Remedios Zafra: «En una época que desestima el pensamiento lento las personas son más manipulables»

Un año después de que la pensadora obtuviera el Anagrama de Ensayo por «El entusiasmo», ABC entrevista extensamente a la autora de este tenebroso libro

Zafra es especialista en el estudio crítico de la cultura contemporánea Valerio Merino
Javier Villuendas

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Un poco de experimento y de reto tiene esta entrevista. Tardó, vía mail, meses en materializarse. Remedios Zafra lo prefería así: «Me he encontrado en alguna ocasión participando en entrevistas rápidas que terminaban produciendo un sucedáneo de mala calidad de lo que dice el libro». En sus respuestas parece vislumbrarse uno nuevo, un libro nuevo que continúa avanzando en su lectura de la oscura realidad digital para aquellos que pretenden vivir de la creación o del conocimiento y ser libres, para más inri. De eso va «El Entusiasmo» , por el que su autora obtuvo el prestigioso premio Anagrama de Ensayo que la convirtió el año pasado, de paso, en una de las 100 mujeres más influyentes de España . Zafra envió sus respuestas en un word con letra en amarillo sobre un fondo negro. La metáfora es obvia.

Ha pasado poco más de un año desde que ganara el Anagrama de Ensayo. ¿En qué ha cambiado su vida?

Aparentemente mi vida profesional es muy parecida a la de los últimos años, trabajo en la universidad y busco tiempo para escribir. Sin embargo, el premio Anagrama ha tenido un alcance enorme y ha hecho muy visible mi trabajo. Eso me ha generado una expectativa y demanda mayor por parte de muchas personas, tanto de medios como de lectores que se han visto interpelados por el texto. En este sentido, sí ha habido un cambio sustancial, pues gestionar esta respuesta me ha exigido mucho tiempo, no sólo por las colaboraciones relacionadas que acepto, sino también por las que no puedo aceptar.

Proteger mi tiempo propio ha sido difícil pues hay un claro posicionamiento político en el libro que siento que de muchas maneras me obliga, pero igualmente requiere estar alerta. No es fácil vencer la inercia que nos lleva a encadenar trabajos y colaboraciones movidos por el entusiasmo de implicarnos en nuestra práctica, respondiendo a las demandas de un mundo cultural sobrepasado e hiperproductivo. Dejarse llevar por él puede suponer perder lo más valioso, el tiempo y la concentración para profundizar en las cosas. El notable aumento de actividad está muy unido hoy al «ser visto» y se retroalimenta como arma de doble filo.

Puede que los tiempos para la lírica siempre fueran malos, pero leyendo «El entusiasmo» la cosa ha mejorado o poco o nada si no ha empeorado. «El sistema cultural se basa en una multitud de becarios desarticulados políticamente», escribe. ¿En qué claves confronta este nuevo tiempo, el actual, con el pasado? ¿Entra algún resquicio de luz?

Fíjate que creo que uno de los problemas «para la lírica» es hoy el exceso de luces, la saturación convertida en ceguera por la imposibilidad de «enfocar» allí donde los estímulos son muchos y todos hablamos al mismo tiempo. Todos buscamos que nos proyecten «luz» mientras la emitimos, pocos se detienen a «mirar» de verás. Cierto que el panorama que dibuja «El entusiasmo» es negativo en tanto desvela una precariedad que busca normalizarse y se alimenta de algo que nos parece valioso, la instrumentalización de «la ilusión» de quienes quieren dedicarse a lo que les gusta.

Las claves en las que se confronta este nuevo tiempo con el pasado son la transformación del sujeto en un mundo conectado donde no hay lugar para la representación, sino para la exposición, donde el mundo cede a convertirse en mercado, reforzando al yo como producto y la vida de las personas como trabajo («soy la práctica que realizo»). Pero también donde la hipervisibilización genera una ansiedad constante. Porque no es una obra lo que se expone en el escaparate virtual, somos nosotros, como si fuéramos adjuntos a las cosas que hacemos o decimos.

En este sentido, esa «desarticulación política» que citas me parece asunto crucial, pues como consecuencia de este nuevo escenario de digitalización y precariedad lo más llamativo es comprobar que los intelectuales y trabajadores creativos andan «neutralizados», compitiendo entre ellos, promocionando y demasiado entretenidos en gestionarse para ser exhibidos como manera de tener una posibilidad de proyección y de futuro. Un futuro que se pospone a cada rato para «cuando se den mejores condiciones».

