Rodrigo Cortés

Capitán Kirk

«Tuvo muchas vidas, fue ídolo de barro, trompetista, vaquero, vikingo, héroe legendario, soldado, marino, tramposo, monstruo»

Muere Kirk Douglas , el padre del nieto del trapero, el hombre que parecía –a la vez– que no moriría nunca y que llevaba veinte años muerto. El del disparo en la barbilla. El de los ojos de tres mil vatios. El de la sonrisa fiera. Kirk Douglas lo quiso todo y lo tuvo todo, aunque acabara el día más cansado. Tercero por edad del triunvirato que formaron Burt Lancaster, Anthony Quinn y el mismo Ulises (quizá cuarteto con Heston, más imperial, menos ligero), encarnó con su fuerza titánica a mil hombres refulgentes y, aunque escribió a través de otros y dirigió a través de otros y les dio la tabarra a tantos sin bajarse del caballo, supo reconocer el talento de quienes lo superaron y se ganaron con ello su respeto.

Kirk Douglas tuvo muchas vidas , fue ídolo de barro, trompetista, vaquero, vikingo, héroe legendario, soldado, marino, tramposo, monstruo. Sólo los mejores, los más fuertes y seguros, se atrevieron a contener su energía indomable: Wilder en «El gran carnaval» , Mankiewicz en «Carta a tres esposas», un jovencísimo Kubrick en la inmortal «Senderos de gloria» (en «Espartaco» se rebeló más el capitán, que pagaba la fiesta). Minnelli sacó, tal vez, lo mejor de él. Dos veces. En el retrato oscurísimo de Hollywood que es «Cautivos del mal» , en que Douglas encarnaba a un productor sin escrúpulos que se llamó Jonathan Shields por no llamarse David O. Selznick, y en «El loco del pelo rojo », extenuante interpretación de Van Gogh, dolorosa casi, que horrorizó a John Wayne, hermosísimamente fotografiada por Russell Harlan y Freddie Young en eso que llamaron Ansco Color y rebautizaron como Metrocolor luego. Quedó con ella el mundo mejor regado y el capitán dos años seco.

Kirk Douglas ha golpeado la pantalla con su mandíbula de hierro durante más de seis décadas, subido siempre a alguna parte, a un tronco, a una roca, al bauprés de un barco, a un jefe de estudio, a otro actor, con una espada en la mano y una pluma de firmar imposibles en la otra. Le dieron un Oscar honorífico , de esos que suenan a hueco, de los que Hollywood usa para hacer como que sí, pero como si no. Deja una casa grande en las colinas, más de noventa películas y un huérfano de setenta y cinco años con un Oscar más que él. Descansa en paz, capitán. Si quieres.

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