Rodrigo Cortés

Libertad y creación (y al revés)

Rodrigo Cortés

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La creatividad es un afán más bien reactivo, un esfuerzo de adaptación, como lo es el de ser libre; son, eso sí, esfuerzos distintos. La libertad es deseable para el creador, no tanto para la creación: nada hay más abrumador que el lienzo en blanco, nada más paralizante que un paisaje infinito. Las trabas -indeseables- estimulan, sin embargo, la inventiva, basta con ponerle al autor corsé, premisas, un presupuesto, una prohibición injusta, para que empiece a crear, lo quiera o no; para que empiece a pensar. Superada la agorafobia, su cerebro hará el trabajo en las condiciones más inciertas, y aun en las más absurdas. La historia lo demuestra: pocos estímulos hay más reprobables -y, sin embargo, fecundos- que el de la censura, empujón definitivo del creador, que nunca tendrá mejores ideas que obligado a expresarse con la imaginación del sospechoso.

Libertad y creación tienen, por tanto, poco que ver, la primera apenas auxilia a la segunda, y aun menos la garantiza. Para lo que la libertad es buena es para la vida. Que es más importante.

Aunque el creador puede expresarse en la restricción, no da tanto de sí bajo vigilancia. Son también cosas distintas. Puede estudiar las reglas del juego y encontrar sus ángulos muertos; puede someter su jugada -una y mil veces- a las revisiones más parciales, las más extemporáneas, las más abusivas; se colará aun así entre las grietas sin que el interventor de turno sea capaz de parar nada (los actos genuinos de creación son balones esquivos). Pero el ojo del amo, la cámara en la nuca, adelgazará al caballo. El creador puede jugar con las cartas marcadas, pero no someterse a ellas. Aunque quiera. Puede hacer como que acata, puede hasta creer hacerlo, pero no puede obedecer, en eso creación y libertad se igualan. El creador subalterno que no concibe desde sí sólo manufactura: aquello que dé a luz, sea lo que sea, aunque respire o ande, ría o llore -y hasta grite- nacerá muerto. Puede trabajar en el corral, pero sólo si logra hacerlo suyo cuando nadie mira.

La libertad es deseable. Para todos. ¿Quién lo pone en duda (salvo el presidente del estudio, el inversor, el jefe de la cadena, el de la plataforma (que siempre es petrolífera), su ejecutivo fiel -atado a la correa-, el productor con ojo, los distribuidores, los espectadores (de accidentes), los dueños de los cines, los frecuentadores de redes, la crítica, el mundo entero)? La libertad es deseable, decía. Recomendable, incluso. Aunque la inspiración no dependa de ella. Aunque la de verdad dé miedo. Aunque a veces gusten más los sucedáneos, como a veces gusta más la fabada de lata.

Por eso a veces está bien tener que subir una pared o dos, tener algo que saltar. Para escapar -mejor por elección- del inmediato provecho. Porque lo que de verdad es libre es pelear. Escoger hacerlo. Así es como el creador hace inaccesible (y, por tanto, ingobernable) su misterio.

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