Sin embargo, sí son buenos tiempos para fanfarrones ávidos de atención con el «peligro de que se conviertan en políticos o líderes de opinión». Y observa en Twitter «una hiperpresencia de las voces más estrafalarias y demasiada violencia». ¿No hay también mayor acceso que nunca a otras realidades antes ocultas?

Son los tiempos más complejos los que hacen demandar fórmulas más claras, de ello se benefician quienes directamente «simplifican» forzadamente los mensajes. Cuando las personas están saturadas de estímulo y datos, sometidas a cambios que no han interiorizado, se resguardan en la máscara y no se atreven a compartir sus dudas y miedos (creo que esto está pasando a muchas personas, por ejemplo con el feminismo). El exceso y la celeridad del mundo en red promueven esta huida hacia delante que se alimenta de eslóganes, tuits y titulares que buscan simplificar un mundo complejo sin parar la maquinaria. Y me parece que hay algo terrorífico en esta combinación de celeridad y exceso, que tiende a reforzar las ideas preconcebidas, o sea, aquellas que ya estaban en nosotros, las relacionadas con formas más conservadoras que evidencian el miedo al cambio, el rechazo al extranjero y al diferente, el temor a que el privilegiado pierda sus privilegios…

Y sí, claro, hay un acceso no sólo a los monstruos mediáticos sino a otras voces antes ocultas que permiten contrastar las cosas y acceder a la complejidad en sus múltiples aristas. Esta era la magia de Internet y su promesa de horizontalización, donde todos tendríamos voz y podríamos cuestionar la jerarquía de las voces hegemónicas y unidireccionales. Sin embargo, en este tiempo cargado de pruebas, voces y diversidad la verdad se convierte en algo muy pantanoso y la prensa tiene el gran reto de resistir la precariedad que predomina ahora.

Cierto que puede haber una lectura muy positiva de cómo las redes transforman la prensa y enfrentan su exigencia como garantes de información y crítica, pero, por ejemplo, creo que la forma en la que tú y yo hablamos es una rareza en la prensa. Nos hemos tomado un tiempo para pensar lo que decimos cuando lo habitual es demandar opiniones de un día para otro, pedir y proporcionar opinión sobre absolutamente todo. Creo que la sobreproducción beneficia a los sistemas más reaccionarios.

Yo misma me he encontrado en alguna ocasión participando en entrevistas rápidas que terminaban produciendo un sucedáneo de mala calidad de lo que dice el libro, cargado de ideas rápidas y titulares sacados de contexto que son justo las formas precarias que critica el libro.

También hay más exigencia y crítica fundada gracias un chequeo constante de las declaraciones de los políticos para mantenerlos a raya.

Sobre la vigilancia hacia la política, es crucial el trabajo de la prensa, por supuesto, pero creo que hay algo a matizar en este asunto. Cabría preguntarse si alguien honesto y con vocación por lo público sería hoy tan valiente de entrar en política. Si el escenario de escrutinio absoluto sobre su vida es lo que le espera, a mí me preocupa si no estamos alentando a que sólo los insensibles «resistan» en ese lugar donde deseamos estén los «mejores», los más honrados, porque pareciera que son los enrocados los que mejor resisten, y aquellos que hacen autocrítica y reconocen sus contradicciones los que están siempre a punto del abandono o se marchan.

A lo que me refiero es que ese «mantener a raya» siempre debe ser responsable, evitando el riesgo de espectacularizar y simplificar la coherencia cayendo en términos absolutos que solo resisten los ególatras, ese riesgo implica la posibilidad de empujar al gobierno a los que tienen la piel más gruesa, aquellos capaces de tolerar el escrutinio constante porque mienten con descaro o simplemente alardean y huyen hacia delante sabiendo que algo quedará, los que no tienen miedo a exponerse obscenamente porque parecen no asumir nunca una mala conciencia, dando por hecho que los culpables son siempre los otros.

Hay una foto de Valle-Inclán, «Las suelas rotas», en la que aparece tumbado y leyendo sobre un camastro y que simbolizaba la precariedad de ser escritor en la España de entonces. Ahora están las casas-habitación de las que usted habla, donde se visualiza perfectamente a un Valle-Inclán actual. ¿Cree que nuestro país es más hostil al arte que otros? 

