ahí te quiero ver» (1987) y «Olé tus videos» (1991), donde destiló su sentido del humor y su desparpajo como presentadora. Pero la desarrolló especialmente en el cine - Luis García Berlanga decía de ella que era la mejor actriz de España -. También en este medio fue Ventura Pons quien le dio la alternativa, en 1981, en la película «El vicari d'Olot»; con él repetiría en varias ocasiones. Se moldeó después en el cine con directores como el propio Berlanga («Moros y cristianos»), Manuel Gómez Pereira («¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?»), Fernando Colomo («Allegro ma non troppo», «El efecto mariposa», «Rivales»), Francesc Bellmunt («Una orgía en Formentera»), José Luis García Sánchez («Suspiros de España (y Portugal)» y «Siempre hay un camino a la derecha»), Juanma Bajo Ulloa («Airbag», «Rey gitano»), Fernando Trueba («La niña de tus ojos»), Pedro Almodóvar («Todo sobre mi madre»), Joaquín Oristrell («Sin vergüenza»), Imanol Uribe («El viaje de Carol»), Icíar Bollaín («Te doy mis ojos»), Laura Mañá («La vida empieza hoy») o Emilio Martínez-Lázaro («Ocho apellidos catalanes»).

Por su trabajo en « ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? » y en « Sin vergüenza » obtuvo el Goya a la mejor actriz de reparto. Pero ella fue protagonista en tres ocasiones más de la gran fiesta del cine español; presentadora de las galas de los años 1994, 1998 y 2002, pocos maestros de ceremonia de los Goya han recibido críticas tan unánimemente favorables como ella.

La pandemia impidió el estreno de su última película, convertida ya en póstuma: «Salir del ropero», de Ángeles Reiné ; en ella interpretaba a Celia, una mujer que a los 74 años decidía casarse con Sofía (Verónica Forqué), su amiga del alma, lo que ponía en peligro la boda de la nieta de ésta.

Solo hace unos meses, en diciembre del pasado año, publicó su autobiografía, « Un incidente sin importancia », formada por textos escritos a lo largo de treinta años; textos íntimos en los que sacudía sus recuerdos y daba voz a sus seres queridos, escritos con una justa combinación de ironía y ternura. Como la frase con la que cerraba esas páginas: « qué complicado es morirse en el primer mundo, y qué caro ».

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