El arte, y en gran medida muchas prácticas creativas, siguen sin ser valoradas como trabajo. Se piensa que ya están pagadas con su mero ejercicio. Bajo esa lógica el contexto puede aprovechar para pedir gratis un dibujo a quien dibuja, un poema a quien escribe, un concierto a quien canta… Por mucho tiempo la imagen idealizada de los escritores y artistas en la cultura occidental les ha dibujado lindando la pobreza y viviendo de la donación del rico.

En muchos sentidos en España la tradición es similar a la de los países cercanos y de hecho, el arte aquí ha proporcionado más fama y reconocimiento internacional que la ciencia y ha sido más incentivado. Mi impresión es que haber tenido una tradición artística brillante en determinados ámbitos es ahora un factor que pesa y dificulta transformar las cosas, haciendo difícil despegarse de ella y de sus viejas fórmulas ya obsoletas.

Por otro lado, es el escenario reciente el que a mí me interesa observar. Un escenario que dibuja una clara discontinuidad histórica marcada por factores como: la cultura-red, la posibilidad de que con la educación pública personas que vienen de contextos humildes puedan dedicarse a prácticas creativas (imaginar que pueden hacerlo), y una enésima forma de capitalismo. En ese sentido, pienso que las condiciones de creación han cambiado, y que nuestro país de momento no está sabiendo abordar los retos que se derivan hoy del trabajo creativo.

¿Cree que es improcedente tener vocación en estos tiempos?

Por supuesto que no. La vocación como inclinación a una actividad o profesión la enriquece. Pero sí debiera ser improcedente instrumentalizarla por parte de otros. La vocación es una fuerza y una vulnerabilidad para quien la tiene. Considerada por muchos como un pago suficiente, corre el riesgo de ser objeto de abuso por quienes llevados por el pragmatismo buscan rentabilizar un trabajo con capital simbólico, diciéndote, «qué suerte dedicarte a lo que te gusta», mientras piensan «Ya estás pagado con la satisfacción de hacerlo».

Está el entusiasmo inducido por la lógica del mercado, pero el entusiasmo íntimo «nunca puede ser considerado excesivo».

El entusiasmo íntimo es sincero y no puede ser impostado, surge de una pasión por una práctica que busca ser repetida y que da sentido vital a muchas personas, como algo que nos moviliza y arrastra, llevándonos, por ejemplo, a crear, escribir, inventar, tejer, cacharrear, imaginar, poetizar, investigar… No hay práctica humilde sino práctica ejercida con libertad desde ese entusiasmo íntimo… Suele nacer cuando somos niños y cuando se ha sentido solemos buscarlo el resto de nuestra vida. Yo lo veo a menudo en estudiantes cargados de expectativa por trabajar de esa práctica que les motiva y noqueado después por la frustración del desempleo, de una formación que no termina nunca y de trabajos precarios y burocratizados que lo aplazan como algo que se recuperará en un futuro quizá mejor, o en muchos casos lo apagan como choque de realidad.

«El hombre fotocopiado se mimetiza a la corporación a la que llega con gran entusiasmo». ¿Es más inteligente, como hábito, no ser uno mismo?

La impostura de la que habla el relato del hombre fotocopiado me interesa especialmente pues me parece una seña de época. Si las personas cualificadas para un empleo son cada vez más precarias y más individualistas, el entusiasmo puede funcionar como elemento diferenciador para elegir a «quién está dispuesto a hacer más por menos». El entusiasmo puede ser el criterio que ayude a distinguir, la cara visible que permite «elegir» al más entregado. Pero este entusiasmo ya no es un entusiasmo sincero sino una máscara fingida incentivada por el mercado, una pose como las voces grabadas de atención al cliente que de manera mecánica nos desean «un buen día».

Hay un millón de personas con título universitario en España en riesgo de pobreza. ¿Qué le suscita?

Es tan cruel como real. Un grandísimo fracaso que debe zarandear a la clase política y a la sociedad. La formación hoy no es garantía de trabajo y, tal como deriva la academia cuando se limita a ser «fábrica de titulados», ni siquiera de conciencia crítica. Se trata además de que se une la pobreza real y la frustración que acompaña el no haber cubierto la expectativa, esa que se deriva de que la formación nos permitiría emanciparnos.

Es mejor que los pobres no se dediquen a la creación, que viene del conocimiento, porque podrían adquirir conciencia y sublevarse. ¿Pero no hay muchos artistas, intelectuales y creativos, también underground, instalados plenamente en el sistema sin cuestionarlo?

Mi forma de entender la práctica artística cuando se dice «contemporánea» implica, como sugería Marcel Duchamp, habitar la dificultad de la época que se vive, es decir, enfrentar críticamente nuestro tiempo, en este sentido a mí la creación que más me interesa es esta, la que hablando de sí misma habla de «su época», a diferencia de aquella que no se ve interpelada y es dócil con el sistema, esto que tu comentas de «estar instalado en el sistema sin cuestionarlo».

Creación y conocimiento son puertas de entrada a la conciencia crítica y por tanto interruptor de juicio frente a un sistema y a un poder. A mí me parece que no hay cosa que más vulnerabilice al poder que el saber y juicio crítico de la ciudadanía. Por eso tradicionalmente, a quienes han querido mantener poder y privilegios les ha interesado controlar el saber y entretener o neutralizar a quienes pueden denunciar desigualdades e injusticia.

Pienso que en una época que desestima el pensamiento lento y crítico las personas corren más riesgo de ser manipuladas. La ignorancia ha sido hasta hace poco garantía de apagamiento de los pobres, de domesticación y acallamiento. Si las personas debían dedicarse a buscar sustento y todo su tiempo estaba orientado a ello, ¿cuándo y para qué pensar?

Para mí en España se ha producido un punto de inflexión en las últimas décadas, los pobres han accedido de manera normalizada a la educación pública, incluso podemos crear, se hacen preguntas, están inconformes, se ven a sí mismos y descubren su precariedad.

Sostiene que hay un interés fingido en hacer chocar interés comercial y obra de calidad ya que esta última está atravesada por la propia vida: por el trabajo, el dinero, etc. ¿Por qué se apuesta normalmente por la visión empobrecida de la vida y por qué sería más «comercial»?

Se apuesta por visiones más comerciales y empobrecidas de la vida porque son más complacientes y rápidas, tienden a ofrecer sensaciones positivas, reforzando el mundo que se tiene y no haciéndolo pensativo. Las obras más críticas suelen ser menos comerciales porque perturban y cuestionan cosas, ayudan a generar conciencia, pero esto conlleva incomodidad y molestia. Es más comercial aquello que tranquiliza y asienta visiones estables del mundo en un mundo cada vez más ansioso.

No obstante, el mercado es un territorio donde también conviven contradicciones, y no se trata de un choque polarizado donde todo lo expuesto en el mercado es sospechoso de favorecer una vida complaciente y empobrecida y lo que no es emancipador. Afirmar esto sería falso y supondría anular la posibilidad de crítica pues también esta se infiltra hoy en el escaparate del mercado. Esto que decimos aquí busca ser resistencia y crítica, pero es también producto y escaparate. Se trata de que lo comercial no anule la libertad, pero con la precariedad es lo primero que se pone en juego.

Ajuste de plantilla según el número de followers, algún medio se rumoreó que lo practicó... ¿Los menos exhibicionistas, los tímidos, lo van a tener peor por parias digitales? ¿Se va a normalizar la batalla por la popularidad del instituto pero de por vida?

La visibilidad en las pantallas se ha convertido en una categoría que otorga existencia a las personas. Y cuando ser visto es lo que prima es fácil aunar bajo ese epígrafe: lo más esperpéntico, lo más interesante, lo más cómico, lo más tétrico… Desde un asesinato en directo, hasta unas crías de perro o gato jugando, desde un chico poniendo en riesgo su vida por tener más seguidores, a una cantante en su cuarto propio obviando a los mediadores de la industria. Ser visto es el valor y, en cierta manera, esto se proyecta a la vida social y a los trabajos cada vez más fusionados. La batalla por la popularidad amplía la vieja esfera privada a una pública-privada online y excluye a los tímidos y a los que no tienen proyección en redes, esto al menos parecen sentir muchos jóvenes y adolescentes.

Sin embargo igual que muchos se vengaron de la no popularidad del instituto (los geeks de internet son un ejemplo), mi sensación es que ante la tendencia a oscilar del mercado, no cabe desestimar si pronto habrá un giro de tuerca y lo que en el capitalismo ahora se vende como un fracaso (estar fuera de los medios) será germen de nuevas formas de éxito, tanto el derivado de la rareza para algunos, como el más emancipador que se derivará de recuperar el tiempo de desconexión y «la capacidad de atención», ese bien hoy tan escaso.

En lo cultural trabajan más mujeres pero en los puestos más altos solo hombres. ¿Nota algún cambio a partir del auge del movimiento feminista?

Los cambios son especialmente de actitudes y conciencia, algunos empiezan a materializarse. Pero son cambios que «comienzan« y que en tanto recientes son muy frágiles, están expuestos a una fácil reversibilidad si no logramos asentarlos. Y esto requiere tiempo y solidaridad.

El feminismo se ha consolidado como una de las grandes revoluciones, yo no diría de la época, sino de «la humanidad«, y muchas jóvenes y mujeres (y también muchos hombres) se alían hoy de manera fraterna para reivindicar una igualdad negada por la tradición, sin embargo, socialmente muchas personas están viviéndolo como una tendencia hacia algo «políticamente correcto» y no como una posibilidad de pensar el mundo de manera necesariamente más justa. La amenaza que esto esconde es el resentimiento de quienes creen que los cambios de igualdad son moda o capricho, entendiéndolos como amenaza y no como una oportunidad de mejorar socialmente. Y me parece que esto se evidencia en el auge de movimientos antifeministas que se resguardan en el anonimato o en la multitud, distorsionando el discurso de igualdad y radicalizando posiciones sin haber reflexionado sobre el núcleo del asunto.

Hay todavía quien cree que el feminismo es algo negativo que busca dañar a los hombres, cuando el feminismo lo que busca es construir un mundo socialmente más igualitario para todas las personas. Yo creo con convicción que el feminismo es bueno y necesario también para los hombres y que nos debe ayudar a repensar las formas en que se construyen la masculinidad y la feminidad en nuestra cultura, como justamente eso, «construcciones» que podemos mejorar si en algo queremos un mundo más justo.

Por otro lado, sigue alimentándose una desigualdad hacia las mujeres que no se basa en la «negación« o en la «exclusión» expresa, sino en la infravaloración y en la denostación interiorizada. Es decir, frente a un explícito «tú no puedes», se reitera una voz silenciosa que atraviesa la vida cotidiana reforzando que lo que se hace como mujer vale menos (los trabajos feminizados siguen siendo los más precarizados) y que «no vales» para esas cosas que tradicionalmente han hecho los hombres (la política, el deporte, el trabajo pagado, la vida pública…).

Los likes y followers como única forma de valoración hacen que los medios hablemos solo de Rosalía en detrimento, en este caso, del resto de la humanidad... también porque a la humanidad parece que le interesa Rosalía pero, además, porque tampoco hay información de nadie más creando así el círculo virtuoso de la homogeneidad. Esta entrevista, quizá, se valore solo en función de los clicks. Si no la lee mucha gente, ¿carecería de sentido? Observa que ahora se está «hermanando una lógica de las audiencias y el espectáculo con la estadística». ¿Apuntala lo digital una mayor simplificación del mundo (también medible)?

Conseguir lectores, audiencia, visibilidad es un valor importante, pero no puede ser el único valor, ni el eje alrededor del que orbiten todos los demás. Sería un fracaso si la gente se queda solo con el titular. Creo que el mejor titular es el que los cuestiona. Podemos enfrentar esta conversación como un caballo de Troya que busca infiltrarse en lo que critica para hacerlo pensativo y animar a la gente a que frenen, que nos den un tiempo, pero dada la extensión es un reto complicado.

Lo digital congrega todas las características de la cultura de lo desechable y precario, desde la velocidad y el exceso a la caducidad. En ese sentido refuerza un navegar por las cosas frente a un sumergirse y profundizar en ellas, una deriva más simplificadora y numérica, pero es que no se trata de que nos vean sino de que nos lean y eso quedará entre los lectores y nosotros.

Hay un programa, con nombre de operación militar, que pone a competir a cantantes. Les quieren convertir en artistas. ¿Por qué el arte o la música tendrían que ir al margen de la competición de la vida misma? 

Creo que la competencia es una cualidad humana que nos ayuda a mejorar, compararnos y aprender son prácticas implícitas cuando competimos, pero pasa algo similar a lo que comentábamos sobre la visibilidad. Cuando competir es el vínculo central que define hoy la socialidad entre las personas algo falla. No puede ser que nos eduquemos viendo al de al lado siempre como rival y no como compañero. Respecto al programa al que apuntas, la lógica del espectáculo lleva al extremo lo que vemos en la vida misma, nuestra conversión en productos. A mí la dinámica creativa, incluso pedagógica, de este programa me interesa educativa y antropológicamente, pero es cierto que los nombres son reveladores de lo que moviliza hoy, «triunfar», acumular fama y seguidores, buscar la riqueza.

La prisa es un gran invento capitalista y nadie opta por lo que exige tiempo. ¿Qué peligros conlleva? 

Profundizar en las cosas, detenernos, tomar distancia, leer más allá del post o del titular, pensar y escuchar al otro, darnos tiempo… no parece fácil en estos tiempos. Cada vez más es la lectura rápida, la impresión y no la reflexión, la imagen frente al texto, lo que marca la cotidianidad. Los peligros son una vida superficial regida por la masa y cada vez más por la máquina y no por uno mismo, una vida donde terminamos delegando en lo que acumula números más elevados («otros lo habrán pensado»), en lo que sugiere una aplicación, o en lo que apoya una red social donde todos suelen parecerse demasiado. Y me parece que lo que está en juego es la capacidad de juicio, la posibilidad de matizar cuando sentimos que todo va tan rápido y las opciones tienden a polarizarse en un «a favor o en contra».

¿Cómo se informa?

La pregunta que yo me hago es de qué necesito estar informada. Para informarme de lo que acontece en el mundo procuro leer prensa digital y, siempre que puedo, ensayo. Para informarme de las cosas cercanas que afectan a mi vida privada y profesional, el email sigue siendo mi medio preferido pues me permite pensar mejor las cosas, respecto a otros más instantáneos como el whatsapp o incluso frente al móvil (medios que no me gustan).

«No es fácil cambiar para los que tienen el poder porque ya lo tienen». ¿Qué puede cambiar el mundo?

Me parece importante pensar este asunto, más si cabe cuando corremos el riesgo de caer en el inmovilismo y la resignación. Pienso que ser conscientes de los obstáculos (derivados de que quien tiene poder no quiera perderlo) no puede ser visto como una imposibilidad sino como una dificultad a contemplar. No hay cambio social que surja sin resistencia, todo lo que ha logrado cambiar el mundo antes ha tenido que ser incómodo para ese mundo, porque todo cambio social cuestiona una situación de privilegio.

A mí me parece que lo que cambia el mundo es el sujeto cuando se sabe libre y consciente y capaz de convertirse en «nosotros» fraterno, es decir el plural que surge de los vínculos entre iguales y de la capacidad de contagio. Pero todo cambio requiere también imaginación y memoria para aventurarnos a no repetir lo que ha provocado desigualdad e injusticia.

Steiner, al que cita, dice que podemos vivir más la realidad de la ficción que las desgracias de nuestros vecinos. O sea, Netflix como opio moderno.

En cierta manera sí. Me interesa mucho el poder de evasión y autoengaño que viene de un mundo mediado por pantallas, porque parece que nuestra vida está y estará cada vez más expuesta a ellas. Pero no se trata solo de que las «pantallas» funcionan como «marco de fantasía», es decir ponen en duda si lo que vemos es real o ficticio y requieren un contexto, sino que cuando ocupan la mayor parte de nuestro tiempo, nuestras preocupaciones, preguntas, incluso nuestros sueños tienen que ver que lo que vemos en esas pantallas y no tanto con lo que pasa en nuestra vida material. Hay algo fascinante en estas formas de vida, pero también una amenaza de alienación siempre latente. Vivimos un tiempo donde cuando la realidad nos sobrepasa siempre podemos cambiar de canal, dejarnos llevar por la ficción, pulsar botones para cambiar o desconectar de lo que perturba, o incluso tomar ansiolíticos para apagar lo que duele. Y claro que la evasión es importante, pero también lo es vivirla como opción elegida y no como única alternativa.

En el ensayo aparecen discretas muestras de vulnerabilidad personal. Cuando dice que ha sentido empequeñecerse o cuando siente que es muy lenta pensando. Sin embargo, es una reconocida pensadora. ¿Hay lucidez sin calma? Y si no hay lucidez sin calma, ¿por qué hemos organizado el mundo hacia el frenesí?

Te agradezco lo que dices, pero sobre todo que pongas luz sobre algo premeditado y para mí importante: la muestra de vulnerabilidad. A mí la vida se me presenta como una nebulosa cargada de dudas, miedos y contradicciones y hago un esfuerzo por pensarlas consciente de que somos muy parecidos y que tanto esa búsqueda como esas vulnerabilidades son compartidas, las sienten muchas personas. Y me parece que la credibilidad de alguien que busca ayudar a pensar su tiempo está en compartir las contradicciones que le conforman, lo que nos hace dudar y matizar, o el hecho de que el pensamiento no es algo abstracto y limpio sino entrelazado a los cuerpos y a la materialidad de la vida. En el fondo, forma parte de una crítica a la idea del pensamiento como algo «objetivo» e imparcial. No es menos válido un discurso que advierta de su parcialidad como contexto que ayuda a quien lee a empatizar, pero también a valorar su propia vulnerabilidad como ejercicio que ayuda a «pensar por sí mismo».

Sobre tus preguntas, creo que la lucidez difícilmente surge de lo precipitado, no hay razonamiento sin tiempo para razonar. Y si hemos organizado, o mejor dicho, si el mercado organiza el mundo hacia el frenesí, la contrapartida es que el mundo es menos lúcido, en tanto menos dado a razonamientos propios, más tendente al impulso y a delegar la lucidez en las máquinas.

Aceptamos lo que nos viene dado, tendemos a pensar que otros ya lo han pensado, que si lo hace la mayoría o lo propone la máquina no debe ser malo, o es lo que toca, lo que hay que hacer. Ese frenesí del que hablas es como un ansia de vivir el presente en una vida que prima el ahora, donde todo caduca tan rápido que incita a una terrorífica sobreproducción como enganche frenético a la actualidad.

¿Fracasar casi nunca es responsabilidad individual?

Si negáramos la responsabilidad individual anularíamos la libertad, no todo está determinado, la agencia es algo que caracteriza al sujeto, su capacidad para hacer y decidir. Sin embargo, en la sociedad son muchas las fuerzas que operan y no cabe olvidar que el sistema capitalista pone el acento en la responsabilidad individual como base de una carrera competitiva donde «si tu quieres, tú puedes», y esto no es exactamente así. Si los poderes públicos no asumen o abdican en sus responsabilidades sociales y colectivas y ponen todo el acento en la responsabilidad individual las personas más vulnerables están condenadas a fracasar de antemano. Pongo un ejemplo concreto, si un gobierno no asume la responsabilidad social de atención a personas dependientes, las mujeres seguirán siendo cuidadoras y verán fracasar sus intentos por desarrollar una carrera profesional. Otros ejemplos menos claros vienen de los condicionantes que orientan a los trabajadores a la precariedad como inercia estructural. Ahí existe un problema colectivo aunque se camufle de «fracaso personal».

Hasta las personas de los países ricos tenemos abundantes problemas materiales. Evidentemente sin comparar, pero ¿cómo van a cambiar las cosas en el resto?

Esta es una de las llamadas de atención de «El entusiasmo». Con seguridad nuestros problemas no son los más graves, y nuestra precariedad es una precariedad vivible, pero contribuye a neutralizarnos mirándonos sólo a nosotros mismos y limitando el tiempo como ciudadanos a un activismo «de salón». Esto es grave cuando vemos que aquellos de quienes cabe esperar resistencia y crítica están autoexplotados.

Puede parecer incluso que esta es la precariedad de «los privilegiados» (sólo hace falta poner el listón tan bajo como «haber podido estudiar» y tener expectativas) frente a esas otras que hablan de la pobreza y la miseria real que matan y sentencian a las personas.

Creo que estas precariedades no pueden ser enfrentadas o puestas en conflicto y debieran ser aliadas. De hecho, abordar la precariedad de los trabajadores creativos es imprescindible si queremos abordar estas otras, y es clave para entender la parálisis ante esas otras, ya que nos ayuda a situar la desorientación de quienes en un mundo global están demasiado ensimismados en su vida laboral y personal y han perdido o renunciado a su vida pública, a su papel como ciudadanos. De ellos cabría esperar un posicionamiento (como intelectuales, activistas, creadores…) capaz de denunciar desigualdad e injusticia y de enfrentar esas «otras precariedades» de quienes no tienen en juego sus sueños o su trabajo, sino su vida y su dignidad. Pero estos precarios privilegiados están neutralizados en sus papeles, trabajos que no siempre son empleos y vidas mínimamente vivibles convertidas en trabajo.

Hay un personaje en mi libro #Despacio que se denomina «Laquestapeor» y que parodia esta situación.

Los pobres «deben elegir entre sucumbir soñando con crear o hacer la revolución». Había un grupo de música llamado PXXG GVNG, «Los Pobres», que decía que «ya no había vuelta atrás, que los pobres habían llegado para quedarse». ¿Igual tienen razón y los pobres vienen para quedarse pero porque la mayoría será pobre?

Si los pobres pueden pensar y aliarse las cosas debieran poder cambiar, antes al menos esto parecía así, pero ahora no está garantizado. De un lado, la maquinaria no para y, de otro, las alianzas entre iguales se dificultan.

Hasta hace poco pensábamos que cuando los pobres estudian tienen mecanismos para salir de la pobreza, pero una vuelta de tuerca del sistema logra ahora crear ilusión de prosperidad y promesas de emancipación mientras los orienta a un encadenamiento de precariedad vivible (un contrato por horas, un proyecto después, una beca como premio, colaboraciones por las que no cobran o a veces pagan ellos, un trabajo pagado con prestigio y visibilidad, otro como requisito para otro que alguien dice será más estable…) y como saben que una larga lista de precarios como ellos están optando a ese trabajo (porque esta precariedad además es sumamente competitiva) a menudo se dan por satisfechos por «haber logrado» el empleo precario.

Después del entusiasmo, el agotamiento y la liberación. Su protagonista goza de más libertad creativa cuando abandona su puesto creativo. ¿No ve otra salida?

Ese trabajo creativo era una trampa que la condenaba a la impostura y le hacía perder cosas fundamentales para una práctica que se diga creativa: el tiempo y la libertad. Abandonarlo supone recuperarlas. Claro está, enfrentándose a la pobreza real, la no vivible.

En todo caso, no era mi intención dar una salida porque yo no la tengo clara. Pero sí me parecía importante especular con alternativas posibles que permitan a las personas que leen «El entusiasmo» pensar colectivamente soluciones o cambios. En el libro se proponen tres caminos posibles que se apoyan en la imaginación de nuevos trabajos, en la resignificación del fracaso como abandono (que es a la que apuntas), y en la alianza capaz de enfrentar el individualismo.

¿El premio Anagrama no le enmienda un poco la plana? 

La historia personal suele ser para mí punto de partida para llegar a lo cultural, tanto la propia como las cercanas. De hecho las alternativas que sugiero están pensadas sobre mí misma. Para mí, el abandono ha sido la tentación constante de cambiar de trabajo y recuperar la concentración perdida. Inventar un nuevo trabajo, como la propuesta de Sibila por su Frutería Filosofía, es también una parodia de una situación personal, de la propia experiencia ante el fracaso después de varios intentos fallidos, tanto por moverme de universidad y de campo, como por crear nuevos campos de investigación. No fue fácil asumir una desubicación disciplinar, reivindicando que el pensamiento no puede estar docilizado en áreas rígidas y en sistemas de control y evaluación que te convierten fácilmente en «el hombre fotocopiado».

Recientemente he tenido una vivencia singular porque una discapacidad visual, acentuada en los últimos dos años, me ha obligado a renunciar a gran parte de los trabajos que antes hacía y quizá gracias a liberarme de esa presión logré escribir «El entusiasmo», en cierta manera esta vivencia me hizo de pozo que permitía un «huir hacia dentro» como se narra en el libro.

Entonces, ¿es imprescindible para el verdadero artista fracasar 0 «estar muerto» para lograr su libertad?

Una existencia verdaderamente asumida supone aceptar que la realidad es dura y esto nos interpela. Muchas personas huyen de la conciencia (la lucidez) ante este miedo y derivan en la inercia de la maquinaria hiperproductiva mientras sienten que «están haciendo algo» y que el mundo ya cambiará. Pero ser conscientes de ese callejón sin salida es importante para no derivar en constantes choques con él.

Es el distanciamiento, a veces incluso el paso atrás, lo que permite valorar y experimentar nuevos caminos, implicarnos en la ideación de otras alternativas. La «precariedad vivible» se caracteriza por no dejar huecos para ese distanciamiento como esas vida de autoexplotación y entretenimiento de ahora. Sin embargo, cuando la conciencia nos lleva a frenar y abandonar, cuando careces de expectativa y sientes que todo está perdido surge la libertad de no tener miedo. Es la fuerza del pobre, mayor cuando se hace colectiva.

El fracaso contemporáneo en el marco capitalista esconde formas de resistencia desde quien aparentando estar muerto, tiene algo valiosísimo: la libertad de no tener nada que perder, y esto es un poder que asusta en tanto azuza a la movilización.

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